La Jornada Semanal, 23 de junio de 1996
Hace unos años, sin haberlo previsto, me introduje en una
investigación sobre la Inquisición en México. De
pronto, me encontré frente a publicaciones que afirmaban que la
Inquisición nunca había existido aquí. Y entonces
recordé lo que Leonardo Sciascia escribió alguna vez:
que el mayor éxito de la mafia había consistido en
convencer a todos de su inexistencia. Con tal guía
retomé el tema, leí a Toribio Medina, Richard
E. Greenleaf y, por supuesto, los numerosos expedientes
inquisitoriales del Archivo General de la
Nación. Además, estudié los escritos de los
propios inquisidores coloniales: Pedro Gómez Maraver, Jacinto
de la Serna, Isidro Sariñana, Pedro Sánchez de Aguilar,
Diego Villavicencio, Francisco Burgoa, Antonio Bergosa... Leer esta
literatura es realmente perturbador, y se inhibe uno sólo de
pensar en citar lo que estos frailes y obispos escribieron. Sobretodo
si se trata de ubicar estas palabras en su contexto: la llamada
evangelización.
Finalmente, pude vencer el impulso de la autocensura, gracias otra vez a Leo nardo Sciascia. También él se ocupó de la Inquisición, y lo hizo desde un punto de vista irreductiblemente laico: resulta ejemplar su decisión de no ser comprensivo, en absoluto, con la Inquisición (como acostumbran muchos autores), pero sí con sus víctimas. Escribó Sciascia: "Una de las cosas más grandes que han sido dichas si tomamos en cuenta además la época en que fue dicha es un juicio que emitió Montaigne sobre la Inquisición: 'A fin de cuentas, significa que se concede un peso importante a las opiniones personales cuando se quema vivo a un hombre en nombre de ellas.' Es el juicio más escéptico, el más radicalmente escéptico que se haya pronunciado alguna vez: el catolicismo visto como una opinión, como una opinión cualquiera." (En otra parte, Sciascia emplea "conjetura", en lugar de "opinión", citando el mismo texto de Montaigne).
Teniendo en cuenta éste y otros juicios de Sciascia sobre ciertos usos de la religión como su extraordinario análisis de la relación entre un partido como la Democracia Cristiana y el clero en Sicilia, tema de En tierra de infieles , no supe cómo entender el título de un artículo publicado el pasado 15 de abril en Proceso, "Semana Santa, Semana Sciascia", sobre todo al reparar, un instante después, que era de Carlos Castillo Peraza. Antes incluso de empezar la lectura del texto, me pregunté si su autor estaría consciente de que se ocupaba de alguien que ha sido comparado con Voltaire: Sciascia escribió, incluso, un Cándido...
Castillo se deja arrebatar desde las primeras líneas por una experiencia intensamente religiosa, mientras recorre el interior de la iglesia de Coyoacán. Una visión lo conmueve: "El pueblo está bajo la bóveda, de rodillas, sin sentir su propia fatiga, implorando perdón. No es una lección menor." Qué pensar me dije de un líder político que encuentra aleccionador el espectáculo de un pueblo de rodillas... e implorando perdón? Pero, además, bajo el nombre de Sciascia? Y, qué dice Castillo del autor siciliano? Cita un texto suyo, traducido como Los navajeros, sobre un terrorista monárquico activo en la Sicilia recién independizada de España. Los crímenes de este personaje nunca pudieron ser probados por la vía legal. Ahora bien, como ocurre con otros textos suyos, uno de los registros en que puede ser leída esta obra de Sciascia es el de la novela político-policiaca, y en este terreno resulta más o menos transparente el símil que plantea el artículo de Castillo Peraza, hablando del investigador de la historia de Sciascia: "Encabeza la pesquisa un extranjero en la ciudad, es decir, un italiano del norte piamontés que no tiene con qué afrontar las complejidades y laberintos meridionales, pero que trata de averiguar qué pasó, es decir, quiere saber la verdad."
Aquí tenemos a nuestro actual procurador pensé yo, lector de Sciascia al fin y al cabo, ajeno a los enredos priístas, pero obligado a enfrentarlos. Además, el procurador mexicano (es decir, el magistrado piamontés Giacosa) ya lo sabe: "el autor del crimen prosigue Castillo es un hombre poderoso de la localidad[...] acreedor reconocido de favores múltiples, cómplice de intereses contradictorios, pionero de las estrategias de la confusión y la tensión que desde entonces llevan a Italia de crimen insoluto en crimen insoluto, de ocultamiento de Estado en ocultamiento de Estado". Pero, hay que resignarse, sugiere también Castillo:"Giacosa dejará testimonio de todo esto en documentos privados porque no tiene pruebas que pueden hacer de sus convicciones argumentos legales, hechos públicos."
Castillo lamenta al final de su artículo para regresar a la atmósfera mística del principio que Sciascia sólo se hubiese interesado por la humareda de la política ("el misterio como opresión") y no por el incienso de la religión ("el misterio como salvación"). Sin embargo, contra lo que piensa el político mexicano, sí se ocupó Sciascia y mucho de la religión. No precisamente del incienso, pero sí de la religión. Y de su relación con la política también... y con la verdad, por supuesto. Dos veces en su obra cita cierto poema, una de ellas al referirse a la esterilidad de las guerras de "conjeturas" (así llama a las guerras de religión) de la época de Montaigne: "Como Pessoa en la poesía sobre la Navidad, Montaigne pensaba que la verdad ni venía ni se iba: simplemente cambiaba el error." Éste es el poema de Pessoa ("Montaigne destilado", dice Sciascia): "Navidad": "Nace un dios. Otros mueren. La Verdad/ no vino ni se fue, cambio el Error./ Tenemos ahora otra Eternidad,/ y era siempre mejor lo que pasó./ Ciega, la Ciencia la inútil gleba labra./ Loca, la Fe vive el sueño de su culto./ Un nuevo dios es sólo una palabra./ No busques ni creas: todo está oculto."