El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) fue creado, al menos, con dos propósitos: estimular la labor de los investigadores mexicanos e incrementar los enjutos salarios propios de naciones en donde las ideas y el intelecto son poco reconocidos. Nociones afines eran evitar que pensadores y creadores emigraran y que la nación se fortaleciese gracias a la generación de ciencia, tecnología y humanidades.
Quienes pertenecen al SNI desearían que la burocracia y la ineficiencia nada tuvieran que ver con lo que sucede en la mayoría de las oficinas de México, en donde lo mejor que le puede pasar a uno uno: mortal mexicano normal, no político, no gran industrial es que le resuelvan su problema sin que las largas filas mellen salud y tiempo. No es que médicos, científicos y literatos sean ``mejores'', o merezcan atención privilegiada, que quienes acuden a las oficinas del DDF, Hacienda o a los macrocentros; simplemente era lógico esperar que las oficinas del SNI fuesen más eficaces y coherentes que las de la burocracia mexicana. Después de todo, no es mucho pedir: seriedad y continuidad en sus procedimientos, a cambio de los documentos por ellos solicitados. 1995 y 1996 apuntan en sentido contrario.
El año 1995 les reveló a quienes no poseían el grado de doctor, y que por ende no eran candidatos para pertenecer al Sistema, que definitivamente en México se continúa inventando el absurdo; el licenciado Alzati, promotor incansable de tal requisito, quien fuese director del SNI, carecía del título de doctor. El año en curso no ha sido mejor para el SNI: testimonios adversos a sus impericias y torpezas han recorrido las páginas de La Jornada. Octavio Rodríguez Araujo, Deborah Dultzin, Ruy Pérez Tamayo, Luis Benítez Bribiesca, Guillermo Sheridan y Horacio Costa se han visto en la obligación de desenvainar su espada y tronar contra el mal funcionamiento de la dependencia de marras. El desatino y los desaciertos de la directiva del SNI han sido tales, que no es la casualidad la que ha conglomerado la protesta de físicos, médicos, literatos, etcétera: la unanimidad la han determinado los gigantescos desaciertos y los descomunales requisitos del SNI. De ellos se han ocupado las plumas de las personas antes mencionadas, y no los repetiré. Lamento, al observar las apelaciones de los académicos aludidos que van desde Kafka en el SNI hasta la invalidez del idioma español como vehículo de información, dos cosas: el tamaño y el nudo del enlistado. Cómo desanudar? Cómo resarcir? Callando, no; agregando lo que aflige, sí.
Punto toral es la importancia (o necesidad) de pertenecer a dicha agrupación. Quienquiera que pretenda dedicar parte o todo su tiempo a la creación y difusión de ideas debe, casi obligadamente, pertenecer al SNI. La feroz competencia, fenómeno normal en las sociedades de consumo, no ha eximido a la ciencia ni al arte; de ahí que, independientemente del currículo, es (casi) indispensable pertenecer al SNI, sobre todo a la hora en que se requiere solicitar apoyos financieros para realizar investigación, fungir como tutores, etcétera. De hecho, en general es la misma competencia la que impone al individuo adquirir determinado estatus para ``ser''. Ser entre comillas o sin ellas? La respuesta debe venir de los directivos del SNI: ellos saben quiénes son ellos mismos, y conocen también a quién y cómo evalúan. El quid, y la ``necesidad'', es el ``valor'' del Sistema.
De acuerdo al doctor Samuel Ponce de León jefe de la División de Epidemiología del Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán, el SNI ha soslayado, dentro de los atributos que todo investigador debe tener, el tiempo dedicado a la educación. Así, por ejemplo, los médicos utilizan cotidianamente algunas horas para la enseñanza de sus alumnos. Si este rubro exceptuando la dirección de tesis no es crítico para nuestros directivos, entonces la preocupación y el equívoco son mayúsculos: el SNI desaparecerá si no se educa a los jóvenes, si no se estimula a los miembros del Sistema para que dediquen parte de su tiempo a sembrar dudas y generar investigadores.
No dejan de sorprender los motivos por los cuales el SNI no se ha dignado responder los embates publicados en este y otros medios de comunicación. Si concuerda con los señalamientos, que haga saber cómo renacerá; si no avala los reclamos y piensa que la imprudencia domina las plumas de Rodríguez Araujo et. al., que lo escriba. Después de todo, es inconcebible que el SNI maneje a sus integrantes como el DDF y sus macrocentros lo hacen con nuestros automóviles. O están igualmente contaminados?