Horacio Rivera
El altruismo de los científicos

La mayoría de los científicos se afana en propagar un mito: el quehacer académico es noble y desinteresado en tanto que la sociedad y el Estado destinan recursos considerables a dicha actividad. Así, el Programa de Ciencia y Tecnología 1995-2000 pretende fomentar el desarrollo científico y tecnológico del país mediante un gasto mayor que llegará al 0.7 por ciento del PIB en el año 2000; sobra decir que ese incremento incluye un reforzamiento de los estímulos directos a los investigadores (seguramente a través del Sistema Nacional de Investigadores -SNI y de los programas de cada institución).

Ignoro si existen indicadores que demuestran un beneficio real del SNI en la calidad de la investigación científica hecha en México durante el último decenio, o si habrá que esperar contra toda esperanza. Porque la desgastada e insulsa propaganda que rinde culto a la imagen (posgrados de ``excelencia'', investigación interdisciplinaria, colaboración internacional, número de investigadores, etcétera) no garantiza una investigación original y valiosa. ¿Qué proporción de nuestros artículos científicos y tesis es algo más que currículo, a sabiendas que cualquier cifra diferente al 100 por ciento es inadmisible? ¿Qué significa investigación interdisciplinaria?

En nuestro medio (probablemente al igual que en el resto del mundo) es curioso cómo investigadores que pregonan una incorruptible pureza fustigan a otros menos hábiles para encubrir sus fechorías; por ejemplo, muchos investigadores biomédicos de tiempo completo y miembros del SNI son cuestionados porque atienden también sus laboratorios y consultorios privados. Obviamente, los críticos proyectan una imagen prístina pero ésta no siempre corresponde a la realidad. Más aún, parece frecuente que el acusador sea un cínico solapado que disfraza sus tácticas aviesas con un cariz de honorabilidad; llamar colaboración a lo que propiamente sería explotación o colusión; aparecer como ``coautor'' en tantos trabajos como sea posible; otorgar el mismo valor a las publicaciones de primer autor que como coautor; aparentar múltiples intereses científicos, etcétera.

Aunque el futuro inmediato de tales subterfugios no es dinero contante y sonante sino una inflación curricular, es innegable que ésta pronto se traduce en ganancia económica y de poder. ¿O cómo se podría interpretar la actitud de un investigador que tiene tiempo completo en dos instituciones (o tiempo completo en una, y medio tiempo en otra), recibe la beca del SNI y de pilón se embolsa los estímulos de productividad de al menos una de sus instituciones? Más grave aún, pero menos sorprendente, resulta que tal transgresión a la filosofía y al reglamento del SNI sea perpetrado por un investigador nivel III y miembro de la comisión dictaminadora correspondiente.

Es por tanto comprensible que a la autoría de artículos científicos se les dé importancia capital y que el número de autores por trabajo sea cada vez mayor, incremento que persiste a pesar de los criterios de autoría poblicados desde 1985 por el International Committee of Medical Journal Editors. Así, en Estados Unidos los biólogos moleculares están presionando a la National Library of Medicine para que en el Index Medicus aparezcan no sólo los seis primeros autores de cada artículo sino los primeros 24 más el último autor, mientras que en este junio investigadores y editores se reunirán en Inglaterra para buscar una nueva definicion de autoría en biomedicina.

Creo que la ciencia saldría ganando si quienes nos decimos científicos (excepto los jóvenes que aún tengan ideales) empezamos por reconocer públicamente que no nos mueve el altruismo sino intereses menos loables como el dinero, el poder y la vanagloria; es decir, que en lugar del fariseismo habitual seamos más exigentes en la autocrítica. Quizás entonces cobre mayor sentido la aseveración de P. Medawar (referente a la medicina) de que como toda actividad humana la científica tiene también su cuota de vividores y estafadores.