Plataforma programática mínima para la unidad de la izquierda. Luchamos apenas (pero qué importante!) por un sistema democrático que entierre el pasado de un ``partido de Estado'' omnipresente y prepotente, por la limitación del poder del Ejecutivo y por la igualdad entre los tres poderes, por la plena vigencia del derecho, por la erradicación de la corrupción en la vida pública, por una economía que se esfuerce en distribuir mejor la riqueza y desde luego en impulsar la producción (en el fortalecimiento de la planta productiva nacional), en la creación de empleos, en la formulación de una efectiva política social, etcétera.
Serían muchos los temas de una acción de tal naturaleza, pero deberían estar incluidos aquellos que son el objetivo de innumerables organizaciones sociales (el medio ambiente, los derechos humanos, la mujer, el respeto a las etnias, por ejemplo), sin faltar el de la autonomía de las comunidades indígenas, que se ha planteado en los diálogos de San Andrés. Y otros igualmente ricos en contenido, por ejemplo el de un desarrollo educativo, científico y cultural vinculado a las necesidades presentes y futuras del país.
Por supuesto que un proyecto así implica serios problemas de organización. Pero diría que no son imposibles de remontar. La ``necesidad'' está allí y sobre la manera de enfrentarla no debería haber obstáculos insuperables. Muchos síntomas y expresiones así lo revelan.
Las ``formaciones'' políticas (y sociales y personales) que se sumarían a un proyecto de esta naturaleza contienen un enorme potencial. (Para una lucha política así para una efectiva transición democrática, en los más variados aspectos seguramente sectores del PRI se desprenderían del pasado para encontrar el presente, el nuevo futuro de México). Claro que un frente, o un pacto de unidad entre organizaciones políticas y sociales, como el apuntado, debe ser por definición abierto y flexible.
Las transiciones hacia la democracia que se han dado históricamente así lo prueban, por ejemplo la española, que resultó excepcionalmente incluyente para el propósito del cambio. Con las debidas e inevitables diferencias, no estaríamos tan alejados de una situación como esa.
Por lo demás, existen ya los más diversos síntomas de que a nivel mundial se opera un ``regreso del péndulo'' respecto al dogma neoliberal que se impuso mundialmente durante más de quince años. El éxito de ciertas formaciones de izquierda (a base de ``frentes'' convergentes y unitarios: desde el centro, con programas mínimos de real modernidad), a la dirección política de algunos países, por ejemplo Italia, o las perspectivas del laborismo inglés, muestran históricamente el carácter factible, posible y necesario de los acuerdos de unidad para constituir frentes que al ser abiertos y flexibles convierten a las fuerzas aisladas disgregadas en un poderoso movimiento de mayorías. Más cerca de nosotros, el caso de Uruguay es ilustrativo.
Subrayo que un acuerdo programático y organizativo de unidad debería ser extraordinariamente abierto y flexible. La pretensión de exclusividad y de ``representación'' única del conjunto, no tiene ya horizontes reales de éxito, en ninguna parte del mundo. Ha pasado el tiempo de las doctrinas totales, únicas. Como ha pasado el tiempo en que una sola organización procuraba ``controlar'' al conjunto, exigiendo acatamientos y adhesiones incondicionales. Hoy el signo de las unidades políticas posibles es la tolerancia y el espíritu de inclusión, no el del destierro y la supresión.
Si no fuera por otra razón porque la democracia es también el sistema de la tolerancia, el diálogo y la transigencia. Y porque sin medios civilizados y de genuina apertura a las corrientes y a las ideas, difícilmente puede alcanzarse un fin en que impere precisamente la libertad y la tolerancia democrática. Ya sabemos que en la historia los caminos intermedios en que ha imperado el sectarismo y la rigidez el resultado inequívoco ha sido la barbarie, la arbitrariedad y la negación de los valores en función de los cuales se lucha.
Unidad abierta y flexible de organizaciones sociales y políticas, sindicatos, asociaciones diversas, sin que cada uno pierda sus objetivos de existencia y acción. Al contrario: unidad en que cada uno de los participantes encuentre en el conjunto impulso y apoyo para sus propios fines. Unidad que ha de comprender también, para determinadas acciones (por ejemplo electorales o luchas para objetivos específicos), a los partidos políticos. Como he afirmado alguna vez: la batalla por la transición democrática en México ha de darse sobre los dos pies: sobre la base de las organizaciones civiles y políticas y sobre la acción de los partidos, cuya acción ha de estar estrechamente unida a las reivindicaciones, aspiraciones, exigencias de la sociedad en su conjunto.
Tal es hoy el tema más importante de la agenda política democrática en México, de la agenda política de una amplia formación posible que luche por el avance de la democracia y por el desarrollo genuino del país. Que sea nueva, que tenga legitimidad pública y que recoja el ímpetu de las nuevas generaciones que ya no aceptan vivir dentro de los corsetes, las distorsiones y las corrupciones de la tradición.