Guillermo Almeyra
La lotería rusa

Cuando este artículo sea leído, probablemente el resultado de las elecciones rusas comenzará a ser difundido por los medios. De modo que lo mejor es analizar las fuerzas en presencia y las tendencias posibles después del voto.

En primer lugar, esta elección en dos turnos es como una lotería ya que todo será decidido por los abstencionistas (si son muchos, el favorecido será Guennadi Ziuganov), por la confusión (que es mayúscula), por la magnitud de los votos de la derecha y la extremaderecha nacionalista (Lebed y Zhirinovsky, la cual podría dividir al sector antiYeltsin), por la credulidad del pueblo ruso (grande, dada su ignorancia y su despolitización, cuidadosamente cultivadas por la burocracia stalinista durante más de 65 años), por los recursos del Estado, que Boris Yeltsin desperdicia a manos llenas para ser reelegido, por el fraude estatal y, en menor medida, por lo que los ``progresistas'' y ``reformistas'', que no están ni con Ziuganov y sus seudocomunistas ni con Yeltsin y sus mafiosos, puedan considerar el mal menor cuando haya que decidir en un prácticamente inevitable segundo turno.

Yeltsin y Ziuganov mienten como beduinos. Pero, mientras el primero trata de movilizar el anticomunismo (muy difundido en el país que padeció la dictadura stalinista), cuando en realidad los que votan por el comunismo son una ínfima minoría -y, además, no son comunistas sino una mezcla de nacionalistas eslavófilos y muchas veces antisemitas y de gente que añora la seguridad social de tiempos de la desaparecida URSS-, el segundo trata de hacer presentable una mezcla indigesta de stalinismo, chovinismo, liberalismo que realmente sólo gente de muy buen gaznate puede tragar.

De todos modos, en una campaña electoral de nivel político cercano a cero y donde todos los recursos han sido válidos, la gente no votará por lo que dicen los candidatos, sino por lo que espera imponerles y eligirá por quién votar guiada más por la nostalgia y las esperanzas que por los programas (cuando éstos existen o son tales, o sea, casi nunca).

De modo que se votará por Ziuganov a pesar de éste y para tratar de recuperar a) el nivel de vida, b) la estabilidad social, c) la seguridad pública, d) los servicios sociales, e) la dignidad nacional. Y se votará por Yeltsin también sin creer en él a) por anticomunismo, que muchos confunden con el temor a una dictadura, b) por la libertad de mercado, que favorece a los mafiosos y a unos pocos más, pero que muchísimos creen algo mágico que podría sacar a Rusia del caos actual.

En estas elecciones por la negativa, sin esperanzas reales en nadie, lo real es que no habrá ganadores. En efecto, en una sociedad desmantelada, despolitizada, desinformada durante décadas por el totalitarismo de la burocracia y en los últimos años por la falta de escrúpulos de los stalinistas reciclados (como Yeltsin y su equipo), no hay fuerzas políticas reales apoyadas en propuestas sólidas. El que gane estará al garete, como lo está hoy Yeltsin, pero deberá hacer frente a problemas gigantescos, como la parálisis del aparato productivo (basta ver las cifras que ofrece K.S. Karol sobre la caída de la producción industrial en dos, tres veces), la corrupción generalizada, el desastre ecológico, la delincuencia organizada, la dependencia de las importaciones (cuando sólo se exportan, prácticamente, materias primas, lo cual coloca a Rusia en una situación semicolonial), los conflictos nacionalistas, la gigantesca exportación ilegal de capitales, la carencia de una política exterior clara, etcétera.

Ziuganov, si ganase, tendría al mismo tiempo que enfrentar una rápida y aguda diferenciación entre lo que quieren sus votantes y lo que él está decidido a hacer (o sea: lo mismo que Yeltsin, con un poco más de prolijidad y de preocupación por los jubilados) y entre las líneas opuestas de los sectores divergentes que componen ese traje de Arlequín que es su ``partido'', en el cual conviven nazifascistas, nacionalistas eslavos, stalinistas, comunistas reformados, marxistas. Por su parte, Yeltsin, si triunfase, debería resolver el conflicto con las Cámaras (que no podrá ya enfrentar, como en el pasado, ``democráticamente'': a cañonazos) y sólo contará con un apoyo social débil, transitorio, heterogéneo. En esta batalla entre el representante del capital financiero internacional -Yeltsin-, que ofrece más de lo mismo (mafia, exportación ilegal de capitales, corrupción, desocupación, inseguridad), y el representante del pasado (pues no tiene política para el futuro), Ziuganov tiene la ventaja de abrir la posibilidad de un comienzo de discusión sobre una alternativa al neoliberalismo que ha completado la obra del stalinismo y está acabando de destruir a Rusia. Pero quién sabe si la mayoría del electorado sabrá distinguir el futuro del pasado y votar tapándose la nariz eligiendo al menos peor.