En días pasados el Presidente de la República afirmó que los pesimistas serán derrotados; es probable que el Presidente tenga parcialmente la razón, pero el problema central radica que en tal eventualidad quizás no haya gran diferencia entre lo que acontezca con los pesimistas y con los optimistas, de hecho con todo los demás.
Independientemente de lo discutible que resultan las afirmaciones, sobre los signos de la recuperación económica en términos de puntos porcentuales del PIB, o de la balanza comercial, existe una realidad trágica presente en todas partes, que el Presidente y sus colaboradores se niegan a ver. Se trata de algo así, como si Miguel de la Madrid hubiese dicho el 22 de septiembre del 85 que las cosas ya estaban mejorando porque ya había dejado de temblar, ignorando que cientos de edificios estaban en ruinas y muchos hombres y mujeres estaban abajo de ellas, muertos. Para ellos no habría mejoría posible, como tampoco la habrá hoy, para quienes han perdido su casa, su trabajo, sus negocios, sus proyectos de vida, pero esto simplemente no existe para el Presidente; la crisis generada por sus decisiones, pareciera que sólo tiene como efectos, el que unos días o unos meses los indicadores económicos estén más mal y en otros tengan mejorías.
Pero las razones de los pesimistas no se reducen sólo a los aspectos económicos, sino a los daños que sufrimos en la vida cotidiana, en aspectos de justicia, de seguridad, de educación, de calidad de vida. Un día de esta semana, La Jornada publicó algunas estadísticas sobre delitos cometidos en 1995 en el Distrito Federal, en donde resalta el número de autos robados; un poco más de 15 mil. La cifra es similar al número de autos que vendió Volkswagen y superior al de Nissan en ese periodo, Cómo es esto posible? Tan sólo vender esos autos requiere de sistemas financieros, de distribución, de comercialización y de publicidad, similares a los de las empresas transnacionales mencionadas. Todo ello en las narices del gobierno del Distrito Federal y sin que nadie se entere de lo que ocurre.
Hoy el Presidente se ha visto forzado a afirmar que él habla y hablará con la verdad, para enfrentar así la falta de credibilidad de su discurso; sin embargo la realidad se encarga pronto de desmentir sus afirmaciones, como pasó con el asalto al tren de Monterrey, unas horas después de una de sus declaraciones sobre ``los signos de mejora''. Pero no se trata sólo de decir o no decir verdades. El ocultamiento de hechos determinados como los que están ocurriendo en los sistemas bancarios y de tributación es también grave. Así por ejemplo, es posible documentar incidentes de cheques no pagados ``por insuficiencia de fondos'', que luego se aclaran como atribuibles al banco, quien resulta ser él que tiene la ``insuficiencia de fondos''.
Recientemente los dirigentes de la iniciativa privada han pedido una tregua fiscal, ya que de lo contrario varios miles de empresas más tendrán que cerrar y desaparecer en los próximos meses; de hecho se dice que el total de los adeudos fiscales de las empresas, es mayor que todo el PIB, y esto no porque las empresas deban tanto, sino por los recargos, actualizaciones, intereses y multas, que se les aplican al no poder cumplir sus adeudos, sin que exista por parte de la Secretaría de Hacienda, un sentimiento de corresponsabilidad, a sabiendas que son sus políticas las causantes del problema. De todo esto, el Presidente y sus colaboradores prefieren no hablar.
Es entendible y justificable el discurso y la posición optimista que ha pretendido mantener el Presidente; de hecho, sería cuestionable de su parte cualquier otro discurso. Pero el problema no está allí; a un Presidente no se le juzga ni se le evalúa en primera instancia por lo que dice, sino por lo que hace y por lo que deja de hacer. Su optimismo podría incluso ser bien recibido. Sí, pero siempre y cuando sus hechos y decisiones indicarán un compromiso claro con la nación y con el pueblo de México. Es allí donde el Presidente ha fallado y sigue fallando.
Ha fallado porque en su lista de compromisos han pesado más, mucho más, los que tiene con los banqueros, con capitales extranjeros, con el FMI, con el gobierno norteamericano, con Salinas y con Córdoba, que los que siente tener con el país; de allí que sus prioridades han estado en pagar lo impagable y en proteger lo improtegible, con los resultados que hoy se observan por todos lados.
Tan sólo el pasado jueves, los diputados del PRI decidieron contra viento y marea absolver al señor Figueroa, quien casualmente resulta ser un amigo del Presidente, en un ``acto de defensa a su partido'', dejando burladas y agraviadas a las viudas, a los familiares, a los campesinos de Guerrero y a todo el país. Hay acaso lugar para optimismo ante la indiferencia y el solapamiento a este crimen? No nos interesa ni buscamos un cambio de Presidente pero sí que el único Presidente que tenemos cumpla con los compromisos que él tiene, escuchando lo que el pueblo, la sociedad toda, le exige.