En la ceremonia de entrega de los Premios Nacionales de Periodismo uno de los cuales, el de caricatura, correspondió a nuestro compañero Antonio Helguera, el presidente Ernesto Zedillo manifestó su compromiso de respetar la libertad de prensa. En su alocución, el mandatario señaló que es tarea de los propios medios ejercer la libertad de expresión y regular los excesos, las tergiversaciones y los errores a que da lugar, inevitablemente y por desgracia, el trabajo de informar.
Sin duda, la información puntual a la sociedad, la reflexión, el debate y el esclarecimiento de los grandes temas nacionales en los medios de información constituyen factores indispensables para la democratización plena de la sociedad, para la superación de los problemas sociales del país y hasta para avanzar en la recuperación económica. Sin un ejercicio independiente, crítico y responsable de la libertad de expresión, la sociedad carecería de elementos necesarios para su funcionamiento, los distintos sectores políticos no podrían conocerse, comprenderse y tolerarse unos a otros, e incluso el gobierno perdería puntos de referencia fundamentales para tomar decisiones atinadas y oportunas.
Es preciso reconocer que, en México, los términos en los que se desarrolla el trabajo de los informadores se han modificado en forma radical en los últimos años. Hoy, los espacios y los márgenes de la libre expresión son incomparablemente mayores a los que había hace una década, incluso hace un lustro; los viejos temas prohibidos y las figuras antaño intocables, prácticamente han desaparecido; en fin, el viejo andamiaje de complicidades, silencios, corrupción estructural, amenazas implícitas, atribuciones extralegales y reglas no escritas que reguló por décadas las relaciones entre el poder público y los medios de nuestro país, se encuentra desarticulado.
Persisten, sin embargo, muchos de sus fragmentos en núcleos de la administración pública y de los gobiernos estatales, así como en grupos de interés político y económico, pero hoy la vinculación de los medios con tales sectores, y su acatamiento de esas caducas e inmorales reglas del juego, o la preservación de la independencia informativa y del sentido crítico, es una alternativa que cada medio toma y que los lectores, televidentes y radioescuchas, juzgan de manera implacable ampliando o reduciendo la circulación o el rating de los órganos informativos en cuestión.
Ciertamente, aún debe andarse mucho camino para establecer una completa transparencia entre el poder y los medios y entre éstos y su público. El establecimiento por parte de los propios órganos de prensa de mecanismos fiscalizadores de la conducta periodística ombudsman de los lectores y códigos de ética informativa, por ejemplo es, en esta perspectiva, una tarea necesaria. También lo es la regulación de la publicidad oficial de acuerdo con la circulación real, el impacto, la influencia y la calidad de los públicos, lectores o audiencias de los medios, a fin de repartir los recursos correspondientes de una manera realmente justa y ajena a los designios discrecionales de muchos funcionarios de las áreas de prensa, relaciones públicas y comunicación social de las dependencias oficiales.
En el momento actual, la alocución presidencial es un mensaje auspicioso de libertad y transparencia que debe ser valorado por la sociedad y por sus informadores.