Oscuramente
Otro día más, dice como quien canta una victoria trabajada, y a la postre inverosímil. Cómo pudo ser? Cerca de las doce, medianoche, fin del día.
Increíble que sea yo, debe pensar. Increíble que todavía. Una violencia lenta e injusta. Y pensar la de fuegos que a diario se encienden. Latas de petróleo al borde del camino a La Tiznada, cirios en templos obtusos, los fogones de millares de alimentos para millones de hombres camino a La Esperanza. Y pensar...
Todos, caminos despacios al abismo, aunque algunos finjan tomar atajo.
Cuántos ``otro día más''. Cuántas veces haber visto con sus propios ojos cambiar de sitio los Pegasos de Queroll. Cuántos hijos toma saberse nada?Sin noción de pérdida en la orilla del universo. Una orilla que poco a poco se desprende hasta convertirse en isla y flotar oscuramente.
Después, no hay otro día.
Barricada de la desolación``La vista de aquel panorama puede parecer la invención de un poeta muy conocido y constantemente olvidado." Boris PasternakLa bodega de la fábrica, vieja pero abandonada antes de ser antigua, a oscuras en esta parte que antes fue la nueva ciudad, al recibir las primicias del sol evidencia su baldío indiferente, hierro, cemento y lámina, una cicatriz más para la edad postindustrial, y hace echar de menos el bullicio de los hombres trabajando.
Se borraron los tráilers en la entrada, los montacargas enloquecidos llevando en ristre cajas y partes por toneladas. Ni siquiera crecen en el asfalto de las instalaciones los agudos yugos de la piedra y el monoblock, la vegetación del abandono.
Contra los borregos dorados del cielo, la chimenea al otro lado de la vía del tren, descopetada y muda, es monumento por omisión de la labor que fue. Ni el ensamblador automotriz ni el caldero de la vidriera trabajaron hoy. Los tragaron las calles del desempleo y quizás vagan en plena pérdida del único capital que tenían: sus cadenas, que al menos eran algo.
Dos gorriones se persiguen por los aires, cabriolean en una danza de seducción, encima de las incipientes ruinas de otro altar del progreso. Las palabras tarjeta, turno, sindicato, capataz y patrón dejan de importar. Lo mismo tornillo, rondana, tuerca, combustible y anaquel. Ameritan responso los vocablos bobina, motor y diferencial? Es curioso que en una vastedad hueca que podría ser fea conserven vigencia las palabras nube, piedral, sol y gorrión.
El tren mañanero pitó y siguió de largo en los callejones ferrosos, sin rozar las factorías muertas ni aminorar su peso ante las fábricas aún balbucientes de llantas, fertilizante y jabón.
Barras de acero, lonas polvosas y podridas, ventanas apedreadas, tubo surtidor, mallas y púas en un rincón, indiferencia de las cosas, calladas. Escurren su herrumbre en olvido de la brutalidad viril y civil del obrero, el sudor, el azufre, el depósito de lubricantes, el almacén, el triste vestidor donde colgaban de un gancho como res sacrificada los overoles, y las botas de seguridad aguardaban el olisqueo impertinente de los ratones.
Se suscitaron asambleas, huelgas, plantones frente a la Central Obrera, la Junta y la Oficina Gubernamental. Fluyeron la protesta, la súplica, el desplegado, la desilusión. El progreso vino, exprimió y pasó. Sin fierros que desplomar, rutinas ni afán, la parálisis envenena los cables que desplazaban la alta tensión. Sobrevive la calavera pirata que indicaba peligro, Keep out.
Ni rituales se cumplen ni ruge pistón. Se acabaron las balas de salva del vigilante, su cepo de reloj checador. Quién salvaguarda el haber sido, la oquedad en la brújula, el inútil sacrificio del siglo? El cadáver de la promesa seca sus huesos y grietas, gris pese al día, a falta de algo mejor.
Descansan la furia y el músculo. Causó baja la bodega, ya sólo espera los plomos y plumas de la demolición.