El poeta César Antonio Molina acaba de dejar la dirección de Culturas, de Diario 16. Hace cerca de diez años, Molina relevó a José Miguel Ullán al frente del suplemento y prosiguió la línea de apertura hacia América Latina, y en especialhacia México. También se preocupó por reunir a los mejores escritores de su generación y por consolidar un espacio donde la información precisa conviviera con la lectura de textos fundamentales. Culturas fue la escuela de muchos jóvenes escritores, entre ellos Benjamín Prado, secretario de redacción del suplemento, quien con su novela Raro se convirtió en el virtuoso de la ruidosa banda de los narradores pop de España. También en Culturas afilaron sus lápices Enrique Vila-Matas, Bernardo Atxaga, Ignacio Martínez de Pisón y otros que hoy son figuras indiscutibles de la literatura española. Al revisar la década de Molina, muchas cosas parecen "obvias"; lo singular es que en el momento de publicación, pocos lectores sabían de la existencia de Tabucchi, de la contribución de Paz a la canción ranchera o de la literatura que Beckett escribió en alemán. Culturas amplió el repertorio de la imaginación y se convirtió, sin lugar a dudas, en el principal suplemento del idioma. Siguiendo una irrenunciable tradición periodística, el suplemento trabajó como una modesta panadería: tres redactores y muy poco dinero para pagar colaboraciones. A diferencia de los superconglomerados de la información española, Culturas nunca dependió de las pesetas para fichar autores. La capacidad de convocatoria de César Antonio Molina hizo que Magris, Fuentes, Saramago, Pitol, Cabrera Infante, Monterroso y muchos otros estuvieran en una especie de "nómina de honor" o de "legión extranjera" que colaboraba sin otra retribución que el gusto de aparecer en esas páginas. La Jornada Semanal estableció una fecunda relación de intercambio con Culturas. Nuestros textos aparecieron en Diario 16 con la misma constancia con que reprodujimos a sus autores. Nadie ignora que la cultura española de los últimos años se ha volcado hacia Europa y los Estados Unidos. Pasado el furor del boom latinoamericano, los editores se concentraron en los nuevos búfalos de Europa central o de las praderas texanas. En este ámbito, Culturas se mantuvo como un puerto abierto para América Latina. Además de dirigir el suplemento, Molina se hizo cargo de la sección cultural de Diario 16, coordinó la edición de las obras de su paisano Álvaro Cunquiero, contribuyó a la fundación de la revista Sibila, organizó los cursos de verano de El Escorial y escribió una pléyade de ensayos, agrupados en Sobre la inutilidad de la poesía. Hace unos días, Molina fue nombrado director del Círculo de Bellas Artes. Aceptó este encargo porque los días de Culturas están contados. Siguiendo la tónica de un planeta bárbaro, la prensa española suprime los espacios para la creación y el pensamiento. Los nuevos ricos de la información desprecian las páginas que no se venden. Los yuppies de pelo (y cerebro) cubierto de mousse descubrieron que Culturas era menos rentable que El Corte Inglés, Molina se fue a otras playas y el suplemento entró a una fase de lenta extinción. Se rumora que también Diario 16 pasará a la noche de los tiempos. Qué quedará de esta empresa? Los tenues artefactos que brillan con luz propia: las palabras y las ideas de Culturas.
Babelia en babia
Riesgos similares amenazan a otros suplementos hispanos. El País es el Real Madrid de la prensa española, un trabuco difícil de superar. Por eso extraña tanto lo que ocurre con Babelia. Hace ya varios sábados, el suplemento de cultura amaneció maquillado como para actuar en un concurso de sevillanas dirigido por Almodóvar. La coquetería del nuevo formato es una clara derrota de la cultura de la letra; para entrar en el corsé del diseño, los textos deben ponerse a dieta; ahora, un artículo de tres cuartillas califica como "novela río". Además, se privilegian las cápsulas informativas para tranquilizar a los nerviosos que se preocupan de que la cultura dure más de un párrafo. De acuerdo con la idea de que una imagen dice más que mil palabras, el nuevo Babelia es como un demencial álbum de familia: hay tantas fotografías que las caras ya ni siquiera son tamaño infantil sino prenatal. Al lector desprevenido se le aconseja tomar Dramamine para no marearse con el salpicón informativo. Un persistente rumor de ultramar sugiere que también los días de este homenaje a la vacuidad están contados. Mientras tanto, basta asomarse a la lista de los libros más vendidos para comprobar el despiste en el que viven los editores. La sección de "ficción" es encabezada por Noticia de un secuestro, el libro que García Márquez describió, en las propias páginas de El País, como la menos ficticia de sus obras. |
El mecanismo de Magus
No fui declaró Magus. No fuiste? se enfureció la esposa. Y entonces, qué hiciste toda la tarde? Magus decía muchas mentiras. Las decía desde niño. Pero esa noche, quién sabe por qué, se dio en él un cambio. Cuando iba a contestar el "fuiste al dentista?" de su mujer con una mentira, o con una vaguedad, se aturdió y dijo la verdad: no había ido al dentista. No bien soltó la verdad, y mientras la mujer dejaba caer sobre su cabeza una lluvia de preguntas y recriminaciones, Magus se volvió hacia él mismo e intentó apresar el mecanismo de su aturdimiento. Creyó que era importante y quería volverlo a usar. Contéstame, no me estás oyendo? inquiría la mujer. Por qué pones esa cara? Pero Magus no respondía, había logrado capturar el mecanismo. Y pronto empezó a usarlo: cuando aparecían las situaciones, que eran muchas y variadas, en que antes hubiera intentado controlar con mentiras o vaguedades, se autoaturdía y, con una actitud de "que pase lo que sea y trágame tierra", soltaba su verdad. Las mentiras de Magus con frecuencia eran completamente innecesarias y sobre asuntos muy triviales. Es más, la mayoría no eran siquiera mentiras propiamente, sino inexactitudes gratuitas. Era como si a toda información quisiera darle Magus su manita de gato, su pulimiento extra que dejara una impronta personal. Esta conducta, sólo desconcertante o pintoresca para amigos y conocidos, era para la esposa tan insoportable que se elevaba ya a causal de divorcio. Pero la mujer no atinaba más que a someterlo a largos interrogatorios, vigilarlo de cerca, cazarlo en sus inexactitudes y reprochárselas a gritos. Con lo que sólo lograba, desde luego, que él refinara más y más su capacidad de eludirla. Por otra parte, la esposa iba desarrollando placer en ejercer autoridad y menosprecio sobre el marido mentiroso. Fue entonces cuando apareció el mecanismo de la verdad de Magus. Era extraño, su nueva actitud no se generaba en la valentía, sino en una modestia y una resignación incontrolables. Tampoco en la lucidez, porque no había en él ninguna claridad mental sino, al contrario, una especie de embrutecimiento seco y desamparante. El aturdimiento del mecanismo consistía en una especie de torbellino irrefrenable de humildad y renuncia donde él se perdía. Por eso, al aturdirse no experimentaba el brillo o resplandor de la verdad sino una especie de ceguera desesperante. Cuál ceguera? Sí, la ceguera frente a las consecuencias. Al soltar la verdad, Magus perdía de vista las consecuencias de lo que estaba diciendo, y con ellas el control de la situación. Por eso sólo le quedaba apechugar lo que pudiera suceder y asumir el modesto papel de quien espera, y no intentar, como antes, mandar sobre las cosas como un rey asirio de clase media. Del cambio de Magus sólo hay un antecedente. Sucedió en un banco. Cuando Magus hacía un cheque ponía una fecha ligeramente atrasada para no errar y que le rechazaran el cheque posdatado (aun cuando preguntaba el día del mes en la cola o consultaba un periódico). A él le parecía simplemente cómodo. Pero ese día consultó el periódico que llevaba y anotó en el cheque la fecha exacta. Eso fue todo, venció la compulsión a predatar y puso la fecha exacta. Tú dirás que fue una nimiedad, yo creo que fue una gran revolución en el alma de Magus. Esa pequeña compulsión a predatar encerraba toda su conducta. La mentira no obedece en general a silenciosas maquinaciones, ni siquiera creo que sea deliberada en la mayor parte de los casos, sino obedece a hábitos de inexactitud, de imprecisión mental, muy difíciles de desarraigar. Un mentiroso puede descubrir con asombro que es mentiroso. No lo sabía, no tenía idea clara de lo que hacía, y cuando lo advertía le restaba importancia. Magus no entendía por qué su mujer hacía tanto escándalo por sus inexactitudes: "Pero qué importancia tiene si llegué a las cinco o a las seis?" (como se sabe, nada exaspera más a una mujer que quitarle importancia a lo que la enoja). El mecanismo de Magus muestra que en la vida de todos los días, verdad no se opone a mentira, sino a control. La escolástica definía muy sensatamente la mentira como "afirmación contra la propia mente". Es decir, no en primera instancia como falsedad. Puedo creer que X, pero digo Y (afirmo contra mi propia creencia), y sucede que Y es verdad (pero no lo sabía). En este caso digo una mentira que resulta ser verdad. Pese a esto, mi mentira sigue siendo mentira porque la mentira no está en función de la verdad, sino de mi creencia original. Cuántas mentiras puede haber en mi artículo? Creo que no han de faltar. En la parte, por ejemplo, en que hablo del mecanismo de Magus, no me dejé llevar por un ánimo proselitista y atenué formas muy deliberadas y conscientes de mentir? Esa vaguedad me acusa. Pero hay que ser muy cuidadosos en esto: Ibsen tiene escenas magistrales sobre los peligros de andar diciendo verdades a lo loco. Y Graham Greene sostenía que en las relaciones personales (no en la vida pública) la verdad no sirve para nada y no trae más que desgracias evitables. El cariño, dice, es una guía mejor.
Cinco años y cinco meses después de los hechos, mucha gente sabe que buena parte de la información que los media del mundo repitieron sin cesar antes, durante y después de la Guerra del Golfo Pérsico, eran mentiras descaradas o, por lo menos, distorsiones flagrantes de la realidad. Lo que resultainteresante preguntarnos es: cómo lo sabemos? El australiano Mckenzie Wark, en su libro Virtual Geography (Indiana University Press, 1994), comenta que lo sabemos gracias a otros media más lentos y considerados que la televisión, lo sabemos por el análisis de documentos de la época y numerosas investigaciones de campo. El enfoque principal de su libro no es tanto el contenido mismo de los mensajes, sino que más bien trata de explicar el funcionamiento de la matriz de relaciones que produjo el espectáculo de esta guerra. Para esto, Wark retoma el concepto de vector de Paul Virilo, con el que describe cualquier trayectoria en la que pueden desplazarse potencialmente cuerpos, información o misiles. Así, un vector es una transmisión de Bagdad a un satélite y de ahí a Washington. Cualquier tipo de media puede ser pensado como un vector. Ahora bien, la mecánica de estos vectores es interesante ya que, por ejemplo, el volumen y velocidad de información que genera un vector puede no tener relación con la significación o escala de un evento. Además, la intensa propagación de los vectores de los media no ha hecho que los eventos sean más fáciles de entender, "ya que en una atmósfera de crisis el vector de noticias internacionales no es una forma de comunicación. Los mensajes mutuamente aceptables no pasan por este canal de comunicación de una comunidad a otra". Entre más rápido llegan los media al lugar de los hechos, más rápido transmiten su cobertura al mundo y más difícil se vuelve desenmarañar al suceso de los vectores en que queda inmerso.
La madre de todas las transmisiones
Junto con la guerra, comenzó la cobertura televisiva y la marejada de sondeos de opinión. Pero el régimen iraquí no era ajeno al uso estratégicode la televisión. Hussein trató de emplear este medio a su favor en la célebre transmisión en la que se encontraba con los huéspedes-rehenes-prisioneros de guerra-héroes de la paz extranjeros, para explicarles que ellos ayudarían a que la guerra no tuviera lugar. Hussein aseguraba a una madre que expertos del ministerio de educación se encargarían durante un tiempo de la reducación de su hijo de siete años, Stuart Lockwood. "Cuando él y sus amigos y todos los presentes aquí hayan desempeñado su papel para impedir la guerra, entonces todos ustedes serán héroes de la paz", añadió. Un día antes de las hostilidades, CNN transmitió un triunfante desfile militar en Bagdad. Esa imagen de desafío fue tan sólo una más de las contradicciones en que incurrió Irak y que finalmente crearon una especie de cortocircuito en la imagen que quería presentar de sí mismo este país. Por un lado, Saddam quería presentarse como un heroico líder del Tercer Mundo que hacía frente al imperialismo estadunidense, pero aún estaba fresco en la memoria el recuerdo de este mismo gobierno sirviendo a los intereses estadunidenses al combatir a Irán; por una parte, Irak quería aparecer como el país más moderno y desarrollado de la región, y por otra, quería ser considerado como santuario por las hermandades musulmanas. Irak es un estado gobernado por un partido único, el Baat, que controla todos los media, pero a la vez es un país dependiente del extranjero en lo tecnológico y, por lo tanto, seriamente vulnerable en el terreno de las telecomunicaciones. Desde la década de los ochenta, el Partido Baat ha empleado intensamente la televisión como medio educativo y como poderoso vehículo propagandístico (más o menos como la alianza PRI-Televisa). Uno de los errores de cálculo más graves de Saddam fue no anticipar que sus imágenes televisivas no tendrían en el extranjero el mismo impacto que tenían domésticamente.
El árabe depravado
Saddam apareció en los noticieros de todo el planeta acariciándole la cabeza a un niño. Ese gesto, que podía leerse como una inocente caricia paterna, se tradujo en la imaginación colectiva victoriana estadunidense en una señal inequívoca de lujuria y abuso de menores. El acto mil veces repetido del político que besa bebés o palmea la espalda de niños, se convertía en la materialización de las fantasías eróticas sadomasoquistas que circulaban ampliamente en los media, como las historias de abuso sexual y las seudonoticias de rituales satánicos, sacrificios de menores, raptos masivos de niños y pornografía infantil. Saddam era el cliché del asesino oriental de niños. Supuestamente, sus tropas invasoras habían matado a 300 bebés al sacarlos de sus incubadoras; luego se supo que este dato, junto con muchas otras supuestas informaciones, eran tan sólopropaganda manufacturada por la empresa de relaciones públicas que diseñó la imagen de esta guerra, Hill & Knowlton. La figura de Saddam incorporó al legendario árabe pedófilo y violador (la invasión a Kuwait se presentaba a menudo como la violación de un país), que ha estado presente en la imaginación occidental desde hace siglos. Como escribe Avital Ronell, se hizo una obvia asociación de ideas: sodomizar se volvió saddamizar. |