Un lenguaje recuperado: doce largometrajes con temática gay en la Cineteca Nacional, del 18 al 30 de junio; diez largometrajes en el Museo Cinematógrafo del Chopo dentro de la X Semana Cultural Lésbica-Gay dedicada a Marguerite Yourcenar y a Pier Paolo Pasolini; un ciclo de cine gay en el Museo Carrillo Gil a principios de julio, y otro en la sala Pola Weiss de TV UNAM.Nuevos espacios de visibilidad para una temática que en la cartelera es, según el gusto de los distribuidores, vehículo de un discurso liberal (Filadelfia), exquisitez plástica (Adiós a mi concubina), alegoría romántica (Al caer la noche), alegato social novedoso (Fresa y chocolate) o comedia intrascendente (Jaula de pájaros). Cada año, siempre en junio, se proyectan algunos ciclos que abordan directamente la temática homosexual, sin ánimo mercantil y sin prejuicios, como la manifestación eminentemente cultural que en los noventa ya no puede ser ignorada. La conquista progresiva de espacios de visibilidad para el cine gay es evidentemente el barómetro de una cultura cinematográfica en vías de alcanzar la madurez y la prueba de que algunas instituciones han dejado de ver en la imaginación democrática un peligro exorcizable.
Existe un cine con temática gay, generalmente producido, dirigido e interpretado por heterosexuales; este cine, de hecho el más difundido y aceptado, lejos de cuestionar los valores dominantes, comúnmente los reafirma a través de la parodia inofensiva o del autoescarnio que se pretende confesión colectiva: un ejemplo extremo es Reinas o reyes?, ocioso remake (sin gracia ni delirio) de la australiana Priscilla, reina del desierto. Existe otro cine, el lésbico-gay, donde algunos directores y actores eligen enriquecer sus propuestas artísticas con la revelación de su identidad homosexual. Algunos realizadores gay desean defender sus derechos y su identidad en una sociedad obsesionada con ideales de normalidad; otros, manifestar plenamente, a través de su propia expresión sexual, las vertientes múltiples de su expresión artística. El cine lésbico-gay es, en términos generales, una manifestación crítica contra la intolerancia y la homofobia. De manera ideal, un dique contra las embestidas del oscurantismo moral; de manera cada vez más evidente, una tarea importante en un esfuerzo colectivo (fuertemente democratizador) que nos concierne a todos.
Las propuestas más interesantes de cine gay llegan a México por video. Sin distribución comercial a la vista y sin organizaciones interesadas en promover la compra de derechos y solventar los costos del subtitulaje, muchas películas gay con buena trayectoria comercial en Estados Unidos y Europa se vuelven inconseguibles en nuestro país. Verlas en una sala pequeña y sin subtítulos no es, ciertamente, la experiencia ideal, aunque sí una oportunidad única.
El ciclo Cine lésbico-gay: un lenguaje recuperado, programado por la Cineteca Nacional en colaboración estrecha con Jorge Pantoja Merino, responde, en lo esencial, a esta recuperación de un cine diferente un cine de minorías para públicos cada vez más amplios. Si exceptuamos dos películas viejas, El diputado, del español Eloy de la Iglesia, de 1978 (cómo ser socialista y homosexual en el postfranquismo de los setenta, salir del closet frente a los camaradas, y no morir en el intento), y Qué hotel! (The Ritz, Richard Lester, 1970), recorrido, humorístico, hoy nostálgico, de una época festiva, anterior al látex y a los anatemas de Pro-Vida, el resto del ciclo es novedoso y de una gran variedad temática. Hay tres largometrajes y un cortometraje relacionados con el tema del sida: la estupenda comedia canadiense de John Greyson, Zero Patience; el homenaje roquero a Cole Porter, Red, hot and blue, con David Byrne, Jimmy Sommerville, Sinead O'Connor, U2 y Annie Lennox, entre otros; Postcards from America, violenta denuncia contra el discurso homófobo, basada en un relato de David Wojnarowicz; y el cortometraje canadiense Thinking Positive. También de Canadá, dos interesantes reflexiones sobre la maternidad, la conducta disidente y el transexualismo (El sexo de las estrellas y Being at home with Claude). Se incluyen dos cintas (de) lesbianas: la muy popular Go fich, de Rose Troche, una comedia de enorme eficacia, y When Shirley met Florence, corto testimonio sobre el lesbianismo en la tercera edad. Wigstock, de Barry Shils, es un delirio fílmico sobre un festival anual de travestis en Nueva York, cuyo nombre evoca paródicamente a Woodstock un festival de música, vestidos, y por supuesto wigs (pelucas). El lenguaje perdido de las grúas, según la novela de David Leavit, y la holandesa For a lost soldier, de Roeland Kerbosch, son dos estupendos relatos intimistas sobre amaneceres sexuales vistos desde el closet.En casi todas estas cintas, una constante: la experiencia individual confrontada al tumulto de la vida pública, a las alegrías y tristezas de la carne, a la intolerancia irracional, a la subversión humorística, y al reto de la diversidad sexual. El cine lésbico-gay: el impulso vital que corre de las márgenes al centro para devolvernos un reflejo (más auténtico, tal vez) de nosotros mismos.