Mauricio Merino
Tabasco: la razón del poder

Habría que hacer una encuesta imparcial y bien diseñada para preguntarle a los tabasqueños qué opinan hoy de la democracia. Y acto seguido, habría que mostrársela a los principales líderes políticos del país, para que comprendan el daño que el enfrentamiento sin restricciones y sin matices le puede causar a nuestra transición amenazada, pues hace tiempo que la arena de combate político entre los líderes tabasqueños perdió el hilo de una verdadera justificación democrática. Se trata simplemente de un juego de fuerzas, en el que ya nadie se puede rajar sino hasta la destrucción definitiva del enemigo.

El gobernador se ha propuesto dirigir la administración pública del estado hasta el año 2000, a pesar de todo y a cualquier costo, cobijado por el principio según el cual todas las acusaciones que provienen del PRD están basadas en la mala fe de quien no supo perder los comicios y, en cambio, ha decidido denostar el buen nombre de la familia Madrazo con datos jurídicamente improbables. Desde ese punto de vista, el gobernador de Tabasco nos ha demostrado de manera fehaciente, una vez más, algo que ya sabíamos desde el siglo pasado: que la ley también sirve para burlar a los adversarios, y para proteger a los propios. La ley que sirve para escapar de la ley. Con la asesoría diabólicamente audaz e inteligente de uno de los mejores penalistas que ha producido el país Marco Tulio Ruiz Cruz, Roberto Madrazo se ha dado el lujo de parar de cabeza a la Procuraduría de Lozano Gracia, y de someter a la Suprema Corte de Justicia de la Nación a los argumentos legales que se fueron construyendo desde Tabasco sobre la marcha, con el único propósito de ganar tiempo. Pero entiéndase bien: el éxito no es del gobernador que ha decidido gobernar a pesar de todo, sino de su brillante abogado. El que ha hecho las cosas muy bien no es Roberto Madrazo, sino Marco Tulio Ruiz Cruz.

Pero del lado de Andrés Manuel López Obrador tampoco hay muchas razones de celebración democrática. Su objetivo es lograr la expulsión de Roberto Madrazo del gobierno de la entidad, mucho más que crear las condiciones para que esta penosísima feria de vanidades se repita, y peor, en las próximas elecciones. Se trata de ganar el gobierno de Tabasco pero también de cobrar venganza; de excluir de manera inapelable a los adversarios, en el entendido de que en aquella entidad no hay lugar disponible para los dos grupos en pugna. La democracia nacería, acaso, una vez que el PRI tabasqueño haya sido derrotado en definitiva, y que el PRD se haya acomodado en los mandos políticos del estado. Y es que la postura de López Obrador es la de un guerrero en batalla, que no está dispuesto a discutir las reglas de la contienda sino hasta después de haber obtenido la victoria.Con todo, no hay duda de que el gobernador Madrazo ha acumulado una enorme deuda moral con Tabasco y con la democracia de México, en la medida en que su contienda está emitiendo señales lamentables para la transición mexicana, que distan muchísimo de acercarse siquiera a los valores básicos de la tolerancia, la pluralidad, el diálogo, la responsabilidad pública o la concertación civilizada entre intereses opuestos que tanta falta le hacen a México para dejar atrás su autoritarismo atávico. La democracia no es ni puede ser confundida, por más discursos que quieran enarbolarse, con el enfrentamiento brutal y con la destrucción de los adversarios. Y en esta materia, siempre tendrá mayor responsabilidaed quien ejerce el poder.

Existe la posibilidad de remediar este galimatías jurídico en busca de una salida plausible? Sin duda, cada vez es más difícil y cada día más peligroso. Pero la política consiste, entre otras cosas, en el arte de encontrar las respuestas posibles. Lo que no se puede, en cambio, es confiar en que el tiempo ofrecerá el bálsamo suficiente, ni tampoco renunciar tan abiertamente a los planteamientos éticos que se han quedado tirados por los pasillos de los juzgados. Tabasco no se merece el espectáculo que ha estado viviendo. De una vez por todas, es necesario reconstruir el sendero con otros líderes, con otras propuestas y con otras reglas. Tabasco jamás volverá a ser el mismo que gobernó el padre de Roberto Madrazo al amparo de un solo partido y de una autoridad inapelable e indiscutida. Pero sí puede volver a ser, si la guerra sigue imponiéndose a la política, el Tabasco violento y terrible de principios de siglo. De modo que ya va siendo tiempo de enfriar el calor tabasqueño, antes de que la guerra de leyes se convierta, sin más, en la guerra a secas.