To be or not to be. That is the question. Hamlet
Los últimos ocho años de vida nos acercan a un momento sin duda trascendental: la necesidad de reflexionar sobre lo que somos y decidir si el camino emprendido arrecia nuestra identidad o por el contrario la viene dinamitando con un sigilo escondido y mañoso que nos allega al precipicio de los mundos perdidos. La crisis no es sólo económica y política, de la cual saldremos pronto según el ya sobado ritornelo oficialista; no, lo cierto es que nos hallamos inmersos en una verdadera crisis existencial que orbita entre la vida y la muerte, el ser y la nada, porque el aniquilamiento o fortalecimiento de la personalidad histórica implica el anonadamiento final o el renacimiento cargado de futuro. No estamos en un laberinto mefistofélico de sugerencias pecadoras y redenciones por la vía del amor, a la manera de Fausto, sino en una posición de cara a la urgencia de escapar del abrumador pantano que nos rodea.
En qué consiste esa importantísima salida? Cuando el maestro Jesús Silva Herzog pensó en la encrucijada de los últimos años cuarenta proclamó a la juventud: ``Hay que salir de la crisis y lograr el triunfo perdurable y a la vez ascendente de la Revolución..., no hay que retroceder..., hay que corregir los errores... y marchar siempre a la vanguardia de los anhelos de superación colectiva'' (La Revolución Mexicana en crisis, Cuadernos Americanos, México, 1944). Es decir, frente a la crisis existencial de la Patria los únicos caminos son el espíritu y los ideales político-jurídicos de la gran Revolución iniciada en 1910, reiniciada en 1914 y construida como estado en 1917. Las manchas negras del porfiriato fueron la injusticia social de una concentración de la riqueza en pocas manos nativas y foráneas y la generalizada miseria de las masas campesinas, obreras y clases medias; y la otra mancha, henchida de dinamita, fue la entrega de los recursos del país al capitalismo metropolitano. Cómo fue posible esta indeseable cristalización histórica? Primero se eliminó la intervención del pueblo por la sistemática práctica del fraude electoral entre 1877 y 1910, y segundo se entregaron a inversionistas extranjeros las mejores riquezas, incluido el trabajo de los mexicanos. La consecuencia fue la de poner, la decisión política nacional, en manos de negociantes y gobiernos extranjeros.
Para resolver esos graves problemas, la Revolución levantó sus tres banderas fundamentales: la democracia como sufragio efectivo e introducción de la voluntad ciudadana en los mandamientos de la autoridad; la justicia social como el marco sine qua non del desarrollo material; y la soberanía como autodeterminación capaz de gestar prosperidad y equidad al interior, y respeto y dignidad en el concierto internacional; ante el poder militar y capitalista de la Casa Blanca, la Revolución abriría las puertas sobre la base del respeto al derecho ajeno y la libre negociación inter pares.
Esa concepción, que sólo Lázaro Cárdenas puso en marcha, sería desvirtuada, descoyuntada, burlada y hecha pedazos sobre todo a partir de 1988. Ahora estamos en el área de poder de los altos núcleos financieros del exterior, dependemos de préstamos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, del Banco Interamericano y de manera inmediata de los que nos hace Washington con el aval petrolero préstamo de la tesorería estadunidense para pagar tesobonos y otros créditos, y también de certificaciones de buen comportamiento, por ejemplo en materia de combate al narcotráfico, y de los mecanismos del modelo neoliberal que nos ha sido impuesto como guía de la política gubernamental con resultados desastrosos: pobreza, insalubridad, ignorancia, paupérrimos subsidios a la educación superior y magras partidas a los servicios sociales en general y en particular a los programas de la mujer, los niños y los viejos; la lista lacerante de nuestras indigencias se alarga con la degradación ecológica, los despidos gigantes de trabajadores en plantas privatizadas o privatizables y una gélida indiferencia a las manifestaciones populares. La ruta de independencia y desarrollo social imaginada por la Revolución fue cambiada por una de dependencia e inopia que hiere por igual el cuerpo y el alma de la nación.
Ser o no ser, existir o desaparecer, cambiar una cultura viva y creadora en una atlántida inerte, muerta; éstas son las cuestiones que se plantean en la conciencia de la Patria; y ésta es la angustia sociopolítica que por hoy mueve a los mexicanos; no estamos dispuestos a cambiar la moral por la utilidad ni a dejarnos transformar en una enorme maquiladora dentro de la planetaria contabilidad que operan los dueños del capital trasnacional en el confuso, oscuro y criminal ocaso del milenio.