Todo indica que el nombre de Amy Elliot va a hacérsenos familiar en adelante. A fines del año pasado, Raúl Salinas de Gortari, actual huésped del penal de Almoloya, citó muchas veces ese nombre durante el interrogatorio al que lo sometió Carla del Ponte, fiscal del gobierno suizo (La Jornada, ayer). Ella es una funcionaria importante del prestigioso Citibank, y se convirtió en el cerebro financiero por lo menos de Raúl, si bien en la audiencia mencionada éste parecía un tanto desencantado de sus servicios por haber aconsejado a su esposa que retirara los fondos depositados en la banca suiza, cuya procedencia, se sospecha, es el narcotráfico. Al parecer, las lealtades de la señora Elliot son explicablemente, ante todo, con la institución a la que pertenece, y la suerte de sus clientes de circunstancias la tiene sin cuidado. Como sea, su nombre va a sonar más todavía, y por muy buenas razones.
El viernes, Carlos Salinas de Gortari, controvertido ex presidente mexicano, fue sorprendido en la calle, frente a las oficinas del Council Foreign Relations de Nueva York, por las cámaras del Nightly News, noticiario vespertino de la NBC, y no quiso hablar mucho. Sólo dijo que estaba allí por pocos días, para atender ``un encuentro, una reunión''. Su sola reaparición (y su precisa ubicación espacio-temporal) fue de suyo perturbadora en los medios. Pero el reportero Michael Jensen difundió la breve plática con un aderezo informativo más importante, desde luego, que la imagen de Salinas, su acompañante y el paraguas. Reveló que Amy Elliot había comunicado a investigadores federales que el propio ex presidente discutió con ella los detalles de las cuentas secretas en Suiza y que él recibió personalmente la documentación respectiva en las afueras del Citicorp. Si esto es así, y no resulta difícil comprobarlo, Carlos Salinas está directamente involucrado en el escándalo de la oscura fortuna por la que cuatro países están investigando a su hermano.
Habría mentido, entonces, cuando se dijo engañado por Raúl y aseguró que desconocía sus actividades y el origen de los millones de dólares transferidos al extranjero. El simple sentido común indicaba que la proximidad de su hermano (que en otras circunstancias podría haber sido digna de alabanza) y luego del presidente del Citibank, como bien observa Emilio Zebadúa, hacían imposible que Carlos Salinas ignorara los negocios y las gestiones financieras de Raúl. Ahora sabemos (por información externa, como suele suceder) que no sólo estaba al tanto de todo, sino que él mismo intervenía, en persona, en los trámites y diligencias bancarias. Y quien está comprometido con el producto de los negocios hasta el punto de determinar su manejo y destino, está comprometido también, de necesidad, con el carácter de esos negocios. De otro modo: si se establece que la fortuna de Raúl, todavía insuficientemente situada y cuantificada, procede del narcotráfico, la responsabilidad penal alcanzaría al ex presidente.
Verdaderamente, Jensen no ha dicho nada nuevo. Desde hace mucho tiempo, el tribunal de la opinión pública del país ha condenado a los Salinas por corrupción (y a uno de ellos por crímenes más vituperables aún). Pero es un tribunal moral, ajeno al binomio crimen-castigo. Es posible que la opinión pública se equivoque, inclusive de raíz, sobre todo cuando es inducida. Ha habido casos de linchamientos enteramente injustos y aun absurdos, como el de Marte R. Gómez y la fiebre aftosa en los años cuarenta. Pero la declaratoria pública de culpabilidad respecto de Carlos Salinas tiene que ver con un resentimiento profundo por sus actos de gobierno y su política antisocial, y también con su ostentación insultante del poder y del dinero. Sin duda, la verdad popular y la verdad jurídica no siempre van de la mano. Pero ya había muchos elementos para fincar la sospecha de ilicitud en la riqueza de Carlos Salinas, sin que el Ministerio Público se dignara evaluarlos; ahora está ofreciéndose uno más, y bastante contundente. Es de esperarse que las autoridades nacionales no se sienten a ver cómodamente el Nightly News y a esperar los resultados de las investigaciones oficiales o periodísticas de Estados Unidos.