Mientras se alistaban para participar en una huelga general de un día, trabajadores brasileños encontraron un aliado a varios miles de kilómetros de distancia. Trabajadores sindicalistas en Estados Unidos y Canadá habían planificado realizar manifestaciones en ocho importantes ciudades.
Mientras tanto, una empresa de transporte marítimo de Miami discriminaba a sus trabajadores de habla hispana, negándose a negociar un contrato con el sindicato. Posteriormente, la compañía matriz de la empresa de transportes, una corporación multinacional con sede en San Francisco, encontró que tenía un enemigo al otro extremo del hemisferio. Trabajadores brasileños sindicalizados comenzaron a presionar a la empresa Xerox para que cancelara su contrato de transporte marítimo con las compañías Fritz.
Estas historias forman parte de una tendencia más amplia que está sacudiendo las relaciones laborales en el mundo entero y colocando en manos del trabajador una nueva y poderosa herramienta. Naturalmente, tanto los medios de comunicación como los académicos siguen hablando de la nueva economía global, donde el capital de inversiones puede atravesar fronteras nacionales con un teclazo de computadora. Ahora, la economía global está produciendo una solidaridad global mediante la cual trabajadores de todas partes del mundo se dan cuenta de que comparten muchos problemas, y que deberían apoyarse unos a otros en esas luchas comunes.
Como presidente del sindicato de los Teamsters he tenido ocasión de hablar con sindicalistas del mundo entero, desde las democracias industriales de Europa occidental hasta las sociedades menos prósperas de Centro y Sudamérica, Asia y Africa. Ha quedado cada vez más claro que todos nos encontramos en el mismo bote en las turbulentas aguas de la nueva y despiadada economía global, y que sería mejor que comenzáramos a remar y achicar juntos.
Los problemas con que se enfrentan los trabajadores en otras sociedades adelantadas son ya de conocimiento de la gente aquí en Estados Unidos. Funcionarios de gobierno que recortan beneficios sociales, ejecutivos empresarios que eliminan empleos y congelan salarios, todo ello sucede de la misma manera en ambas orillas del Atlántico. Es por eso que hay en todas las democracias industriales una ola de personas que salen en defensa propia, desde la huelga reciente de empleados públicos en Alemania y la huelga general en Francia hasta las varias victorias obtenidas por los trabajadores aquí en Estados Unidos en disputas libradas con las compañías Ryder Trucking, Boeing y Bell Atlantic. Se ha informado a los hombres y mujeres trabajadores que en la reluciente economía global habrá beneficios para todos, y ellos están resentidos por el hecho de que todos los beneficios van dirigidos a unos pocos afortunados.
Ahora, la huelga general en Brasil es una señal de que el descontento trabajador va en crecimiento en el Hemisferio Sur en sociedades que frecuentemente son consideradas en conjunto, sin distingos de ninguna clase, como países integrantes del ``Tercer Mundo''. Ejecutivos de empresas y formuladores de políticas en el Hemisferio Norte tratan de hacernos creer que las clases trabajadoras en estos países están contentas por el solo hecho de tener un empleo, por insignificante que sea. La huelga en Brasil demuestra que las personas en todas partes están exigiendo una medida de decencia y dignidad en sus vidas profesionales, y que están hartas de políticas que emanan de los despachos de empresarios ejecutivos y los corredores del poder político --políticas que eliminan empleos, congelan sueldos, recortan beneficios, deshacen sindicatos y violan los derechos humanos.
Y la huelga brasileña también es una señal de que trabajadores de todo el mundo están viendo cómo la sanguinaria competencia internacional está hundiendo sus sueldos. Dirigentes del Sindicato de los Teamsters se reunieron recientemente con líderes de la CUT, el equivalente brasileño de la AFL-CIO, y lo que nos informaron parecía un disco rayado. Primero los Teamsters informaron a los brasileños que su industria de calzado había firmado recientemente un contrato para realizar todas sus transacciones de transporte marítimo hacia Estados Unidos con Fritz --la misma compañía que está victimando a trabajadores centroamericanos inmigrantes en Miami. Luego, los brasileños nos informaron que su industra de calzado estaba enviando a Brasil zapatos confeccionados en China por trabajadores de bajo sueldo o incluso por reos en prisiones. Finalmente, la industria brasileña de calzado imprime la frase ``Hecho en Brasil'' en esos zapatos y los envía a Estados Unidos.
Estas historias también demuestran por qué, cuando trabajadores en Estados Unidos apoyan a sus contrapartes en ultramar, no se trata de un acto de caridad, sino de solidaridad.
De Boston a Brasilia, los trabajadores están dándose cuenta de que enfrentamos los mismos problemas, las mismas luchas y los mismos adversarios, de modo que nos conviene ayudarnos unos a otros.
Y en la nueva y cruel economía global, es posible escuchar a la gente trabajadora decir, al igual que el comentarista de noticias la película Network, ``estamos furiosísimos, y no vamos a soportarlo más''.
*Ron Carey es el primer presidente general del sindicato de los Teamsters, una organización con 1.4 millones de miembros, que ha sido electo directamente por la base