El pasado 31 de mayo el presidente Zedillo se lanzó en contra de sus críticos y afirmó en Hermosillo, Sonora, lo siguiente: ``Creo que los pesimistas, los derrotistas, los alarmistas, los sensacionalistas van a ser derrotados definitivamente'' (La Jornada, 1/VI/96). Qué significa este discurso, muy al estilo de un catálogo de adjetivos, en voz del presidente y en este momento que atraviesa el país?Durante este gobierno ha sido especialmente notorio el esfuerzo presidencial para construir una visión optimista; son ampliamente conocidas las múltiples afirmaciones de que la crisis económica ya ha terminado, que el fondo quedó atrás y que el país está en franca recuperación. También ha sido una particularidad de esta administración la molestia en contra de los críticos, de los que tienen un punto de vista diferente al oficial.
En el discurso presidencial contra la crítica hay al menos dos situaciones relativamente nuevas que se suman a la pretensión legítima de cualquier gobierno por establecer una justificación de sus actos y, al mismo tiempo, de ganar el consenso de los gobernados: el intenso debate ideológico en que se encuentra metido el sistema político y, la otra, el nuevo lugar de la Presidencia de la República en este debate.
Resulta muy difícil pedirle a la sociedad que después de haber recibido una cantidad considerable de golpes por la crisis económica, que para casi todos los mexicanos ha significado una regresión en las condiciones de vida, ya sea como empobrecimiento o como pauperización, además de todo le aplaudan al gobierno y aprueben su política económica. Prácticamente todas las encuestas de opinión ciudadana que se han levantado en los últimos meses expresan una amplia desconfianza en el gobierno y una desaprobación importante. Esta actitud es completamente explicable, sobre todo si tomamos en cuenta que al menos el país lleva 25 años sumergido en una situación de montaña rusa, de crisis-recuperación-recaída, como un círculo perverso. Este solo ejercicio de los últimos cinco sexenios es para terminar con cualquier confianza.
Detrás de la intensificación del debate ideológico se encuentran varios factores: un movimiento de los referentes con los que antes se calculaba y se ejercía el poder político, se armaba la estabilidad y se resolvían los conflictos sociales. Sin duda, también influye la combinación de una mayor apertura en ciertos medios de información masiva, prensa y radio, y un poco la televisión, junto con el crecimiento de una sociedad más informada y demandante. El apoyo que antes recibía el gobierno estaba apuntalado en una amplia coalición de alianzas e intereses, cuya última expresión fue el salinismo, lo cual se expresaba en una visión hegemónica que era articulada en un régimen de partido de Estado. Hoy en día esa coalición se encuentra fracturada; junto con la recaída de la crisis, se ampliaron los problemas políticos y de alguna manera se hizo polvo la hegemonía que soportaba el autoritarismo. Ahora, no hemos salido del autoritarismo, pero ya no funcionan los soportes de legitimidad y de consenso basados en un partido de Estado y en un presidencialismo poderoso. Se rompieron los grandes consensos que indicaban el rumbo y el proyecto de país; otros proyectos no han tenido la fuerza del relevo. Estamos en un momento difícil: el autoritarismo no ha desaparecido y otro sistema, como la democracia, no ha terminado de llegar.
En este conjunto de cambios el peso y el lugar de la Presidencia también se han modificado. A Ernesto Zedillo le ha tocado un situación complicada al extremo para gobernar, y a pesar de que no ha logrado, o no ha hecho, triunfos espectaculares, el país tampoco se ha ido del todo al barranco, lo cual no necesariamente es mérito gubernamental. No quiero insistir en las visiones catastróficas que circulan y que señalan la posibilidad de una renuncia presidencial para diciembre, creo que esa especulación perversa poco ayuda a entender qué pasa hoy en México. Es más útil indagar del lado del liderazgo, y preguntarnos si ha existido una conducción a la altura de la situación. Lo cierto es que hoy en día el presidente tiene que ganar consenso y generar sus propios triunfos en el debate, porque las cuotas de consenso y liderazgo adheridas al cargo se han debilitado.
Estamos en un periodo de importantes definiciones para el futuro inmediato del país: hay una reforma política pendiente que todavía no se concreta; empezará pronto el importante proceso electoral de 1997; la negociación en Chiapas ha tenido complicaciones, pero al parecer se volverá a poner en marcha; la recuperación económica es todavía débil y no se expresa en la economía de las familias; la inseguridad pública ha crecido exponencialmente. Ahí y en la solución de muchos otros problemas pendientes están los antídotos, y no sólo en los cálculos de la macroeconomía. Cuáles son las razones y los hechos para renunciar al pesimismo?Finalmente, una forma de enfrentarse al problema es ciertamente la crítica y sin duda, el derecho al pesimismo que todos tenemos. Para decirlo en términos de Albert O. Hirschman: ``Necesariamente, el pesimismo debe ser el punto de partida de cualquier pensamiento serio acerca de las oportunidades que tiene la democracia de consolidarse en América Latina''.