Bernardo Barranco V.
El abad ante el conflicto

Si alguna necesidad urgente tiene México es creer en algo o en alguien. El caso Schulenburg, surgido de un conflicto intraeclesiástico, se ha ido fermentando en la opinión pública, hasta convertirse en un profundo malestar de la población. Tanto por el maltrato del ethos guadalupano, hasta ahora casi intocable, como en el descubrimiento de signos evidentes de conductas incorrectas entre los altos ministros de culto. En una cultura de corrupción, como la nuestra, es obvio suponer que ninguna esfera escapa a ella, incluida la religiosa, y uno puede imaginar que ciertos prelados puedan cometer faltas que se desdibujan en el discreto paso del tiempo; sin embargo, resulta indignante constatar los hechos cuando se presentan, cuáles son éstos? Un abad que a costa de la devoción popular, a la que aparentemente ahora desprecia, viva en el lujo y la soberbia. El hecho es que hoy, como pocas veces, se percibe malestar y confusión de los símbolos. Más allá de los endocanibalismos religiosos que se detonaron desde Roma, en la revista 30 Giorni, brazo informativo del movimiento Comunione et Liberazione, las incongruencias de un poderoso representante del alto clero mexicano, emerge con fuerza a la luz pública. Y con ello, los lados oscuros de la Iglesia católica, que se ha pretendido, desde hace décadas, en ser la instancia tutelar de los valores. Se está probablemente en la antesala de que los fieles puedan juzgar con conocimiento de causa en relación a la conducta de sus pastores.

El hecho de que se ventilen los conflictos intrareligiosos ante la opinión pública es benéfica para la sociedad, porque ésta puede intervenir. Ya se demostró, en el caso de don Samuel Ruiz, cómo una decisión aparentemente tomada por el propio Vaticano puede revertirse, gracias a la presencia activa y la intervención de actores sociales locales e internacionales. En el caso de monseñor Guillermo Schulenburg Prado, el resultado puede ser contrario porque ahora no sólo se trata de clarificar si su postura sobre Juan Diego es correcta o no, sino que enfrenta la presión tanto de la opinión pública como de la propia élite religiosa católica, que juzga a partir de la detonación su comportamiento y su nivel de vida lujoso, desde la severa etiología, y contradictorios con la religiosidad popular caracterizada por la pobreza material y la sencillez del pueblo. Al parecer, mediante sus limosnas depositadas en la basílica, este pueblo pobre de tradición guadalupana, nutre la paradoja de su abad, de ``exquisita finura y cortesía'' para tratar con personas de alto rango, y demás espejismos, expresados por el arcipreste Carlos Warnholtz, en una semblanza del XXI abad de Guadalupe.

El segundo factor a considerar es el silencio del arzobispo Norberto Rivera. Se ha especulado mucho sobre tensiones entre el abad y el arzobispo, sea por la poca transparencia en las cuentas de la basílica, como por la disciplina no asumida o por el proyecto de reorganización de la arquidiócesis metropolitana. Los hechos hacen suponer conflictos que se ha desbordado. Y mientras el arzobispo no se pronuncie oficialmente, en tanto responsable de la arquidiócesis metropolitana, las especulaciones más fantasiosas seguirán proliferando. Quiénes se benefician con el espectáculo schulenburgiano? Por ejemplo: los ex corripistas, que saldan cuentas pendientes; los evangélicos, quienes encuentran en el abad un posible aliado frente al mito mariano y, finalmente, el propio gobierno, pues el espectáculo distrae momentáneamente la atención de la crisis económica y social que el país vive. El silencio puede interpretarse como vacío o ausencia de liderazgo, o como prefiguración de rupturas que esperan el momento de reacomodo de una generación episcopal que en los últimos dos años está tomando el timón de la Iglesia católica mexicana y de la cual Norberto Rivera representa uno de sus exponentes más calificados.

Pese a que el abad mismo ha afirmado su continuidad, basado en su cargo vitalicio, sus días parecen estar contados. El Vaticano deberá responder con toda la maquinaria montada por el cardenal Ratzinger sobre la existencia histórica y religiosa de Juan Diego, máxime cuando existe un proceso de beatificación cuajado y otro en ruta de canonización. La Congregación de los Obispos, sin duda opinará, recomendará la posición y la suerte del abad Guillermo Schulenburg. Los tiempos católicos en México son de reacomodo y de transición; aparentemente este suceso ha perjudicado la imagen de la institución católica. Sin embargo, la sociedad puede salir ganando en la conformación de pastores más congruentes no sólo con la opción religiosa asumida sino en una mayor integridad frente a una población que vive en la incertidumbre y en la carencia. Esperamos que esta crisis purifique y ubique con nitidez el rol y la presencia de los pastores en el futuro inmediato.

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