No hablamos del vecino del cual, entre otras cosas, nos separa el río Bravo sino de aquél con el cual compartimos un océano como frontera, o sea, de China, gigante asiático que se asoma a la misma cuenca del Pacífico en la que estamos situados.
Pues bien, China, que desde hace diez años crece económicamente a un ritmo impresionante del 13 al 14 por ciento anual y que en dos años ha visto pasar sus reservas en divisas de 21 mil 200 millones de dólares a 85 mil millones, acaba de adelantar en cuatro años la convertibilidad del yuan como medio de pago. Eso facilitará enormemente el financiamiento del comercio, la remisión de las ganancias de los inversionistas de otros países, el pago de los fletes, los seguros y los servicios bancarios (incluyendo los dividendos y los intereses) que se hacen en otras monedas (dólar, yen, marco, franco, libra). A fines de este año, además, en todo el país se podrá cambiar el yuan directamente en los bancos, como sucede ahora en la costa sur, con lo cual obtendrá enorme impulso el sector bancario y financiero, y las empresas o ciudadanos extranjeros podrán comprar bienes inmuebles y enviar sus beneficios al exterior. En otras palabras, el gigante del Pacífico, con sus mil 200 millones de habitantes, entra como gran potencia en el mercado mundial, del cual forma parte desde hace años, y abre el camino a un flujo aún mayor que el actual de las inversiones productivas, en sectores de punta y que trabajan para la exportación, lo cual podría acelerar un proceso en marcha que introduciría grandes cambios en las relaciones de fuerza económicas a escala mundial.
China, con capitales japoneses, sudcoreanos, europeos, se está desarrollando en el campo económico a un ritmo velocísimo y es, además, una potencia militar y nuclear. Su inmenso mercado, sus materias primas (sobre todo su petróleo y sus minerales) están junto a Japón, que necesita exportar tecnologías y capitales. La modernización china podría crear un potente bloque alternativo a Estados Unidos en la zona del Pacífico, a la cual se asoma México. La posibilidad de un aumento del comercio con Europa y con Asia liberaría a nuestro país de una dependencia dictada, entre otras cosas, por la geografía y le permitiría negociar en el futuro con sus asociados norteamericanos en mejores condiciones.
México debería acostumbrarse a la idea de que no sólo limita con Estados Unidos y con Centro-américa sino también, en la época de la mundialización del comercio y de los nuevos medios de comunicación, con los países ribereños del Atlántico y del Pacífico para poder jugar mejor en todo el tablero internacional.