Elba Esther Gordillo
Avatares de la construcción democrática

En el México de hoy, un dato es inequívoco: el avance consistente de la democracia. Hecho alentador en sí mismo que, sin embargo, trae aparejadas tensiones que tienen orígenes diversos, entre ellos el choque entre los viejos y los nuevos usos. La contradicción entre la cultura desgastada de las corporaciones, los partidos políticos, las iglesias... y las nuevas prácticas que pertenecen a la cotidianidad democrática hasta hace poco tan extraña a nosotros.

Signo de los nuevos tiempos, es la ruptura de la unanimidad en las organizaciones (lo mismo partidarias que empresariales, sindicales o religiosas), que expresa el agotamiento de las viejas formas de control político, y el surgimiento de diversidades que sacuden, alteran y conmocionan a quienes se formaron en las viejas reglas del juego, en la cultura de la ``línea'', en una ``lealtad'' que era entendida como la aceptación acrítica a las disposiciones que procedían de arriba...

Así, un torrente de expresiones sociales se enfrenta a la inercia de prácticas en las que brillan por su ausencia la pluralidad, el respeto y la tolerancia; encara actitudes rígidas de los reticentes al cambio. Desde la ortodoxia de los feudos se lanza el anatema, se condenan los ``comportamientos heréticos''. La política, piensan, es un concierto para una sola voz, la suya. A los demás sólo les queda ser ecos o, como acostumbran decir: ``las órdenes se acatan, no se discuten''. El sometimiento, sin más.

Así funcionó y lo hizo más o menos bien el sistema político. Así se tejieron y consolidaron extensas redes de poder y de complicidades. Pero lo que funcionó en el pasado, en otras condiciones, en otro entorno, no tiene por qué hacerlo hoy... Era otro país que sólo sabía verse a sí mismo y que rara vez se asomaba afuera; también era otro mundo y otros los mexicanos.

En la lectura de los intolerantes, discrepancia es oposición y quienes piensan distinto son enemigos y, entonces, hay que tratarlos como enemigos. En un sistema de símbolos, el primer paso es el envío de mensajes (``a buen entendedor, pocas palabras''). Muchos de los recados son tan obvios que resultan advertencias. ``Detrás de la jauría se dice en el pueblo viene el cazador''. De eso se trata?Pero las inquietudes que se manifiestan en la mayor parte de las organizaciones sociales, no son invenciones sino realidades y, sin desconocer la presencia de inductores, derivan de razones igualmente auténticas... Más vale que lo entiendan así los viejos liderazgos controladores, pues de lo contrario van a ser rebasados por los impacientes, por los que quieren saltar etapas y aún por los demagogos y nadie gana, las instituciones menos, con el desparramamiento de fuerzas sociales.

Se requiere que haya sensibilidad política para entender la urgencia de abrir espacios de interlocución con los nuevos actores: si se siguen asumiendo los conflictos como juegos suma-cero en el que las ``pérdidas'' en un espacio significan ``ganancias'' para los adversarios y viceversa, perderemos la oportunidad única de llegar, finalmente, a una institucionalidad democrática.

Los ``duros'' no son exclusivos de un sector o de una sola expresión política; están en el gobierno y en la sociedad, en todos los partidos, en la derecha, en la izquierda y el centro. En todas partes hay excesos, como lo ejemplifican quienes parecen creer que la defensa de derechos cuya legitimidad nadie cuestiona implica hacer caso omiso de los derechos de los demás y de las reglas de la convivencia social.

Más allá del menú de agravios que cada uno tiene, la dinámica social de México cada día más compleja demanda un claro compromiso de todos con la ley, las garantías individuales y el respeto a los otros, construir las respuestas democráticas que nos permitan enfrentan estas turbulancias, cerrarle el paso a los rumores, a la sospecha y a la intolerancia que enrarecen la atmósfera política y afectan la institucionalidad.

Es preciso que cada uno de los actores políticos asuma su propia responsabilidad para consigo mismo, para con sus agremiados y con la vida pública del país.

Resolver, no ignorar o suprimir las contradicciones, enfrentar y debatir con civilidad las ideas y las prácticas antagónicas; recurrir a la negociación legítima y transparente y no al arreglo en la sombra; respetar a las disidencias en vez de descalificarlas o nulificarlas... Esas son algunas de las fórmulas que pueden permitir que las distintas expresiones de la sociedad mexicana que recuperan su vitalidad política se traduzcan en opciones para fortalecer el proceso democrático.