Miguel Barbachano Ponce
Entre Otelo y Guadalupe

Dos preocupaciones aparentemente inabarcables aún me estremecen a propósito de las voces y de las imágenes que resonaron durante el Foro XVI. Una primera, se refiere a las películas que recogen el culto a Guadalupe, de cuya imagen, Pío XII alguna vez dijo: ``...fue recreada por pinceles que no eran de aquí abajo''. Culto cuyo inicio ocurrió una madrugada de diciembre de 1531 y que conoció tres momentos estelares a partir de la confirmación de la tradición oral dictada por mayúsculo cabildo en 1666: Guadalupe patrona de la nación mexicana (1737). Símbolo de la identidad nacional (1810), Reina de México (1895). Nuestro cine ni tardo ni perezoso supo construir alrededor de este culto, que todavía conmueve, una aureola de celuloide compuesta hasta ayer por nueve cintas, porque a partir de El Pueblo mexicano que camina (Urrusti, 94) que articuló en su programación el Foro XVI, y que por cierto me provocó la ``preocupación inabarcable'' que ahora trató de colmar, son diez los filmes sobre la Emperatriz de las Américas acorde a la designación que hizo de ella Pío XII en 1945.

Pero empecemos a colmar nuestra obsesión por orden cronológico. Tepeyac, película muda de Carlos E. González, José Manuel Ramos y Fernando Sáyago, estrenada en la ciudad de México en enero de 1918, es la primera cinta acerca de Guadalupe y Juan Diego; la segunda también es muda, se titula La Virgen de Guadalupe, y fue realizada en 1918 por Geo D. Wright, en estilo documental; El milagro de la Guadalupana, cinta muda, hecha en 1925 por William P.S. Earle, con Celia Montalván como devota protagonista, es la tercera de la lista; la cuarta, La Reina de México, es la primera hablada, data de 1940, la dirigió Fernando Méndez, y en el papel de Juan Diego actuó Tito Junco; La Virgen Morena y La Virgen que forjó una patria, quinta y sexta, son de 1942 y fueron articuladas respectivamente por Gabriel Soria y Julio Bracho; la séptima es a color y se titula Las Rosas del Milagro (1959) se debe a Julián Soler, y actúa como Juan Diego, Jorge Martínez de Hoyos; La Virgen de Guadalupe, octava versión, es de 1976, en ella Fernando Allende es Juan Diego, bajo la dirección de Alfredo Salazar; Nuevo Mundo, también del 76, versión heterodoxa del ``milagro'' ocurrido en el Tepeyac, a cargo de Gabriel Retes, director, y de Pedro F. Miret, argumentista, vendría a ser la última, de no existir el filme de José Urrusti, El Pueblo mexicano que camina. Así, históricamente, resuelvo mi inicial preocupación, más allá de consideraciones sociológicas que podrían informarnos sobre proyecciones espectaculares de aquellas películas, y más allá también de especulaciones psicológicas sobre los procesos mentales que estremecieron con visiones peculariares --altamente metafísicas-- a aquéllos que la contemplaron.

Acerquémonos ahora a la segunda obsesión, misma que se pregunta una y mil veces, después de encuadrar en los oscuros espacios del ForoXVI el Otelo (1996) de Oliver Parker por anteriores transvases a los fotogramas de la tragedia shakespeariana. Acorde con una información que recogió mi memoria no sé donde ni cuando, fue Mario Caserini, famoso realizador italiano que trabajó en la etapa silente de la cinematografía, quien trasladó a la pantalla entre 1907 y 1910, algunas de las obras del dramaturgo inglés de una manera monumental. Otelo sería la primera, continuaría con Romeo y Julieta, Macbeth, Hamlet...

Si la inicial adaptación de Otelo se la debemos a Caserini (1874-1920), la segunda estuvo bajo la responsabilidad de un oscuro cineasta ruso-alemán Buchovetzky (1895-1932) que la recreó en 1922 con el célebre actor E. Jannings como el celosísimo moro. Y ya que hablamos de Jannings (1884-1950) como memorable encarnación del personaje creado por el ``Cisne de Avon'', recordemos a otros dos que nos conmovieron en idéntico papel. Me refiero a Orson Welles (1915-1985) y a Serge Bondartchouk (Ucrania, 1920). Aproximémonos a Welles que no sólo otorgó aliento en los lienzos a aquel impulsivo moro, sino también lo ubicó de manera definitiva en el espacio y en el tiempo a partir de 1952, a través de un estilo expresionista capaz de orquestar celos, sospechas, muerte. Ahora bien, si Welles transvasa, produce, actúa, promueve, la tragedia inmortal, Bondartchouk únicamente ofrece carne y hueso a aquel que según Serge Youtkevitch (uno de los más señalados directores de la primera generación soviética, fundador de la Fábrica del actor excéntrico), ``es un hombre honesto y apasionado a la búsqueda de un ideal. Por eso la supuesta traición de Desdémona aniquilará su fe en la existencia y en los seres humanos''. Así, a través de la articulación de la fe perdida, de la confianza traicionada, Serge Youtsevitch (1904-1985) realizará la penúltima versión de Otelo en el año 56.