En el momento de escribir esta nota aún no se conoce el veredicto de la Cámara colombiana acerca de la ``dignidad'' o menos del presidente de la República, Ernesto Samper. Personalmente espero que sea absuelto de los cargos que se le imputan. Por una razón muy sencilla: la derrota de Samper sería, si bien con motivaciones distintas, un triunfo tanto para Estados Unidos como para la mafia colombiana.
Estados Unidos está atravesando otra vez una de esas fases de principismo cínico-imperial de su historia. Ahora decidió enviar al mundo, vía Samper, el mensaje de que Washington no tendrá relaciones con presidentes involucrados de alguna forma con el narcotráfico. Y, como ocurre a menudo en la historia de EU, tenemos aquí otra vez un noble principio puesto al servicio de la estupidez. EU no entiende que el verdadero enemigo de la mafia colombiana es, en este momento, Ernesto Samper. Y obtiene así el resultado de que la voluntad de lucha contra el narcotráfico asuma incluso un perfil antimperialista. Una obra maestra de estulticia de parte de los estrategas de la política exterior de Washington.
La mafia colombiana no espera otra cosa sino la derrota de Samper como escalón más hacia una paralización institucional que haga posible operar con mayor libertad y blanquear, sin mucha zozobra, aquello que deba ser blanqueado. El narcotráfico necesita un Estado débil para multiplicar sus cabezas de puente con el resto de la sociedad, y disolver así sus propias específicas responsabilidades. Y ahora en ese circo sangriento, donde ya nada es lo que parece ser, surge un grupo denominado Dignidad por Colombia que, después de haber raptado al hermano del ex presidente César Gaviria, amenaza con asesinarlo si Samper es absuelto.
Y uno podría preguntarse qué demonios tiene que ver un grupo guerrillero con el veredicto de uno de los órganos del poder del adversario estoy trivializando un poco (no mucho) el pensamiento de la guerrilla verdadera. Pero cómo estarían las cosas, si se pudiera mostrar que Dignidad por Colombia es otra criatura de la estrategia del caos del narcotráfico? De la misma manera en que los Extraditables, responsables de una de las estaciones más sangrientas de la historia colombiana, lo fueron hace sólo pocos años atrás. Dicho lo cual, comienza uno a vislumbrar los contornos de ese archipiélago del desastre que es la Colombia de fin de siglo.
Si a esto añadimos que el país se ha convertido en teatro del conflicto histórico entre la vieja oligarquía institucional y la nueva, agresiva, oligarquía coquera, si agregamos los conflictos internos a la vieja oligarquía, los ajustes de cuentas entre los distintos cárteles, las campañas de mensajes públicos de unos y otros, los vínculos con ese o aquel de los dos grandes partidos oligárquicos colombianos, es difícil imaginar un caos (con perdón de la lógica) más perfecto que Colombia.
A comienzos de esta década, el presidente César Gaviria obtuvo un gran éxito con el encarcelamiento y la derrota del clan de Pablo Escobar. La mafia se toma ahora la revancha aprovechando y forzando al enjuiciamiento del presidente Samper. Se trata de humillar al Estado y trabar el funcionamiento de su maquinaria operativa y legal. Y en el medio de este caos, el vicepresidente de Colombia se declara favorable al enjuiciamiento de Samper, desde su oficina de embajador en España. Y sólo este es un detalle en que la realidad compite con la imaginación de García Márquez: un vicepresidente enviado a despachar a otro continente. Esa mezcla de buenas conciencias, legalidad de aparador, juegos turbios y enriquecimientos milagrosos ha vuelto a Colombia un país irreconocible a sus propios ojos.
En su Noticias de un secuestro, García Marquez, como aquel gran periodista que es (además de ser una de las mayores muestras de la imaginación latinoamericana), escarba la superficie de brutalidad y barbarie del universo-narcotráfico. De él, permítaseme la enunciación de un deseo personal, hay que esperar más: la novela de la sociedad colombiana a fin de siglo, esa mixtura de violencia, chantajes, dignidad e inocencia bárbara.
Samper no es un santo. No lo es frente al narcotráfico ni por un origen personal, que lo ubica en los grandes juegos oligárquicos de la política colombiana. Sin embargo, me atrevo a suponer que sea en la actualidad la mejor carta del Estado colombiano para seguir subsistiendo aún en medio de sus no pocos pecados. He ahí una paradoja más de la situación actual. El combate al narcotráfico está destinado a fortalecer a una oligarquía que intenta conservar sus antiguos privilegios. Pero, y no obstante todo, frente a una acelerada descomposición de la sociedad, no hay mucho más de donde sacar fuerzas para mantener la residual, incierta, dignidad del Estado colombiano.
Si en algún momento del futuro de este país fuera posible construir instituciones de mayores cimientos sociales, debilitando tanto a la vieja como a la nueva oligarquía, esto sería sin duda lo mejor. Pero, por el momento, en el primer punto del orden del día está la tarea gigantesca de evitar una descomposición social mayor, que implicaría el desbaratamiento de las instituciones y de su débil legitimación social. Cuando la alternativa es el caos y el envilecimiento de toda la nación, no se puede ser muy exquisito.