En enero de 1970, Elvis Presley cobraba un millón de dólares por un mes de shows en Las Vegas. Tomando en cuenta que la estrella era ``el rey'', esta cantidad no resulta tan impresionante; cualquier actor, boxeador o beisbolista de medio pelo, considera hoy que esa cantidad es un sueldo miserable. Pero el millón de Elvis era mucho en su tiempo. El 19 de diciembre de ese mismo año, su padre Vernon trató de hacer entrar en razón al rey, pueslas cuentas de ese mes venían especialmente abultadas: 38 mil dólares en pistolas y 80 mil por la compra de seis automóviles Mercedes Benz. Elvis no estaba de humor para soportar la cantaleta, tomó su pistola enjoyada calibre 45 y abandonó Graceland de un portazo. Lo del portazo es una forma de explicar que salió intempestivamente, porque esa puerta tenía el tamaño y la solidez de una casa duplex. El rey no iba a ningún lado sin su 45 enjoyada, la escondía en la bolsa de su bata cuando bajaba a desayunar, la cargaba en una sobaquera de terciopelo mientras dormía y en una funda de plástico cuando visitaba la regadera. Su amistad con Bill Morris, sheriff de Memphis, le había producido, entre otras cosas, una credencial metálica (o charola) que lo acreditaba como oficial antinarcóticos, y le otorgaba la libertad de discutir pistola en mano, con todas las bendiciones de la ley.
Elvis salió intempestivamente de su mansión; como era costumbre cuando se enojaba, derribó la puerta del garage con la trompa de su Cadillac. Iba vestido con un traje de terciopelo púrpura, el cuello y los dedos debidamente ornamentados con todo el oro de Memphis, y unos lentes oscuros que además de los ojos también le cubrían los pómulos y parte del hueso frontal. Por esos días el rey andaba inquieto, su experiencia en Las Vegas había confirmado que sus colegas músicos estaban seriamente aficionados a la heroína, y él no estaba dispuesto a cruzarse de brazos. En varias ocasiones había invadido el Backstage de los conciertos que le salían al paso, con la intención de convencer a los músicos, o de amedrentarlos con su credencial de oficial antinarcóticos, de que la heroína entorpecía el rumbo de la nación. La credencial tenía un defecto mayor: valía nada más en Memphis. También le preocupaba la infiltración comunista que encarnaban figuras de la talla de Jane Fonda. Movido por estos dos alicientes y dejándose impulsar por su berrinche todavía fresco, enfiló su Cadillac hacia el aeropuerto. El rey iba disfrazado, pero no lo suficiente, a juzgar por la cara de la señorita que atendía el mostrador de American Airlines. Luego de una breve estancia en la zona VIP, subió, por primera vez en su existencia, a un avión de vuelo comercial, disimulado con el seudónimo John Burroughs, y puesto en evidencia por el atuendo y el copete, que eran demasiado para el escondite de los lentes. Una azafata advirtió la 45 enjoyada y le dijo que no podía viajar con el arma encima. El rey, ofendido como nunca, empezó a bajar la escalerilla hacia la pista, pero a la mitad fue detenido por el piloto que ofrecía disculpas y un permiso improvisado para que el cantante viajara acompañado de su arma de fuego predilecta. Llegando a la capital se hospedó en el Washington Hotel y ahí fue alcanzado por su amigo Jerry Hopkins, que venía con la noticia de que su padre y Priscilla estaban preocupados por su ausencia. A Elvis esa preocupación no le preocupó demasiado, estaba frente al escritorio redactando una de las cuatro cartas que escribió en su vida. Cuando terminó, escribió en el sobre: ``Personal. For the President's Eyes Only''. A las 6:30 de la mañana del día siguiente, fue conducido por Jerry a las puertas de la Casa Blanca. El guardia que recibió el sobre se comprometió a ponerlo en manos del presidente Nixon; había reconocido, más allá de esos lentes que lo disfrazaban mal, al hombre más famoso de Estados Unidos.
Más tarde, en su hotel, Elvis recibió una invitación para visitar al presidente; su secretario había logrado hacer un espacio de veinte minutos para atender al cantante ese mismo día, había pasado para más tarde la junta en donde se tomaría la decisión de bombardear Laos y Camboya. El rey llegó a la cita, según Jerry Hopkins, ``emocionado como un niño''. Nadie sabe lo que sucedió adentro de la oficina, ni tampoco lo que decía la carta, pero el rey salió acompañado por el presidente Nixon, ostentando su nueva insignia de oficial antinarcóticos con nivel nacional. Elvis Presley estaba acreditado para combatir, respaldado por la ley, esas cosas que lo inquietaban. El fotógrafo de la Casa Blanca hizo varios retratos que se conservan hasta la fecha: Elvis aparece sin sus lentes oscuros, vestido con el atuendo púrpura, abrazando a su admirador más poderoso. Esa misma noche abordó el segundo vuelo comercial de su existencia. Antes gastó una fortuna en regalos para Priscilla, y otra en un grupo de soldados que llegaban de Vietnam: ``estos muchachos se ven tristes'' --le dijo a Jerry-- ``dale 500 dólares a cada uno, es navidad''. Llegando a Graceland abrió esa puerta enorme y soltó un grito que voló escaleras arriba, rumbo a su mujer que ya dormía: Hi honey, I'm home!