Pablo Espinosa
Ella cantaba

Ella no cantaba boleros. Su voz, seda negra, se enlazaba en prodigio de abalorios sincopados a través del amplio arco de sus cuerdas vocales que, tensadas, lanzaban dardos amorosos a su auditorio testigo por más de medio siglo de los giros acústicos de su canto scat, canto negro de decir sin palabras, improvisatorio arte de la guturación inaugurado por Satchmo que cantaba a la noche como imprecación de ciervo enamorado. La alumna directa del canto de Satchmo, enormísimo cronopio, se llevó su jazz pulcro y elegante, de una perfección inusitada, al limbo negro que califica la corte del Duque Ellington, del Conde Basie y todo el séquito de ardorosos hacedores de ritmos jazzeados que, con la Fitzgerald al canto, recorrieron géneros y números en una singularidad que se hizo plural en la música pop.

Desde la primera fila en la banda de Chick Webb en los años treintas, los del swing naciente, Ella Fitzgerald (1918-1996) inició una larga carrera como cantante de jazz siguiendo la línea emprendida por las enormes Bessie Smith (1895-1937) y Billie Holiday (Eleanor Gough: 1915-1959). Aunque sin el conglomerado de proposiciones innovadoras de sus antecesoras: un pathos menos violento, un melos vocalizado con menor ardor, la aportación de la Fitzgerald deberá encontrarse entonces en la perfección de la estructura de su canto, en una capacidad improvisatoria sin límites y en un acercamiento cabal con las músicas pop, una vez germinadas las primeras semillas del blues que se hizo jazz que se hizo rock que evoluciona en nuestros días.

Majestuoso cuervo sonoro. Ella Fitzgerald concatenó su canto negro con el flujo de su época. Ella con Ellington, Ella en Montreux, Ella con orquesta sinfónica o con la banda de Count Basie, Ella junto al piano de Tommy Flanagan, Ella en el cine (Pete Kelly's Blues), Ella con Louis Armstrong. Ella cantaba jazz.

Una revisión a su discografía arroja frutos jugosos e impresionante germinación. Desde Love and kisses (1935) con su descubridor: Chick Webb y A-Tisket, A-Tasket (1938) con él mismo, sus primeros productos en acetato tomaron altos vuelos con los famosos songsbooks, elaborados con material nada menos que de George Gershwin, Cole Porter, Rodgers and Hart, donde las dosis orquestales se equilibran con sus álitos canoros. Colaboraciones con las más importantes personalidades del jazz mundial, presencia en los mejores festivales del orbe (incluyendo uno de los Cervantinos mexicanos), abordaje del repertorio total del jazz, con ribetes de samba, balada, canción romántica y una prodigiosa grabación discográfica con Louis Armstrong a una versión insólita de la ópera Porgy and Bees, de George Gershwin, enmarcan un capítulo notable en la historia del jazz cantado, negramente, angélicamente.El embeleso melódico de Ella Fitzgerald ciertamente no tiene parangón con el sentido trágico de la Smith o de la Holiday, elemento que ella reemplaza con imaginativa musicalidad, innata, con calidez en cada solfa accionada por sus cuerdas vocales y con una sensibilidad al borde del regocijo. Sus inflecciones jazzísticas son más sutiles, y parecen constreñirse más a una lectura con contenido emocional que una traslación de lo pasional airado al jazz. Ella ha muerto. Ella cantaba.