La Jornada Semanal, 2 de junio de 1996
Qué motivó tu libro Las ilusiones de la
modernidad?
El desencanto posmoderno, algo que sobre todo en Italia venía planteándose desde la década de los ochenta; es decir, el desencanto ante los grandes relatos, las grandes pretensiones de la razón, los grandes propósitos de la política. El libro está conectado con esa percepción desencantada, desilusionada de ahí el título respecto de la validez o la capacidad política del ser humano. El planteamiento es que éste ha perdido la capacidad de decidir lo que pasa consigo mismo, de decidir su historia, así sea la inmediata, pues ésta se ha ido restringiendo cada vez más. Y lo que se plantea es la idea de que está cediendo en esta capacidad política ante una fuerza que le parece irrebasable, una especie de destino. Está concluyendo todo un periodo, el de la modernidad, que tiene su punto de partida en el rechazo del destino, o de las fuerzas sobrenaturales, como lo decisorio entre los hombres, y que concluye con la concepción del sometimiento a un destino. Es muy clara la idea del neoliberalismo su percepción básica de que el ser humano debe obedecer los designios de una fuerza que funciona objetivamente. Es decir, el mercado es la mano oculta que en definitiva sabe más que cualquiera de los hombres lo que a los hombres conviene, y lo único que queda es someterse a los designios de esa entidad que rebasa las posibilidades que tendría el hombre de decidir. Vuelvo entonces a la vieja idea de la enajenación: la fuerza política del hombre está enajenada en algo así como un escenario, que es el mercado capitalista, donde se deciden realmente las cosas. La idea que prevalece es esta: cada vez que el hombre pretende hacer política, fracasa. Está condenado a construir Estados totalitarios e ineficientes: no hay cómo hacer política porque toda política lleva necesariamente al Estado autoritario e ineficiente. Ésa es la convicción; no hay un solo Estado, un solo partido político que se proponga hacer política en serio, en el plano de decidir lo que queremos consumir, lo que queremos producir, de diseñar nuestro sistema de capacidades y necesidades, pues eso está totalmente fuera de la perspectiva de cualquier partido político, ya que hacer eso es necesariamente caer en lo mismo en lo que cayó el socialismo real: construir un Estado ineficiente y totalitario, negador de las libertades y, en definitiva, asesino. No intentemos nada, se nos dice, o intentemos sólo paliar la cuestión pero dentro de los designios irrebasables de la política del capital. El neoliberalismo, como todo liberalismo, es negación de la política, no de una política, sino de la política: debemos abstenernos de hacer política, porque hacerla constituye invadir terrenos que no nos corresponden. Ésa fue la motivación de mis ensayos.
Y la idea del designio genera un movimiento de intensificación del progreso
Sí, pero hay que distinguir entre la ideología y la realidad del liberalismo no? Es decir, la ideología del neoliberalismo es verdaderamente elemental y tramposa. Afirma: menos Estado y más sociedad civil (capitalista), pero en realidad afirma la presencia de entidades muy fuertes y despóticas. Porque los Estados no son siempre los Estados nacionales. Estamos sin duda ante el fracaso, la caducidad y la decadencia de los Estados nacionales convertidos en auténticos mitos pero no de la entidad estatal en cuanto tal: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo, más los pactos internacionales, la Europa de primera, segunda o tercera velocidades. Entonces, el neoliberalismo defiende entidades estatales; es una ideología que invoca una libertad y una ausencia de Estado, lo cual es falaz; o invoca la defensa del mercado cuando, en verdad, se trata de la defensa del mercado capitalista, es decir de un mercado intervenido, distorsionado por la presencia de la entidad capital. Así pues, no defiende a la mercancía, sino a la mercancía capitalista contra todas las otras mercancías.
Pero la ideología parece corresponder con una realidad irrebasable, como decías en principio.
Sí, el neoliberalismo critica a la izquierda porque ésta no propone alternativas. Hay esta perplejidad entre la izquierda, pero es una perplejidad genuina. Las cosas están sometidas a un cambio muy radical: los grandes cambios de la historia capitalista son cambios de la relación entre capital y trabajo, aunque decir esto parezca tan antiguo y pasado de moda. Creo que el eje, el núcleo de la legalidad económica del capitalismo y aquí me parece que Marx tiene toda la razón se halla en la relación entre la reproducción del capital en cuanto tal y la reproducción de la fuerza de trabajo, de los trabajadores en cuanto tales. Ésta es una relación que se establece en términos históricos de manera muy conflictiva. Estamos terminando un periodo en el que la fuerza de trabajo fue adquiriendo un valor excesivo en relación con el capital: los obreros, en el siglo XX, con el keynesianismo y todo lo que éste implicó, se hicieron muy caros y, frente al capital, fueron ganando en valor cuando la tendencia del capital es precisamente desvalorizar la fuerza de trabajo. Hay así, actualmente, una regresión bárbara de lo que serían los derechos del trabajador. La categoría del salario está desapareciendo; fue, durante el siglo XIX y primera mitad del XX, la categoría esencial para toda relación entre capital y trabajo y, por tanto, para la constitución misma de los ciudadanos; con el salario, el obrero tenía derecho a jubilación, servicios, educación, etcétera, lo cual constituía la dignidad del trabajador, la de su familia. Pero todo eso se está desmantelando. La categoría del salario está desapareciendo pero no por un proceso liberador, como quería el comunismo, sino por uno re-esclavizador.
Quisiera que hablaras de la usurpación de la ley mercantil simple por la ley mercantil capitalista. Qué sucede con esto?
Creo que éste es un punto muy importante que no fue bien tratado por los marxistas debido a la gravitación ideológica del Estado totalitario soviético. Es decir, la lucha era supuestamente contra la mercancía. Según Lenin, en la mercancía está ya en germen el capital: donde veas mercancía mátala porque en cada una está in ovo el capital. No hay tal. Un momento esencial de la argumentación de Marx es la distinción entre lo mercantil simple, o puro, o neutral, y lo mercantil real, lo mercantil capitalista. La mercancía ésa es la teoría de Marx, creo yo tiene a su principal enemigo en el capital. El funcionamiento de las leyes de equivalencia, de esas leyes maravillosas de respeto e igualdad, de la utopía del mercado, etcétera, están siendo sistemáticamente golpeadas, transgredidas, refuncionalizadas, distorsionadas y deformadas por la presencia en el mercado de ese ente peculiar que es el capital. La mercancía capitalista es en sí misma una distorsión de la mercancía en cuanto tal. Marx lo dice con absoluta claridad: para el capital, la mercancía no es más que una máscara, las leyes del intercambio de equivalentes son un pre-texto que le sirve para imponer su texto, la ley de expropiación; no son más que la pantalla detrás de la cual el capital está expropiando trabajo ajeno. Esta distinción es clave, esencial, porque nos está diciendo que toda civilización moderna, es decir, toda civilización globalizada, es imposible de imaginar con un sistema distributivo tradicional o regido por la cultura propia de una identidad localista: es necesario un mecanismo automático de circulación de mercancías a partir del cual pueda construirse cualquier concreción del mundo de la vida en cualquier circunstancia histórica. Es decir, la mercancía es una conquista civilizatoria, y la circulación mercantil es un instrumento neutral de civilización porque permite, gracias a la combinación de valor de uso y valor, que se establezca la relación entre la succión de las necesidades de consumo y la oferta de productos, que los dos escenarios entren en contacto, sintiéndose mutuamente. Es imposible un Ojo del Big Brother o del Estado totalitario capaz de prever, en términos mundiales, cómo se van a mover la oferta y la demanda, los cambios, las volubilidades del gusto social, de la moda, de lo que sea; no existe ninguna mentalidad capaz de administrar perfectamente la relación entre producción y consumo, que sería la tarea del Gran Distribuidor: determinar qué es lo que tú necesitas y qué es lo que te vamos a exigir. Marx, sin embargo, habla de un mecanismo la "circulación mercantil" que, si funciona en términos puros o neutrales, permitiría que la comunidad no "natural" sino "virtual" percibiera dónde hay demanda y dónde hay disposición de qué y para qué. Afirma que, cuando no está intervenido por el capital en cuanto relación de explotación del trabajo ajeno, el mundo mercantil es útil e indispensable como mecanismo civilizatorio. Es sobre él que tiene que venir la política, la capacidad de guiar ese mercado, no de intervenirlo, porque la diferencia entre ambas cosas es inmensa.
Señalas un agotamiento de la gestión distributiva de la riqueza, así como de los márgenes de decisión política en el capitalismo avanzado. Afirmas que las condiciones capitalistas sabotean a la democracia: sus posibilidades reales son opacadas, disminuidas, por la realización capitalista de lo social.
Si los propietarios privados no son iguales en el sentido de la ley del valor, si lo que efectivamente hay es una distorsión de la relación mercantil, si lo que se produce y se consume no lo deciden los productores ni los consumidores sino que ya está señalado por la dictadura del capital, entonces los márgenes dentro de los cuales puede desenvolverse la acción y la actividad política son francamente estrechos: es muy poco lo que puede decidirse. Por ello, toda reforma política que da la espalda a la resistencia contra tal dictadura qué viene siendo?, una seudopolítica, un deporte bizantino, porque cuando se hablaba del desencanto de la política, de que ésta se autoniega, surge la idea de que el problema planteado es que esta modernidad está en una crisis global: en términos culturales, sociales, económicos, ecológicos, demográficos, etcétera. Si cada chino va a ser como un norteamericano, con dos o tres automóviles y su casa con jardín y alberca, entonces harían falta unos tres o cuatro planetas más. Esto es absurdo. Es el estilo de vida o modo capitalista de actualizar lo que llamamos modernidad lo que está en crisis, un modo que ha negado la promesa de abundancia y la posibilidad de garantizar la sobrevivencia de los seres humanos sobre el planeta; o, más bien, de esta estructura de la vida sobre el planeta.
Hannah Arendt, que goza de todo el prestigio entre el pensamiento político liberal, distingue la labor del trabajo productivo propiamente dicho y señala una diferenciación de los sujetos entre sí en un proceso de intercambio de valores de uso; afirma también que el sujeto aparece y se confirma a sí mismo en la esfera pública de aparición mediante el discurso y la acción.
Sin duda, el dominio del valor capitalista sobre el valor de uso es abrumador, apabullante y monstruoso, pero no aniquilador. En la medida en que vive el valor de uso, permite vivir al valor de cambio en forma parasitaria. Así, el valor de uso sigue estando allí, se metamorfosea, se transforma, se modifica, se altera de mil maneras pero sigue estando allí. Y efectivamente, el discurso está allí, el placer está allí, el disfrute de los valores de uso está allí, todo eso existe, sin duda. Únicamente los peores dogmáticos anticapitalistas podrían plantear que el capitalismo es pura muerte, pero para nada es así; el capitalismo es una alteración de la vida, una forma de torturarla pero no de matarla. Arendt tiene razón en este punto. Pero volvamos a la idea difícil de plantear: podemos negar la modernidad en su conjunto o bien negar una forma de la misma. Ten en cuenta que las promesas de la modernidad no se cumplen. En primer lugar, la de democracia, que es básica y fundamental; y democracia significa, en términos muy globales, la capacidad que tiene el cuerpo social de exigir legitimación a sus gobiernos, que las órdenes que recibe diría Max Weber sean órdenes legítimas, eso es todo. Así, la democracia no es más que exigencia de legitimidad para el poder político, para el poder de decisión del gobierno. Y cómo se legitima éste?, justamente en su coherencia con la mayoría. Ahora bien, estamos viviendo una restricción cínica de esta promesa de la modernidad, hay una negación que están llevando a cabo los propios defensores de la modernidad capitalista, convirtiendo esta promesa de democracia en una democracia para pocos. Y en eso estamos. Ahora construimos un maravilloso sistema de partidos, estamos haciendo una reforma de Estado, los norteamericanos nos han dicho que vivimos en democracia, en América Latina, desde hace diez años y que somos democráticos. Imagínate! Es verdaderamente irónico, es sarcástico; pero decimos que vivimos en democracia, por qué? Porque hemos decidido que esa promesa de la modernidad no puede cumplirse ni va a cumplirse ni vale la pena cumplirla. Lo que sí puede construirse son esos islotes de vida democrática o, podríamos decir, de vida oligárquica, donde efectivamente funcionan los partidos, funciona la legalidad, etcétera, pero son islotes asentados en verdaderos mantos de despotismo, de esclavismo, de falta absoluta de democracia. Ésta es la tendencia posmoderna y neoliberal. Pero hay también la otra, más programática, que es la de los fundamentalismos: la democracia, la modernidad, Occidente y todo lo demás son un sólo paquete que hay que tirar por la borda para regresar a nuestras legalidades, a nuestras instituciones, a nuestras formas tradicionales de vida, que son llamadas despóticas, esclavistas y demás pero que nos han permitido vivir y sobrevivir. La modernidad estaría siendo atacada desde dos frentes: por los modernizadores posmodernos, cínicos y restrictivos de la democracia, y los antimodernos, los desencantados, desilusionados, golpeados por una mala modernización: los islámicos, los senderos luminosos, etcétera.
Pero es posible defender la modernidad?
Sí, pero una modernidad alternativa, no la que hemos vivido; una modernidad de otro tipo, llamémosla socialista si queremos, pero una modernidad que implique una verdadera abundancia y una verdadera emancipación. Creo necesario defender una modernidad que nunca fue, que nunca existió, no como dice Habermas completar el proyecto de modernidad, sino inventar otra distinta, que fue posible incluso desde antes y que fue reprimida y negada, y hasta ahora postergada. Demostrar en términos históricos que hubo esa otra alternativa es tanto como plantear que puede haberla en el futuro.