En una sustanciosa conversación con Carlos Ramírez en la que hablábamos sobre el gobierno de Zedillo, le propuse el concepto ejecutivismo en lugar de presidencialismo (véase su columna ``Archivo político'' en El Financiero, domingo 19 de mayo de este año). Y Carlos, inteligente y agudo como es, resumió el concepto y su contraste con el presidencialismo de la siguiente manera:``La diferencia entre uno y otro no es de matiz: el presidencialismo implica un conjunto de relaciones de poder de carácter histórico, que abarca la formación piramidal de los niveles políticos del país y que implica un liderazgo institucional. El ejecutivismo, en cambio, es apenas el ejercicio de la autoridad política que se deriva del cargo de titular del Poder Ejecutivo. Si el primero tiene que ver con un proyecto político y de grupo, el segundo dibuja claramente la utilización de la autoridad presidencial pero ejercida sin consenso, sin bases sociales, sin compromisos, sin proyecto y sin destino''. Y más adelante escribió: ``La diferencia es de fondo: el presidencialismo, por sus redes de poder, gobierna, en tanto que el ejecutivismo administra''.
Esta es la percepción que tenemos algunos de los que nos interesamos en el análisis político, pero también varios de quienes se dedican a la política dentro o fuera del PRI y dentro o fuera del mismo gobierno federal.
Cierto es que el llamado sistema político mexicano está en crisis, entre otras razones porque el modelo originado en el bonapartismo populista de los años 20 y 30 está agotado. Pero no menos cierto es que dicha crisis se debe también a que el cambio del modelo político no lo hicieron los políticos sino quienes los sustituyeron y para quienes, ahora e irremediablemente, trabajan: los tecnócratas. Estos, como ahora lo reconocen muchos priístas, no hicieron carrera por la vía de cargos de elección, es decir lidiando lo mismo con sus pares que con el pueblo organizado y sin organización. Los tecnócratas, cuando participaron en relación con el pueblo lo hicieron con escenarios preparados, con sólo el polvo que levantaban los helicópteros al aterrizar o las suburban al frenar, y con espontáneos
previamente investigados, escogidos y con un guión más o menos aprendido de memoria. La vieja tesis de Gustavo Hernández que le valiera el elogio de Daniel Cosío Villegas, en la que demostraba cómo funcionaban los círculos concéntricos y piramidales del ascenso político y los compromisos establecidos, no tiene vigencia hoy en día para el ascenso a la Presidencia de la República ni para el de muchas gubernaturas, para no decir de todas.
Mientras el PRI y los priístas tienen que lidiar con dirigentes obreros, campesinos y demás sectores de un pueblo fastidiado por el cierre de expectativas, los tecnócratas hablan de mitos geniales y del pueblo estratificado en gráficas piramidales de computadora. La política a la que están acostumbrados los tecnócratas se basa en probabilidades estadísticas y en cálculos de corto plazo hechos en gabinete, lo cual no es desdeñable, cierto, pero sí insuficiente para gobernar, para gobernar para los mexicanos y atender, por lo tanto, demandas legítimas en contra de un modelo económico que sólo funciona bien para los privilegiados del nuevo sistema y para quienes les dictan, a los gerentes del neoliberalismo, las recetas a seguir. El PRI, siendo otro de los pilares del llamado sistema político mexicano, está también en crisis porque no depende más de un político que estableciera compromisos con los priístas, sino de un tecnócrata que hizo su carrera al margen del PRI, aunque alguna vez haya obtenido su credencial partidaria. Y el presidencialismo no debiera olvidarse era el vértice del PRI a la vez que un producto de las negociaciones políticas entre los grupos de poder que siempre han caracterizado a este partido. El ejecutivismo, en cambio, no surgió de esas negociaciones ni requiere de ellas, pues no caben en él los políticos, sino que se basa en relaciones de subordinación que, se quiera o no, provocan reacciones en contra. Los políticos, manifestándose aparentemente como defensores de un supuesto presidencialismo que ciertamente no lo es, están esperando el momento y haciendo su juego para recuperar espacios en una lucha que tendrá que darse, está dándose, contra la tecnocracia y contra el PAN.
Nota: Me disculpo con mis lectores pues en las próximas semanas, por razones de trabajo, difícilmente tendré tiempo para escribir y publicar en estas páginas.