Juan Arturo Brennan
El Doctor Quinos

En el largo y penoso trayecto por la primaria, la secundaria y la preparatoria, me enfrenté varias veces a esas clases de música que, sin duda por compromiso, se incluían en los programas de estudio. Infaliblemente, tales clases de música me fueron impartidas por vejetes amargos, ignorantes y fracasados, cuya actitud comunicaba un desprecio mayúsculo hacia la música y hacia los alumnos; hoy en día, amo la música a pesar de ellos. Un buen día, ya en pleno estudio de la carrera de cine, conocí a un maestro cuya encomienda era enseñarnos los rudimentos de la música cinematográfica. Después de algunos prolegómenos, nos hizo entender la idea de que el oficio de escribir música verosímil para la pantalla tenía mucho que ver con el concepto de estilo. Ante nuestras miradas de incomprensión, procedió a darnos una demostración práctica. Se sentó ante el pequeño piano vertical y tocó un tema sencillo y claro. Luego nos dijo: ``Escuchen ahora el tema, en el estilo de Machaut''. Y así lo tocó. Siguió después con el mismo tema al estilo de Monteverdi, Bach, Mozart, Beethoven.... llegó a Bartók y Ligeti... Fascinado por aquella demostración tan sencilla como efectiva, me dí cuenta de que estaba asistiendo a mi primera clase de música realmente valiosa, y de que estaba ante un verdadero maestro, radicalmente distinto a aquellos rústicos que casi me habían hecho odiar la música. Desde ese primer contacto con él, guardo un cariño y un respeto especial por Joaquín Gutiérrez Heras, quien hace un par de semanas fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Casualmente, en fechas más o menos cercanas a este merecido doctorado, las programaciones musicales de la capital me permitieron acercarme a tres obras importantes de Gutiérrez Heras (Tehuacán, Puebla, 1927) para confirmar algunas de sus cualidades principales como compositor. A través de sendas audiciones de su Divertimento para piano y orquesta, su Quinteto para clarinete y cuerdas y su Sinfonía breve, encontré de nuevo al compositor dueño de una técnica sólida que es un medio y no un fin en sí misma. Encontré también al poseedor de un lenguaje personal que en ningún momento se ha dejado tentar por el canto de las sirenas de la vanguardia o la moda. Encontré asimismo a un músico que, a diferencia de muchos de sus colegas, tiene un instinto infalible que lo hace alejarse del feísmo que predomina en buena parte de la producción musical de hoy, lo que le permite componer obras que hablan por igual a nuestro intelecto y a nuestros sentidos. Encontré a un constructor de formas musicales en las que la atención a la estructura no está reñida con una expresividad que tiende a la mesura y al equilibrio.

Estos encuentros me hicieron recordar los otros encuentros que he tenido con Joaquín Gutiérrez Heras desde aquella memorable clase de música cinematográfica. Tales encuentros, propiciados por mi contacto marginal con la música, me han servido como una especie de educación musical extramuros con un maestro tan agudo como severo. ¡Cuántas veces y con cuánta razón Gutiérrez Heras me ha puesto en mi lugar debido a alguna opinión musical temeraria de mi parte! Durante esos encuentros he descubierto a un auténtico erudito musical, conocedor sobre todo del mundo sonoro de la Edad Media y el Renacimiento, a un músico con un oído y un gusto admirables, a un cinéfilo de largo alcance y más larga memoria, a un explorador curioso con las narices siempre metidas en numerosos y diversos temas, musicales y de otros, siempre en constante estudio. Prueba de ello, por ejemplo, su añeja costumbre de sentarse ante el piano los martes por la tarde, para tocar a cuatro manos con Mario Lavista. Además, Gutiérrez Heras es uno de esos compositores cuya gran estatura artística es evidente, a pesar de su actitud modesta y discreta, sazonada con un punzante y certero sentido del humor al que debo varias horas de saludables carcajadas. (Si tuviera más espacio en esta página, les contaría su memorable chascarrillo sobre el Celebren, publiquen de Manuel Sumaya).

Arquitecto, autodidacta en un principio, violoncellista en sus primeras épocas, estudiante en Juilliard, becario Rockefeller, maestro universitario, director y programador radiofónico, funcionario musical más interesado en la música que en la burocracia, redactor de impecables textos sobre música, importante y premiado creador de partituras cinematográficas y académico entre otras cosas, Joaquín Gutiérrez Heras (Quinos para sus amigos cercanos) ha recibido un doctorado ganado a pulso a través de una carrera admirable. Uno de esos amigos cercanos, Eduardo Mata (1942-1995) dijo una vez a su respecto: ``Muy pocos son los compositores de este país que han logrado desarrollar lenguajes personales originales, apoyados en un oficio irreprochable. Gutiérrez Heras tiene ambos, siendo además un lúcido poeta de sonidos digno de su tiempo y de su entorno''.

Enhorabuena, pues, a Joaquín Gutiérrez Heras, por su trayectoria, su música y su doctorado honorífico. Espero que no se enoje conmigo si la próxima vez que lo vea le digo ``Hola, Doctor Quinos''.