Cosuelo Cuevas Cardona
Oro soolar

-Y dígame, profesor Kirchhoff, ¿de qué sirve el oro del Sol, si no se puede bajar a la Tierra?

Quien hacía esta pregunta era un banquero al que Kirchhoff, científico que había descubierto varios componentes del Sol, trataba de explicar cómo había hecho sus descubrimientos. Gustavo Kirchhoff era el primer hombre que lograba encontrar algunos de los elementos de un cuerpo sideral. Antes de eso, se pensaba que nunca podría conocerse la constitución de ninguna estrella.

Durante una reunión alguien le preguntó sobre sus investigaciones y él explicó cómo, junto con Roberto Bunsen, habían construido un espectroscopio con el que descubrieron que cada elemento químico cuando se calienta produce una muestra característica de líneas de colores. Gracias a eso, identificaron la existencia de dos metales nuevos: el cesio y el rubidio y, posteriormente, al comparar las líneas de algunos elementos con las del espectro solar, él había demostrado la existencia de media docena de ellos en el astro que nos alumbra. Fue entonces que el banquero lo interrumpió con su pregunta, dejándolo desconcertado. No podría comprender que para alguien fuera indiferente saber más acerca del Universo en el que vivimos. El había realizado numerosos descubrimientos debido a su avidez por escudriñar a la Naturaleza y se sentía pleno cuando lograba arrancarle un secreto más, ¿qué tenía que ver esto con oro o con dinero? Afortunadamente la anfitriona de la reunión en la que ambos se encontraban invitó a todos a pasar a la mesa y él no tuvo que dar una respuesta en ese momento.

Sin embargo, pasaron varios meses y una noche de abril el científico y el banquero volvieron a encontrarse.

-¡Me da gusto verlo!- exclamó Kirchhoff.

-¿En verdad? -respondió el otro, y agregó socarronamente- ¿Acaso ya pudo bajar el oro del sol?

-Digamos que algo parecido- dijo Kirchoff satisfecho.

Y con mucha dignidad le mostró una medalla de oro que el gobierno británico le había entregado como recompensa a su trabajo.