Fernando Benítez
El clero contra Paz

Algunos intelectuales católicos, apoyados por el arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera, atacan a Octavio Paz por su libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, y han desatado una auténtica batalla campal en torno de la polémica figura de la monja jerónima.

En cambio, pretenden la beatificación del arzobispo Francisco Aguiar y Seijas, un hombre que odiaba a las mujeres y que pensó en renunciar al arzobispado por el temor de que la virreina de la Nueva España se atreviera a besarle la mano. Incluso llegó a jurar que si alguna mujer pisaba la losa de su escalera, él mismo la removería con sus manos por haber sido profanada.

Asimismo, Aguiar y Seijas aprobó la labor que realizaban en aquella época tres jóvenes e ilustres clérigos: Barcia, Pedroza y Sosa, quienes vestidos de civiles asistían a las peleas de gallos, a los burdeles y a las casas de juego, y una vez ahí seducían a las mujeres de la ``mala vida''. Ya con ellas en la calle, acudían los policías y se las llevaban presas a la cárcel de Belén, prisión construida por el propio padre Barcia, quien terminó volviéndose loco, dicen, luego de ver completamente desnuda a una de las prisioneras.

En cambio, el arzobispo Aguiar era muy piadoso con los desvalidos, auxiliaba a pobres y enfermos, y su palacio siempre estaba lleno de mendigos y viejos abandonados.

Sor Juana siempre estuvo rodeada de fanáticos y obsesos de los pecados de la carne, entre los cuales figuraban el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien la atacó utilizando un seudónimo, y su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, quien terminó por renunciar a seguirla confesando, juzgándola incorregible.

No deseo fatigar al lector detallando la poesía de Sor Juana, y sólo me limitaré a transcribir su célebre poema en esdrújulos que escribió a la virreina de Galve, y que siguiendo el ejemplo del ``Cantar de los Cantares'', dice:

Lámina sirva el Cielo al retrato,

Lísida, de tu angélica forma:

cálamos forme el Sol de sus luces;

sílabas las Estrellas compongan.

Cárceles tu madeja fabrica:

Dédalo que sutilmente forma

vínculos de dorados Ofires

Tibares de prisiones gustosas.

Hécate, no tirforme, mas llena,

pródiga de candores asoma;

trémula no en tu frente se oculta,

fúlgida su esplendor desemboza.

Círculo dividido en dos arcos,

Pérsica forman lid belicosa;

áspides que por flechas disparan,

víboras de halagüeña ponzoña.

Lámparas, tus dos ojos, Fabeas

súbitos resplandores arrojan:

pólvora que, a las almas que llega,

tórridas, abrasadas transforma.

Límite de una y otra luz pura,

último, tu nariz judiciosa,

árbitro es entre dos confinantes,

máquina que divide una y otra.

Cátedras del Abril, tus mejillas,

clásicas dan a Mayo, estudiosas:

métodos a jazmines nevados

fórmula rubicunda a las rosas.

Lágrimas del Aurora congela,

búcaro de fragancias, tu boca:

rúbrica con carmines escrita,

cláusula de coral y de aljófar.

Cóncavo es, breve pira, en la barba

pórfido en que las almas reposan:

túmulo les eriges de luces,

bóveda de luceros las honra.

Tránsito a los jardines de Venus,

órgano es marfil, en canora

música, tu garganta, que en dulces

éxtasis aun al viento aprisiona.

Pámpanos de cristal y de nieve,

cándidos tus dos brazos, provocan

Tántalos, los deseos ayunos:

míseros, sienten frutas y ondas.

Dátiles de alabastro tus dedos,

fértiles de tus dos palmas brotan,

frígidos si los ojos los miran,

cálidos si las almas los tocan.

Bósforo de estrechez tu cintura,

cíngulo ciñe breve por Zona;

rígida, si de seda, clausura,

músculos nos oculta ambiciosa.

Cúmulo de primores tu talle,

dóricas esculturas asombra:

jónicos lineamientos desprecia,

émula su labor de sí propia.

Móviles pequeñeces tus plantas,

sólidos pavimentos ignoran;

mágicos que, a los vientos que pisan,

tósigos de beldad inficionan.

Plátano tu gentil estatura,

flámula es, que a los aires tremola:

ágiles movimientos, que esparcen

bálsamo de fragantes aromas.

Indices de tu cara hermosura,

rústicas estas líneas son cortas;

cítara solamente de Apolo,

méritos cante tuyos, sonora.

He presentado este poema a varios psicoanalistas para su estudio y dicen que se trata de un poema de amor disfrazado. Por su parte, Octavio Paz afirma que Sor Juana ``tenía amor, sin amores''.