Cuando el presidente Ernesto Zedillo hizo un primer balance de la crisis económica, hace más de un año, reconoció que nunca estuvo consciente de ``la velocidad con la que la composición de la deuda pública cambió en los meses anteriores a la devaluación. Fue sólo hasta diciembre de 1994, cuando se percató de la acumulación de Tesobonos denominados en dólares. Pero para entonces resultó ser demasiado tarde: durante los siguientes meses los principales inversionistas del país retiraron cifras enormes de dinero del mercado nacional.
En los primeros tres meses del año, el Banco de México calcula que salieron del país 6 mil millones de dólares en pago de Tesobonos, 3 mil millones en servicio de la deuda pública, 4 mil millones por obligaciones extranjeras de los bancos comerciales, y más de mil 500 millones en pagos de la deuda del sector privado. Descontando las cantidades que el gobierno mexicano fue girando del paquete de rescate financiero del Fondo Monetario Internacional y el Departamento del Tesoro estadunidense, durante el transcurso del año, los flujos netos de capital en 1995 fueron negativos.
En el plazo de 12 meses -de diciembre a diciembre- los depósitos mexicanos en el sistema bancario de Estados Unidos se duplicaron: pasaron de poco más de 12 mil millones de dólares a finales de 1994 a más de 24 mil millones un año después. La salida de divisas a lo largo del año correspondió a los ciclos de desconfianza que sufrió el mercado. Cuando en el otoño de 1995 se desataron especulaciones de toda índole sobre la política nacional, los depósitos mexicanos en los bancos de Estados Unidos aumentaron dramáticamente: en el último trimestre del año saltaron casi 4 mil millones de dólares.
Durante el primer año de gobierno de Zedillo, la tasa de crecimiento de los depósitos mexicanos en el exterior rebasó a la de todos los demás países de la región (con la excepción de Brasil). A pesar de las altas tasas de interés y la profundidad de la recesión, la persistencia de una desconfianza crónica en la capacidad del gobierno para resolver la crisis propició que continuaran saliendo capitales del país durante todo 1995. Sólo con el respaldo millonario del FMI y el Tesoro estadunidense, se pudo corregir el desequilibrio de las cuentas externas y restablecer el nivel de reservas monetarias suficientes que le otorgaran un margen de maniobra al gobierno.
Aun así, la recuperación de la confianza de los inversionistas ha resultado excesivamente cara. Según el presidente Zedillo, la crisis costó 70 mil millones de dólares Esta suma incluye la riqueza material que el gobierno extrajo de las clases trabajadoras (que perdieron su empleo o sufrieron la caída en su salario real) para otorgárselo en pago a los tenedores de Tesobonos. Cetes y títulos de la deuda externa del país. Una parte de ese dinero -alrededor de 12 mil millones de dólares- contribuyó además a elevar los depósitos que tienen los capitales mexicanos en bancos de Estados Unidos.
El ``fin de la crisis'' que Zedillo ha anunciado tantas veces debería haber traído aparejado un retorno de importantes sumas de capital del exterior. A fines del año pasado, un grupo de empresarios representados por Claudio X. González, presidente del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, se comprometió a invertir 6 mil millones de dólares en el país durante 1996. Prácticamente ninguno de los proyectos considerados entonces se ha llevado a cabo; tampoco se han materializado aún las inversiones que prometieron los empresarios extranjeros en esas mismas fechas. El capital que han ingresado al país en estos últimos meses continúa siendo de corto plazo y, por ende, altamente especulativo.
A pesar del costo que el presidente Zedillo le ha impuesto al país para ganarse nuevamente la confianza de los mercados, no le ha resultado suficiente. Las contradicciones en las que han caído los miembros de su gabinete en asuntos tan sensibles para la inversión privada como el de la venta de las plantas petroquímicas, continúa creando incertidumbre y confusión en los mercados. En este contexto, un número significativo de capitalistas mexicanos han preferido concentrar sus inversiones en los sectores no-productivos de la economía o, bien, mantener sus ahorros en el exterior, en bancos de Estados Unidos.