Angeles González Gamio
El prodigioso Colegio Nacional

Esa ilustre institución cuyo lema ``libertad por el saber'' define el ser de sus miembros, dignos representantes de la cultura nacional, tiene apropiadamente su sede en lo que fue el convento de la Enseñanza, cuya iglesia es una de las joyas más notables del barroco.

Como ha sucedido con todas las construcciones de la ciudad, con tantos siglos de existencia ha padecido múltiples modificaciones.

Fue el insigne Ignacio Castera quien edificó el convento en el siglo XVIII, que vino a anexarse al bello templo que había construido diez años atrás Francisco Guerrero y Torres, uno de los mejores arquitectos de la época. Tras la exclaustración religiosa se convirtió en cárcel y poco después don Benito Juárez instaló la Suprema Corte.

Su siguiente destino fue escuela para ciegos, compartido con una casa de estudiantes. En 1943 una parte la ocupó la Secretaría de Educación Pública y la otra se la repartían el Archivo de Notarías y el entonces recién nacido Colegio Nacional. A esta institución se le otorgó toda esa área en 1988, siendo hasta 1992 que se obtuvieron los permisos y los recursos para su recuperación.

El encargado de llevar a cabo la obra fue el arquitecto Teodoro González de León, autor de varias de las construcciones contemporáneas más importantes de México y del extranjero. Baste recordar el Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica y la bella Escuela de Música, en la Universidad de las Artes.

En un ensayo del libro de reciente publicación Retrato de arquitecto con ciudad, del cual es autor González de León, platica sus experiencias en la restauración del antiguo convento. El volumen lo coeditaron Artes de México, el Colegio Nacional y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; el cuidado del diseño y la edición estuvieron a cargo de esa pareja extraordinaria que integran Alberto Ruy Sánchez y Margarita de Orellana, lo que se traduce en una obra de arte en forma y contenido.

En este libro, el arquitecto cuenta cómo estaba alterado el edificio; más del 40 por ciento de los muros había cambiado de posición respecto del plano de 1867 único documento existente en que se ve el convento original. Las azoteas del segundo piso habían perdido sus viguerías y en su lugar tenía losas de concreto de muy baja calidad. Tenía graves daños estructurales, y alteraciones desafortunadas lo ensombrecían e impedían percibir sus cualidades, entre las que destacan tres espléndidos patios.

Para descubrir el espíritu de la obra se partió de un proyecto flexible; los hallazgos que surgieron al destapar losas y remover aplanados hicieron variar tanto el criterio como la forma de reestructurar y aprovechar el espacio para las nuevas necesidades, ``poco a poco se nos fue revelando la esencia de la obra, su sinceridad constructiva'', narra González de León y hace un reconocimiento al magnífico constructor que fue Castera.

Comenta asimismo los sorprendentes descubrimientos: el gran espacio de la cocina con su doble altura soportada por un enorme arco de piedra; 20 arcos y 49 nichos de piedra cortada que estaban en las celdas y ahora enriquecen los muros del Colegio.

En la remodelación se buscó darle luz; esto guarda gran importancia para el arquitecto; en su opinión quizás el gran cambio que ha tenido el espacio arquitectónico en el siglo XX es precisamente la luz: ``tenemos la necesidad de un entorno más luminoso y transparente'', afirma.

Por su disposición original, la mayoría de los locales recibía iluminación sólo de los patios, que son muy profundos. Fue necesario hacer en las dos crujías centrales el equivalente a un gran espacio abierto; allí mismo se abrieron vanos, que habían sido bloqueados en el curso de diversas alteraciones; se cambió el esquema cromático y se colocaron elementos con formas y materiales contemporáneos que establecen un armónico ``diálogo'' con las canteras y maderas originales.

El resultado es impresionante; en esa arquitectura deslumbrante que conjuga el ayer y el hoy, hay una biblioteca para 70 mil volúmenes, nuevas aulas, áreas de cómputo y administración, sala de consejo, comedor y un aula mayor con capacidad para 400 personas, provista de un complejo sistema de equipos audiovisuales.``Fue una tarea compleja y excitante, similar a la de un escritor que traduce un poema de otra época'', expresa González de León y eso lo define a él, además de su gran taleto arquitectónico, como un hombre sensible, creativo y auténticamente amante de su profesión.

No queda más que ir a terminar de leer su libro frente a un té helado admirando las níveas formas ondulantes del palacio de Bellas Artes, desde uno de los balcones del salón francés, que venturosamente nació tras la reciente remodelación del tradicional Sanborn's de los Azulejos.