Las medidas adoptadas en Estados Unidos, tanto por los gobiernos estatales como por el federal, así como el clima de histeria antimexicana generado de forma irresponsable por políticos en campaña, no han detenido el flujo migratorio de connacionales a ese país. Pero sí han logrado crear las condiciones para que, hoy en día, muchos mexicanos indocumentados en suelo estadunidense se encuentren en peligro de muerte. Esa especie de proteccionismo demográfico en el que se empeñan las autoridades de todos los niveles en la nación vecina, así como la propaganda xenófoba y racista a tambor batiente, han convertido a un fenómeno migratorio histórico, lógico e inevitable, en un juego mortal.
En el recuento de la Secretaría de Relaciones Exteriores sobre accidentes y agresiones sufridos por trabajadores mexicanos en Estados Unidos, puede apreciarse que tales episodios han dejado de ser hechos aislados. Los accidentes automovilísticos varios de ellos con saldos mortales, las agresiones por parte de autoridades y de ciudadanos, las muertes por sed e insolación, los ahogados en el río Bravo, forman, en conjunto, una tendencia sumamente alarmante ante la cual México no puede permanecer cruzado de brazos.
Es indudable que el endurecimiento de las leyes y disposiciones federales y estatales contra los extranjeros indocumentados y la propaganda antimexicana han incrementado en forma grave las condiciones de presión y tensión en que nuestros connacionales ingresan a Estados Unidos, y han aumentado los riesgos y deteriorado la calidad de vida de los que logran quedarse en ese país.
El problema de fondo es, sin duda, la inhumana e improcedente determinación de obligar a millones de personas a permanecer en una virtual clandestinidad, un designio que ignora a conveniencia la enorme utilidad de los mexicanos y de los extranjeros, en general, con papeles o sin ellos para la economía y la cultura de Estados Unidos, así como la imposibilidad de cortar de tajo un flujo migratorio que tiene su fundamento principal en la asimetría de las economías mexicana y estadunidense.
Por desgracia, así como a corto plazo no existe una manera practicable de detener la emigración a Estados Unidos, tampoco parece haber condiciones reales para revertir la determinación estadunidense equívoca e injusta de impedir a como dé lugar el ingreso y la permanencia de extranjeros, entre otras razones, porque tal determinación es compartida por una buena parte de la clase política de ese país y considerada como un asunto estratégico.
Lo que sí puede y debe hacerse es incrementar la presión sobre las autoridades de la nación vecina tanto en los contactos bilaterales como en los foros internacionales para que procuren el pleno respeto a los derechos humanos de nuestros connacionales en su territorio. Las vidas de muchos mexicanos dependen de ello.