Horacio Labastida
Papá, por qué somos pobres?

En las últimas semanas la opinión pública se ha visto excitada por pequeños incidentes que sin duda son tan pasajeros como los momentos en que ocurren. Citemos dos entre los que han saltado sobre otros en la información cotidiana. Conozco a Jorge G. Castañeda, leo sus artículos en Proceso y en algunas revistas estadunidenses, sus libros me son sugerentes desde aquél que dedicó a Nicaragua luego de una larga estancia en la patria de Sandino, y sé, porque me consta, que es honesto a carta cabal, y por esto me sorprendió con algún enojo el escándalo que se hizo con motivo de su reunión con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, en Irlanda. Estoy enterado de las severas críticas que hizo Castañeda a la política del sexenio anterior, y admito sin reservas que no veo motivo alguno para que estas críticas le impidieran hablar con el mencionado ex titular del Poder Ejecutivo mexicano. Aseverar que por este diálogo Jorge G. Castañeda participe en una confabulación contra el presidente Ernesto Zedillo es producto de una atormentada locura llena de sádicas perversidades; el incidente alcanzó una resonancia deshonesta y condenable.

Otro caso es el protagonizado por Alianza Cívica y la oficina de prensa de la Presidencia de la República, con motivo del sueldo mensual que corresponde al Ejecutivo. La razón está al lado de Alianza Cívica cuando protesta porque en los comunicados oficiales sobre el particular parece personalizarse, en Sergio Aguayo, el informe que dicha Alianza hizo sobre el monto de esas percepciones; y muy preocupante es por otro lado la denuncia sobre el robo de las computadoras de la asociación, la inquisición en torno a Aguayo y el asalto que en su domicilio sufrió Alfredo Orellana, integrante de la Alianza. En esta cuestión hay aspectos graves de nuestra vida política; en el pasado fue secreto absoluto el ingreso de los presidentes, y nadie por supuesto atrevíase a preguntar por temor a incurrir en ofensas que los personajes unían al honor de la patria; pero las cosas han cambiado. En la medida en que la sociedad civil se organiza más y mejor, en ese mismo grado las autoridades ven estrechados sus secretos autoritarios y la densidad en que suelen esconder el enmarañado origen de sus decisiones.

Los porqués de esos desmanes caen abrumadoramente sobre los ciudadanos. Si Castañeda platica con Salinas de Gortari en una fonda o en la casa de éste, no lo sé, se habla de un complot para echar abajo las instituciones de la República; y si Alianza Cívica pregunta al Presidente por el tamaño de sus salarios mensuales, el aire se enrarece con enojos oficiales y atropellos inexcusables. Por qué, nos preguntamos, por qué ocurren tales balances, imitando al niño que interroga al padre sobre las causas de la pobreza en su casa y la riqueza en la vecina.

Si alguien busca salir del laberinto optará libremente por alguna de las distintas rutas, pero una vez que se pone en marcha se verá precipitado, quiéralo o no, por las características físicas del camino elegido; la lógica objetiva de su decisión se impodrá hasta las últimas consecuencias, sean las de escapar del embrollo o toparse con el minotauro. Esto es lo que ha sucedido a México en los últimos años. Miguel Alemán y sus seguidores nos llevaron por la vía de una capitalización nacional que fracasó al chocar con el capitalismo metropolitano; y como el proyecto de nuestro aburguesamiento no resultó, en el sexenio anterior se decidió ponernos en manos de Lutero; se abrieron las fronteras, se cultivó el espíritu de Houston, se manejó la economía de acuerdo con los consejos y orientaciones de la Casa Blanca y los bancos multilaterales y se adoptó la tesis de la privatización a toda costa, sin importar los mandamientos de la Carta Magna de 1917. Los resultados están a la vista. Desde Miguel Alemán hasta el presente la regla es el empobrecimiento de los pobres y el enriquecimiento de los ricos junto con la profundización y ampliación de las dependencias económicas y políticas del poder trasnacional.

Papá, por qué estamos pobres y nuestros vecinos ricos? La respuesta es la mala elección de la ruta para salir del laberinto. En el Querétano de 1917 nos entregaron el secreto para escapar del palacio construido por el Dédalo criollo, mas rompiendo los hilos conductores que Ariadna entregó a Teseo, nuestros gobernantes destrozaron la Constitución, rechazaron las demandas del pueblo y cayeron en la lógica del beneficio imperial y no nacional. Quizá la explicación sea buena respuesta a la duda que el niño planteó a su padre, y también a las causas del ambiente neurótico que ha rodeado los incidentes de Alianza Cívica y Jorge G. Castañeda; quizá sea buena explicación, o no?