Manuel García Urrutia M.
El miedo a la libertad

A Carlos Payán, por darnos tribuna, y a Carmen Lira por el compromiso que inspira

Desde los años 70, cuando vivía mis primeras experiencias en esas lides, ya se reivindicaban en el movimiento obrero independiente, de manera fundamental, la democracia, la autonomía y la libertad sindical. Era, en esencia, la lucha contra el corporativismo, esa forma de relación reproducida del fascismo italiano entre el Estado y la sociedad, dividida en sectores, que ha pervertido la función de las organizaciones para subordinarlas a los intereses de un partido, confundido y fundido con el papel del Estado, a fin de mantener un control sobre los integrantes de las mismas, dando legitimidad, por esa vía, al gobierno en turno y a las políticas que aplica a cambio de poder social, político y económico para sus líderes.

Por eso, ahora que el 21 de mayo pasado la Suprema Corte de Justicia formuló dos tesis que ratifican la libertad sindical consignada en el artículo 123 constitucional, no hay confusión de mi parte para reconocer que son un resquicio para avanzar en la democracia más allá de los aspectos meramente electorales.

Las tesis emitidas sobre la libre sindicalización de los trabajadores, a partir de dos amparos concedidos, uno al Sindicato del Personal Académico de la Universidad de Guadalajara, y otro a un Sindicato de los Trabajadores de los Poderes del estado de Oaxaca, alientan la lucha por desmantelar el sistema corporativo y terminar con la exclusividad sindical, abriendo la posibilidad de que se dé, por fin, cumplimiento al Convenio 87 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre libertad sindical y protección del derecho de sindicación, ratificado por México en 1950. Por la violación a este Convenio el gobierno ha recibido varias recomendaciones de la OIT, a fin de que termine con el ilegal monopolio que detenta la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, y también la Federación Nacional de Sindicatos Bancarios en sus regulaciones se prohíbe la coexistencia de dos o más sindicatos en el seno de una misma institución; se impide que los afiliados dejen de formar parte del sindicato; hay la obligación de las organizaciones a pertenecer exclusivamente a una federación, y sus integrantes no tienen facultad para decidir sobre la reelección de sus representantes.

La reacción apresurada de algunos abogados, estudiosos laboralistas, así como de líderes sindicales, no sólo de la línea oficial sino también de los considerados progresistas, ante la decisión de la Suprema Corte evidencian una visión miope del asunto. Dos argumentos se han esgrimido de manera más reiterada; que la decisión lleva implícita la reforma laboral en lógica de los designios de EU, y que busca atomizar a los sindicatos como si la fragmentación no fuera ya uno de sus rasgos. Nada más falso. En todo caso, sólo se trata de que el gobierno cumpla con la ley.

Asimismo, la atomización no se da por la libertad sindical, sino por los intereses particulares de ciertos líderes si no, que le pregunten a la FESEBES, por el control oficial sobre los registros sindicales y las tomas de nota de las dirigencias y por la falta de una estrategia autónoma del movimiento obrero, organizativa y unitaria. La pulverización se combate con acciones que busquen recuperar las organizaciones de los trabajadores para cumplir con sus fines; con sindicatos por rama industrial conformados de manera plural, democrática y con líderes representativos. Así, las organizaciones que no funcionen ni respondan a los intereses de sus agremiados serán desplazadas por otras más genuinas y competentes.

La libertad conlleva siempre riesgos y responsabilidades, sin duda, pero vale la pena asumirlos. Los que ven en las tesis de la Suprema Corte una amenaza para los sindicatos, no quieren perder sus cotos de poder y/o piensan en el fondo como en el porfiriato que los trabajadores no están maduros para decidir conscientemente sobre su afiliación y su futuro. Y eso es lamentable.

La izquierda ha sido una aliada natural en esta lucha contra el corporativismo y por la justicia social aunque en momentos caiga en la tentación de reproducir formas corporativas en su relación con la sociedad y es que ser de izquierda es pugnar por el cambio y en ese sentido me sumo, sin ser miembro de ese organismo, a la declaración del Partido de la Revolución Democrática (PRD), al fijar su posición sobre este punto: ``El PRD saluda estas resoluciones de la Suprema Corte de Justicia en tanto sientan bases jurídicas para eliminar el régimen de excepción del apartado B y promueven que los trabajadores puedan organizarse en sindicatos que efectivamente los representen... Considera, además, que estas resoluciones son insuficientes para abrir camino a la libertad sindical, en tanto continúen los mecanismos de control del Estado y de los sindicatos oficiales a través del registro sindical y de la cláusula de exclusión''.

Los temores que estas tesis han generado me hicieron recordar ideas de El miedo a la libertad, libro de Erich Fromm: ``la victoria de la libertad es solamente posible si la democracia llega a constituir una sociedad en la que el individuo, su desarrollo y felicidad, constituyan el fin y el propósito de la cultura... en la que el individuo no se vea subordinado ni sea objeto de manipulaciones por parte de ningún otro poder exterior a él mismo''.