La hermosa y valiente joven, presa en el convento de Belem por enviar su amado dinero e información para la causa de la Independencia, logra escapar disfrazada de negra, y de arrieros sus cómplices, para reunirse con su amante con quien poco después contrae matrimonio y comparten una vida azarosa para alcanzar los ideales independentistas.
Esta historia que parece cuento de hadas es en resumen la vida de una pareja extraordinaria: Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. Esto viene a colación porque precisamente en la que fuera su casa, situada en las calles de Brasil, junto al antiguo palacio de la Inquisición, en lo que eran las Cárceles de la Perpetua, se encuentra ahora el Centro de Información y Promoción de la Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Frente a la inmensa y bellísima Plaza de Santo Domingo está la casa con sobria fachada de marcos de cantera, balcones de hierro que resaltan con el vino claro de los muros. En el interior dos lindos patios dan luz a lo que fueron las habitaciones y demás instalaciones de la residencia. Ahora en ellas, bajo la dirección del escritor Daniel Leyva, hay talleres de literatura, presentaciones de libros, exposiciones y una buena biblioteca.
Un dato interesante es que existe todo el mobiliario original de la casona, que es bellísimo, según afirma la gastrónoma e historiadora Guadalupe Pérez San Vicente quien la conoció y cuenta que los herederos la vendieron baratísima al gobierno, con la condición de que se hiciera un museo de sitio.
Al otro lado de la plaza se encuentra la encantadora capilla de La Expiración, que se construyó sobre una de las capillas posas, que en el siglo XVI se desplantaban en cada uno de los ángulos del atrio.
Allí estuvo la capilla de Los Morenos, que recibía ese nombre porque congregaba a los miembros de las ``castas'' catequizadas por los dominicos. Era de las más concurridas, ya que en ella buscaban consuelo los hijos de muchas sangres que eran bautizados con nombres despectivos como ``salta para atrás'', ``tente en el aire'', ``lobo'' y decenas más que los marcaban dentro de la sociedad novohispana.
Las crónicas refieren que la capilla tenía cuatro altares: el principal en donde se veneraba al Señor de la Expiración, el del Rosario, el de San José y el muy popular de San Dimas, el buen ladrón, patrono de los amigos de lo ajeno y como tal, ampliamente visitado.
La construcción actual, muy sobria, tiene una fachada del siglo XIX, decorada en la cantera con motivos vegetales; está techada con bóveda y cúpula octagonal que remata en una linternilla. La linda capilla fue parte del inmenso convento de Santo Domingo del cual ésta y la bella iglesia son lo único que queda.
Enfrente se encuentran los maravillosos portales que alojan a los descendientes de los evangelistas, ese personaje que escribía cartas de amor, pésame, contratos y cuanto necesitara el cliente. Ahora ha cambiado la pluma de ave por la máquina de escribir, pero su función continúa siendo la misma. Antes de que la ocuparan los escribanos en el siglo XVIII, había sido baratillo de ropa y sede de una famosa pulquería.
Su edificación data del siglo XVI en que el rey Felipe II emitió una ordenanza que mandaba que las plazas tuvieran portales para comodidad de los tratantes; son característicos de las ciudades hispanoamericanas y prácticamente no hay plaza que no los tenga; es el antecedente del pasaje comercial.
A la vuelta, en la calle de Cuba, se encuentra el restaurante Cícero-Centenario, de los mejores y más bellos del Centro Histórico. Ubicado en una soberbia casona de principios de siglo, que conserva las maderas originales en el comedor, ha sido muy bien decorado con antigedades que hacen un magnífico marco para degustar la sabrosa comida de la antigua cocina mexicana y una que otra ``modernidad culinaria''; siempre tiene buena música: tríos, soneros y hasta mariachis. Se dice que aquí estuvo una de las casas de la Malinche.