Luis Linares Zapata
Catástrofe inconclusa

Qué administración, presidencia o sistema de gobierno puede resistir una pérdida de recursos como la cuantificada, con todo candor, por el doctor Zedillo en su gira por Canadá: 70 mil millones de dólares. El 39 por ciento del PIB de 1995. Ningún rumor de renuncia debería de alarmar después de ello. Tampoco las encuestas recientes de preferencias por el PAN sobre el PRI serían cosa ajena. Menos aún las tribulaciones para concretar la famosa como dilatada reforma electoral que se viene cocinando con tantos vericuetos. Los mismos desencuentros y las tensiones internas que han obligado al PRI a posponer su asamblea están íntimamente ligados con tan fabulosa cantidad de dólares extraviados. No se diga de las dudas e indefiniciones en torno a los respaldos priístas a la conducción económica del gobierno o los apoyos para la continuidad y vigencia del modelo en boga. A nadie debería sorprender que la izquierda, si hubiera habilidad para mostrar las bondades de sus propuestas y dar las consiguientes seguridades al mostrar un sendero alterno, pudiera ganar adeptos y votantes por millones.

Aún peor que todo lo anterior, al asumir con seriedad e información efectiva los significados y repercusiones de tal naufragio, no sería extraño que se urgiera el cambio completo del sistema establecido de conducción política y económica. Difícilmente puede encontrarse parangón con lo sucedido en otras naciones o con el mismo pasado de turbulencias del país.

La pérdida acotada, sin exageración alguna, adquiere los contornos de una verdadera catástrofe si se le enjuicia en términos puramente productivos. Pero si se lo hace atendiendo a sus componentes laborales, de calidad de vida, formas de convivencia o, peor aún, en pobreza, desánimo y perspectiva a futuro, la cosa adquiere ribetes de un masivo drama humano.

No en balde el PIB de México es ya menor al de Argentina, cuando hasta hace apenas unos años era bastante mayor. El estimado del grupo de análisis de ING-Barings para el PIB de México en 96 es de 280.3 mmdd. Para Argentina es de 295 mmdd y, sólo como otro punto de preocupada comparación, el de Brasil sería de 713 mmdd. Así, la producción anual per cápita de Argentina andaría en los 8,432 dólares anuales; 4,504 dólares para el Brasil y sólo 3,080 para México. Casi una tercera parte de lo alcanzado por los argentinos que no son, precisamente, un dechado de eficiencia y buena administración. Un país que fuera dirigido, durante años y años, por una élite dañina, entreguista y hasta criminal.

El presidente Zedillo habló de ese monumental caudal de dólares que salió del aparato productivo, pero no asumió las causas que hicieron posible tal tragedia. La retórica oficial se refiere a la crisis como a un ser etéreo que flota en el nirvana y que, por un conjuro o malfario, encarnó de repente entre nosotros. Las razones de tal confesión pudieron ser varias. Una de ellas, seguramente, intenta mostrar la magnitud del esfuerzo que los mexicanos deberán hacer para reponerse, y de cuyo mérito no quiere alejarse demasiado. Otro conjunto de argumentos se enfila a resaltar la valentía de su gobierno para asumir los costos del rescate y presentarse como diseñadores de una estrategia de recuperación bien pensada y puesta en marcha con eficiencia; mas no para hacer conscientes a los ciudadanos de los defectos organizativos, la ausencia de controles y métodos de incorporación de talentos para evitar tan caros errores de dirección.

Pero el Presidente habló también de su fortaleza: la que le dan 17 millones de votantes. En efecto, los hubo. Pero a los ciudadanos que lo eligieron se les deberá entonces pasar una cuenta por 4,200 dólares para sufragar los 70 mmdd extraviados y reponérselos a la fábrica nacional, con el ánimo de compensar en algo el desaguisado.

Los elementos perversos que permitieron el cataclismo están todavía en su lugar. No ha sido removida ninguna de las variables financieras, organizacionales, legales, políticas o culturales que colaboraron para tal confabulación en contra de los intereses nacionales o familiares de cada quien. Es imposible volver a confiar, simplemente a petición de parte, en una forma de gobierno que toma decisiones en solitario, que incluye sólo a elegidos, que reparte los premios a unos cuantos privilegiados, que impone visiones desde lo alto de las cofradías que no asumen sus penalidades, cobijan la impunidad (Figueroa) y pretenden continuar tan campantes que pueden, y lo harán, presentarse de nueva cuenta como candidatos para ser elegidos por aquellos que consideran incautos, olvidadizos e ignorantes electores. !Cuánto descaro, qué desfachatez! Querer continuar dirigiendo empresas, dictando línea, siendo autoridades y guías políticos después de tan inmensos daños ocasionados por esa que todavía puede vérsele como una catástrofe inconclusa, es una ambición que las urnas van a contrariar, a pesar de las maniobras de los mapaches de siempre.