A José, hasta en la muerte hermana y solidaria
Un ciclo se inicia, otro acaba. Hace 12 años con el pie derecho entró en circulación La Jornada, nuestro diario. Nació con una planta de colaboradores de gran valía; venían de publicaciones democráticas y críticas como Proceso y el grupo, numeroso por cierto, que dejó el unomásuno por razones que no viene al caso mencionar. Otros muy jóvenes se ``estrenaron'' como periodistas y hoy son ``veteranos'' con gran experiencia en el oficio. Tuvieron la suerte de poder abrevar de periodistas tan notables como Carmen Lira y Carlos Payán.
Desde entonces, La Jornada ha seguido una línea ascendente que se puede observar en el tiraje alcanzado y en el alto grado de penetración al que ha llegado en distintas capas de la sociedad. Y es que nuestro diario ofrece una lectura diferente. Aquí han encontrado su voz los que no la tenían. Nuestro diario es el cuestionador de las actitudes prepotentes de los hombres que detentan el poder, desde el político más encumbrado hasta el último de los servidores, el policía corrupto.
Sin duda, el esfuerzo de los que luchamos desde hace muchos años, a brazo partido, por la defensa de los derechos humanos y por la vigencia del Estado de derecho, era mucho más difícil cuando no teníamos tribunas de libre expresión como La Jornada.
Ciertamente, no hay publicación que se respete que no cuente con un gran director. Podemos recordar hoy las palabras escritas por Renato Leduc: ``...Pepe Pagés es más bien un arbitro nato y neto. No promueve los pleitos, los regula. `En todo lo que va de esta pelea observaba cierta noche un locutor boxístico no se ha notado la presencia del réferi. Eso quiere decir que la pelea es buena y que el réferi es mejor'. La presencia de Pagés en Siempre! no se siente, pero ahí está...''. Lo que puedo decir de Carlos Payán es, además de lo anterior, que en él se dan dos atributos fundamentales: sabiduría y sensibilidad.
Quiero dejar constancia de que, desde que Carlos generosamente me permitió colaborar en estas páginas, siempre pude expresarme con entera libertad. En mi columna encontraron espacio aquellos que recurrieron a mí como abogada para denunciar la injusticia y el pisoteo a la dignidad.
Desde que empecé a escribir, en dos ocasiones he recibido amenazas, seguramente porque he denunciado la corrupción y me he enfrentado a los que han convertido a nuestro país en su coto de poder. En octubre de 1992, la primera vez, la decisión tomada por Payán para publicar de inmediato las amenazas, sin duda me salvó la vida. Todos los anónimos fueron puestos en el correo el mismo día, en distintos buzones, esperando que llegaran en distinta fecha. El estilo era policiaco. Unos buenos, otros malos. El primero era de los malos; en los otros habían elegido al chivo expiatorio. Nadie habría investigado jamás. Y otro u otros inocentes pagarían por un crimen cometido por los que, entonces, detentaban el poder.
Ignoro cuál sea el avance que registre la investigación que, se supone, está haciendo la PGJDF, a propósito de las últimas amenazas de que fuimos objeto mis hijos y yo. Sigo esperando que me informen; en cambio, La Jornada publicó un editorial solidario que me hizo recuperar la fe en las personas.
Carlos Payán deja la dirección de este diario en manos de una talentosa mujer, Carmen Lira, periodista que sin duda defenderá la línea que marca a nuestro diario: la libertad de expresión.
En La Jornada los únicos obstáculos para expresarse libremente los imponen la inteligencia, la imaginación y el compromiso con la sociedad. Mi confianza en la nueva directora se basa en sus antecedentes, inmejorables, por cierto. Carmen Lira es una mujer íntegra que ha arriesgado su vida como corresponsal de guerra, y que con valentía ha asumido una postura siempre independiente.
Por mi parte, también inicio una nueva etapa. Me brindan la oportunidad, en un periódico de próxima aparición, de escribir una columna diaria sobre la situación de los derechos humanos. He decidido aceptar el reto. Mi colaboración en estas páginas llega a su fin, pero no mi relación con La Jornada.
En su discurso del Coloquio de Invierno, en 1992, Carlos Fuentes dijo: ``Para asegurar la continuidad de la vida, debemos todos cooperar en un nuevo proyecto de modernidad que no excluya a nada ni a nadie, y que pueda ser compartido por tantos como sea posible, sin violentar la tradición cultural de cada cual''. Aunque yo esté en otro lado, La Jornada será siempre mi casa.
Espero mantener y aumentar los afectos que cultivé con muchos reporteros y articulistas. Nuestro objetivo, creo, es el mismo: luchar porque en nuestro país la dignidad del hombre prevalezca siempre por encima de cualquier interés, y porque en México realmente impere la ley.
No me queda más que decir gracias.