Es un error reducir a desacuerdos entre la jerarquía eclesiástica las declaraciones del abad Schulenburg publicadas en la revista Ixtus y retomadas por 30 Gorni. Revisten gran importancia porque tienen que ver con los momentos difíciles que vivimos los mexicanos y con las condiciones de injusticia, marginación, pobreza, racismo, represión y pisoteo a la dignidad de uno de nuestros componentes como nación pluriétnica: el indígena.
El abad, por supuesto, merece respeto absoluto a su libertad de creencias, pero es del todo condenable el racismo que le nace del alma en sus declaraciones. En ellas se refleja la opinión de la corriente encabezada por el nuncio Prigione, que intenta quitarles hasta esa reivindicación a los indígenas y a los mexicanos católicos, y no, que se sienten profundamente guadalupanos, a los que sin duda ambos desprecian. El abad es el hombre más cercano al nuncio; por ello no es raro que haya incurrido, defendiendo la postura del jefe, en semejante desliz.
En su afán de negar la dignidad de un indio, llega al extremo de negar la aparición de la Virgen de Guadalupe. El abad reconoce la posibilidad de que la imagen aparecida en el ayate haya sido pintada por un indígena, e incluso se siente capaz de reconocer los méritos del artista, pero niega hasta la posibilidad de que la modelo hubiera podido ser una india: ''...debió ser una mestiza de 11 años...'', dice por aquello de la fecha de la conquista, claro.
Estudiosos del Nican Mopohva dicen que ``La Virgen, cuando se apareció a Juan Diego, le dijo: 'Juanito, Juan Dieguito, hijo mío, el menor, a dónde te diriges?... Quiero que me des un espacio en tu tierra y en tu corazón, quiero que construyas un santuario en la misma encrucijada de tu vida, en ese lugar y en ese tiempo a donde puedas acudir a sentir el consuelo de alguien que siempre estará esperando que regreses a recibir de nuevo la caricia de la madre bondadosa que no piensa más que en la felicidad de sus hijos...' ''.
Y dicen que Juan Diego contestó, como hoy quisieran que siguieran contestando los indios: ``Soy último, soy cola, soy hombre de campo... soy pobrecito parihuela, de dónde a mí? nadie me hará caso, Señora mía, niña mía...''.
Al abad, tan ocupado en jugar golf, se le olvidó que por eso enfrentamos el peligro de vivir una guerra. Que los indígenas el 1o. de enero de 1994 dijeron ya basta! a la injusticia, a la pobreza, pero sobre todo al pisoteo de la dignidad y al racismo.
En el libro Para comprender el mensaje guadalupano, el sacerdote Clodomiro Siller dice que: ``La Virgen de Guadalupe, Santa María, madre de Dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe, primero se hizo ver de un pobre, digno, de nombre Juan Diego...''. El obispo de Quilmes, Jorge Novak, que prologa el libro apunta: ''...en un momento histórico de extremo sufrimiento para el pueblo mexicano, a diez años de la conquista, Nuestra Señora garantiza afecto, acompañamiento, protección''.
Hoy que nuestra situación es tan parecida a la de entonces, las racistas declaraciones del abad son una provocación. Es tan fuerte el desprecio a los indígenas que olvida, incluso, que todos los pueblos tienen mitos que forman parte de su cultura. La Virgen de Guadalupe es la figura a la que los mexicanos más desprotegidos recurren en busca de ayuda. Es tan importante que, en la guerra de Independencia, el cura Miguel Hidalgo la eligió como estandarte. Es tan fuerte que inclusive el ejército realista la fusilaba simbólicamente cuando un estandarte de la guadalupana caía en su poder. Es, pues, una imagen que el pueblo de México reverencia profundamente y sólo por eso merece todo el respeto. Amén de que, por lo visto, las limosnas de ese pueblo le han permitido al abad darse vida de rey, que no de pastor.
Es paradójico que Schulenburg, en un acto de soberbia, haya olvidado que es abad del Santuario de Guadalupe, el centro mariano más importante de América, nada menos que el lugar en donde se rinde culto y venera a la virgen cuya aparición niega, como el nuncio Jerónimo Prigione suele olvidar, por similares razones a las de Schulenburg, que es sólo un embajador más del Vaticano.
En fin, es como si se les dijera a los catalanes que la Moreneta no fue encontrada, o a alguien se le ocurriera decir que la Virgen del Pilar quiere ser francesa. En fin, es como si se negara la existencia de Bernardet Souvirous en Lourdes, o de Lucía, Francisco y Jacinta en Fátima. En fin, es como si se le dijera al Papa que la Virgen de Schzestokowa no quiere estar en Polonia sino en Rusia. En fin...