Más de una treintena de iglesias de feligresía mayoritariamente negra han sido incendiadasen forma intencional, según todos los indicios en Estados Unidos en los últimos 18 meses; la más reciente, ayer mismo, en Oklahoma. En términos coyunturales, esta oleada ominosa de atentados contra la comunidad afroamericana se inscribe en el resurgimiento de actitudes racistas y xenófobas en sectores importantes de la sociedad estadunidense, alentado por una propaganda electoral, y que, coyunturalmente, ha hecho de los mexicanos su objetivo principal. En líneas más generales, el racismo corriente en Estados Unidos responde también a un viraje de más largo plazo, y más de fondo, hacia el aislacionismo.
Los ataques contra los templos son criminales desde cualquier ángulo que se les vea: no sólo constituyen, por sí mismos, daños delictivos y vandálicos a la propiedad, sino que atentan asimismo contra la libertad religiosa, tan celosamente consagrada en una enmienda de la Constitución estadunidense. Pero, lo más grave, están dirigidos a lo que ha sido el centro de articulación e identificación social y cultural de las comunidades negras en el país vecino: las reuniones con motivo de los servicios religiosos, las cunas de los cantos spirituals, las principales tribunas de líderes tan destacados como los reverendos Martin Luther King y Jesse Jackson.
En este sentido, los incendios provocados constituyen y tal vez ese sea su propósito una peligrosa provocación y una incitación a la violencia racial, una violencia que puede tomar cursos inesperados y gravísimos, como lo fueron los desórdenes en Los Angeles en 1991, a raíz de la absolución de los policías blancos que golpearon al negro Rodney King.
Para las minorías étnicas y culturales estadunidenses, el principal desafío del momento consiste en percibir la existencia de una ofensiva articulada en su contra, procedentes de círculos racistas blancos, de sectores ultraconservadores generalmente vinculados al Partido Republicano, de ámbitos policiales y de políticos oportunistas que esperan ganar los votos de la mayoría blanca incitando al odio contra los otros estamentos del melting pot estadunidense, aun a riesgo de desgarrar a la nación y de provocar una involución de décadas en el difícil proceso de integración social que ha experimentado Estados Unidos en la segunda mitad de este siglo.
En segundo término, tales minorías, en unión con las fuerzas políticas sensatas de la mayoría blanca, deben aislar a los racistas y a los predicadores de la xenofobia. En estas tareas, debe darse una convergencia que vaya desde el gobierno del presidente Clinton hasta los activistas de los grupos étnicos. La sociedad estadunidense debe erradicar de su seno el huevo de la serpiente del racismo.
Hoy, los partidarios del odio incendian iglesias. Si no se les detiene por medio del repudio político y de la severa aplicación de la ley, en un futuro no lejano estarán quemando seres humanos, como lo hizo el Ku Klux Klan hasta hace pocas décadas.