Este no podía ser un peor año para la economía de lo que fue 1995. Después del fuerte ajuste financiero y productivo la contracción tenía que aflojarse tal y como está ocurriendo, pero con grandes distorsiones y en condiciones de fragilidad. La política económica, especialmente en el terreno monetario ha sido muy consistente desde el inicio de la crisis y en buena medida ha conseguido el único objetivo que se fijó, es decir, la reducción de la inflación. La parte fiscal de la administración de la economía ha sido más limitada cuidando que el déficit fiscal no se dispare, pero retrasando una política más activa que aliente el gasto de inversión. El sector externo es el que ha tenido un dinamismo consistente con la nueva estructura comercial, con la gestión del tipo de cambio y con el bajo nivel salarial existente, manteniendo así condiciones de competitividad. No obstante, en términos de financiamiento la situación empieza a complicarse por los menores recursos disponibles y por los compromisos de pago por la deuda acumulada (el saldo es ya de 172 mil millones de dólares).
La economía mexicana se está manejando a partir de dos variables financieras: el tipo de cambio y las tasas de interés. Con ello se pretende recobrar la estabilidad de los precios y crear las condiciones del crecimiento del producto. Pero esto no ha sido suficiente y la situación indica aún la persistencia de altas tasas de interés y la volatilidad del valor del peso con respecto al dólar. Esta forma de conducir la economía está llegando a sus límites y el caso es que no hay indicios de qué es lo que sigue.
La política económica ha buscado cambiar de manera favorable las expectativas de los inversionistas para alcanzar la estabilidad financiera. Pero en la medida en que la recuperación económica se concentra en un reducido sector de empresas, principalmente asociadas con las exportaciones, y se sigue manteniendo la recesión en el mercado interno, las expectativas se van acomodando e impiden el avance de la estabilización bajo los mismos parámetros. El espacio de maniobra de la política monetaria se está reduciendo y no se plantean alternativas claras que siguen las acciones de los agentes económicos. Va quedando cada vez más claro que los ajustes financieros serán insuficientes para provocar el reacomodo automático del mercado y promover una nueva fase de expansión como la que espera el programa económico del gobierno. Esto no va a ocurrir y de haber crecimiento será muy reducido y sin capacidad de sostenerlo. Crecer y sobre todo de manera sostenida son condiciones necesarias para cualquier arreglo del deterioro económico y social acumulado durante los últimos quince años. Las crisis son cada vez más cercanas y, sobre todo, más profundas; sus costos cada vez más grandes (según información oficial el costo de la debacle de diciembre de 1994 es de 70 mil millones de dólares).
Debe esperarse que se seguirá con la misma orientación de la política económica pero también que ella enfrentará crecientes restricciones. Aun así, los resultados fijados por el programa del gobierno podrían alcanzarse con ciertos márgenes de variación en este año, pero en los dos años siguientes las restricciones al crecimiento volverán a presentarse. Es necesario entonces ampliar el marco de la administración de la economía y para ello se requiere un activismo claro y con objetivos precisos por parte del gobierno con una reasignación de sus muy escasos recursos a la reactivación ordenada de la producción y del empleo. En este terreno siempre hay costos que tienen que aceptarse. Uno de ellos es claramente la inflación que hoy está llegando a un piso del orden de 30 por ciento anual en un marco de contracción interna que no puede sostenerse por mucho tiempo más.Mientras las señales de lo que sigue en la conducción de la economía indiquen que no se cuenta con otras opciones que la severa restricción monetaria, las posibilidades de la regeneración de esta economía serán muy limitades. Ahora puede recordarse la anécdota de una conversación entre Bertrand Russell y Maynard Keynes en la época en que coincidieron en Cambridge. El primero mostraba su admiración por aquéllos que pretendían administrar un campo de la acción social tan complejo como la economía con apenas un puñado de variables, y declaraba su preferencia por la filosofía a la que daba mayores posibilidades de pensamiento y sobre todo mayor capacidad para sospechar.