Bienvenidos a este lado de las rejas, Sebastián Entzin y Jorge Elorriaga
Conocí a Carlos Payán en el pasillo de su oficina del Unomásuno. Me lo presentó Roger Bartra. Tras un cuarto de hora de conversación, me convertí en colaborador semanal. Por ello, de vez en cuando discutía con él las recomendaciones que me hacía para que mis textos fueran mejor escuchados.
La semana en que murieron Ignacio Chávez y Díaz Ordaz, hice un paralelo entre el autoritarismo de ambos. Mi escrito apareció mutilado, por lo que reclamé en una carta a la que agregué los párrafos censurados. Luego supe que el director de Unomásuno aceptó publicar mi correo al tiempo que decidió no volver a incluir nada con mi firma. Por eso me sorprendió ver en el diario mi artículo ``Las cuatro lenguas de La Montaña'', sobre el despertar étnico multilinge de la región más miserable de Guerrero, donde hacía campaña electoral Othón Salazar. Me dijeron que esa colaboración le sirvió a Payán para convencer al director de que podía quedarme.
Al proponerse en Unomásuno la renuncia colectiva, Payán me invitó a sumarme a ella y a incorporarme al proyecto que generó a La Jornada. Luego nos vimos en Puebla, a donde llegó con Carmen Lira para explicar ese proyecto y buscar apoyos. En la Universidad Autónoma local hallamos suficientes.Cuando este diario tenía más de un año de existir, volví a estar cerca de Payán, quien me acogió durante una situación personal difícil: aceptó mi proyecto para recordar 20 años del 68, y me asignó un sitio dentro de su privado para realizarlo. Al mismo tiempo, me encargó la coordinación de colaboradores y El Correo Ilustrado. También escuchó otros planes, algunos atendidos años después (como la edición de libros).
Durante el tiempo en que trabajé sobre aquella mesa al pie de un gran cuadro de Jorge Emmanuel, tuve ocasión de ver a Payán muchas veces buscando y dando solidaridad con dedicación y convicción para personas y grupos sin voz, de signos políticos diversos y hasta contrapuestos. Sí, el Carlos Payán de quien me siento más cercano es el amigo solidario y tolerante.De esa solidaridad y de esa tolerancia habla su trabajo, complejo y agotador, como coordinador de las dos centenas de directores generales sin nombramientro que ejercen en La Jornada.
Han sido precisamente la solidaridad, la tolerancia y el más auténtico de los pluralismos el que hizo que desde 1984 eligiéramos a Payán como cabeza del trabajo de todos nosotros, y el que le da la impronta personal de su visión y de su estilo a lo que hoy es La Jornada.
A fines del sexenio pasado, Payán entrevistó por televisión a Salinas. En la pantalla apareció con su semblante meditabundo y el rostro atento en el que resalta su bigote, hoy completamente blanco, que recuerda algo al del Caudillo del Sur. Con el gesto y la voz que lo caracterizan, hizo ante el teleauditorio, con Salinas a un lado, el apotegma ciudadano de evocación zapatista que repitió Elorriaga al salir de prisión: La libertad de expresión es de quien la trabaja. Esa máxima, que debiera presidir todo trabajo en los medios, es síntesis de la empresa que Payán encabezó hasta el miércoles pasado.
Unas semanas después de esa entrevista, Payán fue una de las cien personalidades que presidieron el inicio de la Convención. Equilibrio y convicciones características que Payán siempre halló para sí mismo y para sus responsabilidade en La Jornada, ni su entrevista a Salinas ni su apoyo a las formulaciones zapatistas soportó cuestionamiento alguno por su papel de director general.
En esa tarea lo ha sustituido, por elección de la asamblea de iguales que define los rumbos de este diario, Carmen Lira, compañera de Payán durante muchos años en incontables trabajos, proyectos y tareas. Ella ha recibido este puesto con la certeza de que es quien mejor puede cumplir sus encomiendas y exigencias, y enriquecer la experiencia que nos deja Payán.
Un diario de las dimensiones y los alcances de éste es excepcional por muchos motivos. Sólo tengo espacio para mencionar dos: Una conseja de periodistas asegura que de la dirección de los grandes periódicos sólo se sale con los pies por delante o las pistolas por detrás. Payán ha salido de ahí con una sonrisa en los labios, con la cara radiante de satisfacción y un reconocimiento casi unánime. Esta es otra lección de periodismo que bajo su conducción da La Jornada en el México de hoy.
Por otra parte, no es común que los diarios de mayor peso en la vida y en la cultura nacionales tengan una directora general. En La Jornada Payán ha sido relevado por una gran periodista cuyo mejor retrato lo hizo Elena Poniatowska. Estoy convencido de que tener una directora y en particular a esta directora, es también razón para que los jornaleros nos congratulemos a nosotros mismos.