Es triste pensar que hay varios millones de mexicanos que jamás se han dejado asombrar por el paroxismo hipnótico de una danza de concheros, pero creen que La Macarena es lo máximo para bailar. Otros tantos no tienen la menor idea de qué es una pirecua, pero conocen de memoria todo el repertorio de Yuri. Muchos más que nunca oyeron a Don Arcadio Hidalgo pero suspiran con cada canción de Emmanuel. Y están quienes creen que la tristeza en música es Gloria Trevi y su Recuento de los daños, pero no han oído San Lorenzo y Bolonchón. Todo ello forma parte de un síndrome de desmemoria y ausencia de identidad contra el cual, por fortuna, existen algunos antídotos. Hace unos días, Los Folkloristas destilaron una generosa dosis de ese antídoto, durante su presentación en Bellas Artes con motivo de los treinta años de vida y música del grupo. En días previos al concierto, a raíz de la publicidad que lo anunciaba, escuché algunos comentarios desconcertantes y desorientados. Ejemplo: ``Pinches Folkloristas, si se han vuelto bien comerciales''. Respuesta: qué bueno que un grupo como este, que no trafica en basura musical, haya tenido la oportunidad de grabar un número respetable de discos, y qué mejor que tales discos tengan una circulación decorosa. Ojalá algún día se vendan como los discos de Magneto o Garibaldi para que Los Folkloristas puedan cambiar con mayor frecuencia las cuerdas de sus jaranas y los parches de sus bombos. Otro ejemplo: ``No, si eso de las peñas ya pasó de moda''. Otra respuesta: la moda de las peñas nada tiene que ver con la permanencia de un repertorio que no tiene ámbito de caducidad y que es, por derecho propio, mucho más duradero que las seudo-músicas que hacen circular los mercaderes del disco y la radio en nuestro país. Más aún: prueba de ello fue el hecho de que en el concierto del trigésimo aniversario de Los Folkloristas no vi entre el público ni un solo poncho, ni un solo par de huaraches, ni un solo morral lleno de literatura peligrosa y subversiva. Otro ejemplo más: ``Si ya nadie se acuerda de ellos''. Otra respuesta más: Bellas Artes estuvo lleno a reventar la noche del sábado pasado, lo que representa al menos un par de miles que sí se acuerdan, más los otros miles que los métodos estadísticos indican que se quedaron fuera.
El caso es que a pesar de estos y otros escépticos. Los Folkloristas celebraron sus primeros treinta años de hacer música importante con una sesión de un par de horas, en la que alternaron su repertorio antiguo con algunas cosas más recientes, dejando un testimonio más de la amplitud de su visión musical y del cuidado que ponen en la selección, preparación y presentación de las músicas tradicionales de América Latina. A lo largo de la sesión, desfilaron por el escenario cinco Folkloristas de otros tiempos (que no ex Folkloristas, porque lo serán por siempre) que animaron la velada con sendos palomazos. Ernesto Anaya, Rubén Ortiz, Gerardo Tamez, Efrén Parada y el Negro Ojeda contribuyeron con violines, guitarras, zambas y coplas a dar a esta celebración un sabroso toque de nostalgia, mezclado con una interesante dinámica de continuidad y renovación. Esta merecida celebración de tres décadas de hacer música folklórica permitió, además, renovar la polémica sobre el contenido político y la orientación social de todos estos sones, bambucos, zambas, jarabes, bailecitos, albazos, tamboreras, pirecuas, danzas, festejos, merengues, bombas, guajiras, huaynos, mohoceñadas, valonas, tarkeadas, fandangos y corridos. Esta polémica puede ser, en efecto, sabrosa y muy instructiva, pero lo cierto es que esta música tiene valores intrínsecos que trascienden cualquier intento de convertirla en vehículo panfletario. Esos valores pueden ser, como lo dijo René Villanueva esa noche, un dique contra el estercolero de corrupción y violencia en que la élite en el poder ha convertido a este país. En términos puramente musicales, un recorrido por el cuadrante radiofónico mexicano y por la producción discográfica cotidiana nos permite asomarnos a una cloaca sonora que es una de las muchas vertientes de ese estercolero. Lo que quedó, finalmente, al término de este concierto de aniversario, fue la clara idea de que, más allá de las consideraciones sobre raza, origen, identidad, soberanía y pertenencia, la música folklórica de América Latina es música muy bella y muy importante, que vale mucho la pena de ser escuchada y conocida por sus propios méritos.
Y como el entrañable postino de la fantasía fílmica que anda en busca de metáforas, busco una para intentar definir el trabajo largo y constante de este grupo singular. Se me ocurre entonces que Los Folkloristas son como jardineros que durante treinta años, a base de tambor de agua y palo de lluvia, han regado el árbol de la música tradicional de América Latina, preservando así una noble planta que contiene, ni más ni menos, la raíz viva de nuestra tierra mestiza. Enhorabuena.