Una de las exposiciones más hermosas e interesantes que pueden verse hoy día, ya sea en galerías que en museos, es la integrada por óleos, pasteles y dibujos de Tomás Parra bajo el título de Mitos y realidades. Hace tiempo que este pintor, de tan sólida trayectoria, no exponía sus trabajos recientes a la vista del público. Como se sabe, a la vez que artista él ha sido (es) un activo promotor cultural, museógrafo y curador de exposiciones. Su función más conocida y controvertida, fue la que realizó como director del desaparecido Foro de Arte Contemporáneo por varios años donde realizó exposiciones y coloquios de trascendencia histórica. También fungió un tiempo como subdirector del Museo de Arte Moderno y luego como curador-fundador del Museo de Arte de la Universidad de Guadalajara, instancia para la cual reunió una nutrida exposición interdisciplinaria de arte latinoamericano que se acompañó de un simposio en el que tomaron parte varios especialistas.
Todas estas actividades no cancelaron, pero sí disminuyeron el ritmo de trabajo del artista en cuestión y por ello ahora ha sido una sorpresa encontrarse con un buen conjunto de trabajos que lo sitúan entre los pintores de primera línea de su generación, misma que sucede en muy pocos años a la de Ruptura.
Este año se celebran los 100 del nacimiento de André Breton. La muestra que comento debe considerarse entre las que celebran (de soslayo) al líder del surrealismo. No se trata aquí de un surrealismo ortodoxo, manido, producto de un segundo a tercer discurso. Al contrario, hay un discurso fragmentado, a veces ``convulsivo'' (por aquello de que ``la belleza será convulsiva o no será''), pródigo en matices eróticos, simbolismos sexuales, híbridos extraños, más nunca a la manera del demasiado saqueado Hieronimus Bosch. Si con alguien, tal vez, guarda alguna relación Tomás Parra es con el Roberto Sebastián Matta de años anteriores, pero ni aun ésto es muy cierto, salvo por el hecho de que muy probablemente toma la vía de la asociación libre (no puede hablarse de automatismo psíquico, porque ese proceder desde mi punto de vista no existe) para amalgamar sus elementos iconográficos. Los cuerpos de mujer, a veces convertidos en maniquíes, otras sin cabeza (lo cual no deja de preocupar algo) generalmente se presentan acosados por instrumentos del mundo de las máquinas, sin tratarse propiamente de máquinas. En el excelente cuadro la venus de Saravia el maniquí femenino está dentro de una estructura lineal que se antoja ``cosmonáutica'' (con reminiscencias cinematográficas) y es atacado por aviones que pueden parecer de juguete.
Memoria de la Oca da cuenta de un buen manejo del acrílico sobre papel, es el cuadro más abstracto y económico en elementos que ofrece la muestra, la composición es rara, o si se quiere atípica, y eso es lo que precisamente atrae en varias de las pinturas exhibidas. Ver por ejemplo un Adán convertido en personaje hermafrodita (y ¡claro que Adán tiene que haberlo sido!) con los genitales convertidos en partes del cuerpo femenino tiene su interés bíblico. En La creación de San Gabriel hay pájaros antropomorfos que ``crean'' o dan origen a una mujer serpiente. Claro está que si pensamos en San Gabriel Arcángel sacaríamos la conclusión de que los pájaros inicialmente fueron ángeles o arcángeles, pero en realidad éstas son cosas que pueden interpretarse de acuerdo a las propias asociaciones que las obras destacan en el espectador y eso es lo interesante. Nada es banal o inocuo, ni siquiera el muy manido tema de Leda y el Cisne o las configuraciones tipo ``cadáver exquisito'', que tal vez Parra realizó a modo de homenaje a una antigua amiga suya: la desaparecida pintora Alice Rahon. De hecho hay una pintura, Memoria para la infancia de Alice que permitiría sacar esta deducción. El cuadro de mayores dimensiones es apaesado, se titula Funeral de Icaro. Icaro, el artífice por antonomasia toma aquí investidura de aeroplano ya herido por el castigo que lo desplomó. Se trata de una de las más logradas piezas de la muestra, pero en realidad no es muy justo decir esto, pues se exhiben asimismo dibujos finísimos como Nacimiento de Venus I que muestra la maestría con la que este pintor maneja el pastel combinándolo con lápiz o barra conté.
Ninguna de las obras es estridente, ninguna grita, los acabados que el pintor de a las máquinas inútiles (recordando algo a Picabia) o a sus cuerpos geometrizados, a la centauresa con cara de chivo y nalgas de mujer que aparece en Sombras de ultramar son meditados, elegantes, trabajados con detalle pero nunca relamidos. Hay clara preferencia por el color mezclado y se han evitado los tonos primarios, que si aparecen, lo hacen en dosis muy moderadas.
Una exposición poco común que evidencia auténtica fase creativa de este artista maduro que hace rato nos debía la oportunidad de observar sus trabajos.