Doscientos mil personas provenientes de distintas partes de Estados Unidos se manifestaron el sábado pasado en Washington a favor de los derechos de los niños. No es fácil evitar la retórica cuando se habla de niños. Indefensión, inocencia, futuro, son las cosas que inmediatamente llegan a la mente, y su mezcla produce demasiado a menudo discursos llorosos en los cuales la emotividad es anuncio de falta de ideas y, peor, de voluntades para asumir un problema que se está agigantando en Estados Unidos y, en realidad, en todas partes.
Los síntomas del malestar son obvios, es suficiente abrir los ojos para descubrirlo. Y no se trata solamente de miseria y abandono. Si este es el problema mayor, alrededor de él gira una constelación de fenómenos históricamente originales (por lo menos en su magnitud), que van de la drogadicción al creciente número de suicidios de adolescentes, de la presencia de armas de fuego en las escuelas a la delincuencia de bandas urbanas juveniles, de la cretinización televisiva a la pornografía infantil. He ahí algunas muestras de nuestra barbarie de cada día. Frente a la anomia, agresividad y deseo de autodestrucción de niños y jóvenes, el recurso hipócrita acostumbrado es el asombro. Cómo es posible? Pero si son niños, rezan las buenas conciencias.Cuando sociedades enteras pierden por pedazos su capacidad para pensarse a sí mismas como redes de convivencia solidaria, no se puede esperar otra cosa sino exactamente aquello que ocurre en estos años. Cuando los adultos viven con impotencia un presente vagamente incomprensible, impermeable a deseos y voluntades una especie de fuerza del destino, cómo suponer que los niños vivan armoniosamente en él? Nadie tiene derecho al asombro.
Se estima que en Estados Unidos hay 15 millones de niños que viven en hogares debajo de la línea de pobreza. Si suponemos que en ese país la población de más de 15 años gira en alrededor de 200 millones, tenemos una población infantil de cerca de 70 millones. O sea, uno de cada cinco niños viven en EU en condiciones de pobreza. Poco de qué presumir para el país que fue a lo largo de este siglo el mayor símbolo mundial de bienestar. Si así están las cosas en EU, cómo estarán en otras partes del mundo? La imagen inevitable es la de los niños de las grandes metrópolis del tercer mundo. Y dejemos a un lado incluso la imaginación necesita replegarse frente a las pesadillas de la realidad los asesinatos sistemáticos de niños en Río de Janeiro de parte de las fuerzas del orden de ese cristiano y democrático país.
Seguramente la pobreza es el problema mayor, pero no el único. La pobreza es una caja de resonancia que expande la brutalidad y los cinismos de países enteros. Las naciones se pueden clasificar por su riqueza per capita, por su capacidad competitiva o por el número de patentes registradas. Pero su cultura y civilidad (y me disculpo por el uso de palabras tan grandotas) se miden, entre otras cosas, por el trato que reservan a los sectores más vulnerables de la población: los niños y los ancianos en primerísimo lugar.
Y el problema aquí es problema de derechos. Tiene la infancia derechos que deban ser tutelados por la colectividad? Sí o no? Y cuáles? Educación, alimentación, acceso a la cultura, tutela frente al maltrato o la explotación laboral? No se sustituyen las decisiones concretas sobre estos aspectos con discursos políticos rimbombantes o con ejercicios colectivos de buenas intenciones. El punto es: hasta dónde las colectividades nacionales están concretamente dispuestas a llegar en la afirmación de los derechos de la infancia? Son algunos de estos derechos, formalmente proclamados, prescindibles en la realidad en aras de las necesidades competitivas o del equilibrio presupuestal?Mientras seguimos discutiendo de esos temas, es alentador que decenas de miles de niños y jóvenes de EU decidieran viajar a Washington para recordar a los políticos que existen, que en las calles circula droga como pan caliente, que la inseguridad y el deterioro urbano hacen estragos. Frente al avance de una modernidad que produce riqueza al mismo tiempo que desintegración social, los niños de Estados Unidos nos vuelven a proponer la necesidad de mirar a la historia ya no como el territorio de procesos inexorables sino como el ámbito en el cual los individuos necesitan cuestionarse acerca de aquello que es justo y deseable, y aquello que no lo es.
Leo en los periódicos que frente a un déficit de casi cinco millones de viviendas, en los últimos diez años la mitad de las construcciones públicas de EU fueron cárceles. Valdría la pena preguntarnos si es este uno de los signos del futuro. Frente a agudos procesos de desintegración social, la criminalidad y su castigo es lo único que nos queda?