La Jornada 24 de junio de 1996

Desvelos, colas, desorganización, rezos y enojos por el examen único

Rosa Elvira Vargas, José Gil Olmos, Laura Gómez y Jesús Aranda Más de un millón de habitantes de la ciudad de México y la zona metropolitana prácticamente no lograron dormir la noche del sábado. Todo por el examen único.

Entre todos los desvelados, los que quizás estaban menos preocupados eran los propios aspirantes a ingresar a la educación media superior, pero los que seguramente no conciliaron el sueño fueron sus padres. También sufrieron insomnio los encargados de sacar de las bóvedas las pruebas y distribuirlas, los trabajadores del Metro, los agentes policiacos y de tránsito, los tamaleros y los repartidores de volantes de las escuelas privadas, sin faltar aquellos que impugnan el proceso de selección y que actuaron en consecuencia.

Antes del alba dominical, y fieles a la tradición de hacer fila porque ``al que madruga Dios le ayuda'', aunque éste no haga examen, los aspirantes y sus padres llegaron a los centros de aplicación hasta tres horas antes de la primera cita, las siete de la mañana.

Las 152 sedes recibieron caravanas de jóvenes y padres, y en no pocos casos hermanos, tíos, primos y abuelos con la misión voluntaria de infundir ánimos a los adolescentes, pero causaban el efecto contrario, pues les contagiaban el nerviosismo. Por ello, no pocos confundieron los sitios donde se realizaría el examen.

En contra de las recomendaciones pedagógicas, minutos antes de la prueba numerosos estudiantes le daban un último repaso a la guía en el Metro, en el coche y aun en las calles. También revisaban las indicaciones recibidas en los cursos de preparación --que costaron hasta mil 600 pesos--, así como los cuadernos, libros o acordeones. Otros ya sabían que ante la menor duda no les quedaría más que el infalible ``de tin marín, de do pingüé...''.

Al Colegio de Bachilleres número 3, en Iztacalco, los aspirantes empezaron a llegar desde las cinco de la mañana. Algunos sólo llevaban sus lápices, otros una imagen religiosa en el bolsillo para ``pedirle a Dios que nos haga el milagro de quedarnos en la escuela que queremos''. Todo se valía.

Mientras, en la Universidad del Tepeyac hubo empujones y reclamos, pues las autoridades de la escuela no planearon la salida de los aspirantes del primer turno ni el ingreso de los del segundo, a las 11 horas. Estos últimos tuvieron que trasladarse a Zacatenco para hacer su examen.

En el primer turno, quizás por la hora, la tensión era evidente. Bien bañados y peinados, pero en general en ayunas, los jóvenes se formaban para entrar a la sede que les correspondía. Sus padres, antes de perderlos de vista, les echaban la última mirada como quien se despide de un ser querido que emprende un largo viaje.

Al empezar el examen, en los salones sólo podían estar los estudiantes y los aplicadores, para evitar nerviosismo o distracciones. En algunos planteles había áreas especiales, en la planta baja, para personas con algún impedimento físico que les impidiera subir escaleras.

Quienes se quedaron aguardando en la calle se resignaron a pasar lo mejor posible las tres horas siguientes. Agotadas las raciones de tamales o el sandwich, empezaron los comentarios dominicales; salieron a relucir el tejido, el periódico o la estampita del santo o la virgen favoritos.

Un domingo sin futbol

Con el ceño fruncido, doña Elia Flores advirtió: ``Es un engaño, nos están viendo la cara, pero no vamos a aceptar que manden a nuestra hija a otra escuela''.

Fuera de la Alberca Olímpica y del gimnasio Juan de la Barrera varios miles de padres esperaban a sus hijos en el segundo turno. Unos silbaban, otros gritaban: ``¡El Ceneval está reprobado!'' cuando intentaban entrar al primer edificio en busca de sus hijos, que ya llevaban una hora de retraso en el examen.

En las manos, en los bolsillos y en el piso, miles de volantes de distintos colores y tamaños invitaban a los jóvenes a seguir sus estudios en escuelas privadas: computación, inglés, bolsa de trabajo y ``bachillerato tecnológico bivalente''. Eso sí, todos con becas.

Tampoco faltaron las llamadas prepas pop, como la de Fresno, que también imprimieron sus volantes.

En medio del tianguis académico, un funcionario de la Universidad del Valle de México aprovechó que era anfitrión del examen y en el vestíbulo del plantel despedía a los jóvenes que terminaban su prueba con un: ``Buena suerte. Aquí tenemos espacio para ti'', y les extendía un folleto publicitario de su preparatoria, a colores.

A unos metros de donde estaban las organizaciones estudiantiles, académicas y sindicales que llamaban a coordinar esfuerzos, se repartían otros volantes sin firma:

``No seas objeto de la manipulación y el engaño de lidercillos políticos. ¿Sabías que el año pasado unos activistas políticos manejaron y engañaron a un millar de jóvenes que no tuvieron ingreso al bachillerato? ¿Sabías que el movimiento de rechazados en 1995 fue para darle más fama e imagen a algunos diputados y a sus subordinados? No te dejes manejar por gente sin escrúpulos. Recuerda que el próximo año es de elecciones en el Distrito Federal y por ello los activistas de diversos partidos buscarán manipularte para su lucro personal ¡Busca tu opción, existe!'' La batalla de papel estaba en el aire y en el suelo.

Al salir del examen muchos jóvenes se quejaron de que la guía de estudio que les dieron no les había servido porque el examen era ``completamente distinto''. Otros aseguraron que había estado fácil, pero que eran muchas preguntas. Cuando se les preguntó qué harán si los mandan a otra escuela que no habían pedido, la mayoría de los entrevistados respondió: ``No sé. A lo mejor me voy a una particular, pero mis padres dicen que no tienen dinero''.

El desorden siguió fuera de las dos sedes donde miles de jóvenes acudieron, en dos turnos, a presentar la prueba. Decenas de autos estacionados en doble o triple fila, puestos de comida...

--¿Qué le parece el examen único? --se les preguntó a varios.

--Es una porquería, un engaño. Mire: si utilizaran el dinero que nos cobran ahora y el de años pasados para construir salones de clases, no tendríamos estos problemas. Todos nuestros hijos tendrían un lugar. Ahora ya no nos preocupamos por si van a sacar diez, sino a qué escuela los mandarán --respondió preocupada doña Elia.

Bajita de estatura, Elia Flores no ocultaba su enojo: ``Tendríamos escuelas para todos, pero lo único que tenemos es corrupción''.

--¿Y si a su hija no le dan su lugar en alguna preparatoria de la UNAM, como ella quiere, o si la mandan al Conalep?

--Pues no lo vamos a aceptar. Hemos fregado mucho tiempo a nuestra hija para que saque buenas calificaciones y pueda entrar a la prepa. Si ahora nos dicen que no se puede y la mandan a una escuela rascuache, pues como que no. Nosotros no lo vamos a aceptar. Y eso de mandarla a una escuela de paga que no tenga reconocimiento oficial tampoco nos parece.

Pero las patas de conejo, la estrella de David, el colguije de ámbar, la estampita de la Virgen en el bolsillo de la camisa y hasta el rosario no estuvieron de sobra para tratar de aprobar el examen único.

Por la noche, en medio del insomnio, mientras Lourdes Ramírez veía a su hijo moverse intranquilo en la cama, buscó la ayuda de la fe: ``Dios mío, ayuda a mi hijo''. El alba había llegado y con ella la prueba para entrar al bachillerato.