Con todos los inconvenientes de la traducción, apareció en las librerías nacionales el drama personal de Elizabeth Wurtzel, con el atractivo titulo de Nación Prozac. En sus páginas la autora cuenta su desventurado tránsito por los fondos de una depresión de perpetuidad, que al final queda milagrosamente interrumpida por los efectos del Prozac; ese fármaco encerrado en una cápsula verde y blanco que, según los expertos, acabará transformando a la sociedad. Dos datos refuerzan este pronóstico: el Prozac es el medicamento que más se vende en Estados Unidos después del Azantac (que es un remedio para aliviar los cataclismos estomacales del calibre de una úlcera); y su prestigio es tan grande que ya circula en cápsulas mínimas que funcionan para quitarle lo nervioso a los animales, con énfasis en los gatos que son los más aprensivos. Así el animal y su amo pueden lograr la comunión total recetándose el mismo medicamento. Este libro, que pudo ser la línea sociológica del futuro, quedó en el recuento de las desventuras de su autora, con un texto que campea entre el diario de una adolescente y las frivolidades de la (no menos adolescente) Generación X. Además los lectores en español, tenemos el plus inverso de la traducción madrileña, o en un descuido, gallega. La autora aparece, dentro de una de las escenas del libro, en una entrevista con los Butthole Surfers; esa banda tejana que inicia sus conciertos con una tupida serie de escopetazos al aire, mientras a sus espaldas, fungiendo como ciclorama del espíritu, se proyectan las escenas de una operación de las encías, alternadas con breves inserciones de un día de campo familiar. Este collage socio-odontológico los respalda durante todo el show. Las escenas del día de campo en familia, bien podrían estar sonorizadas con estas líneas del poeta Bukowski: ``Vaya día de campo, el cual me hace recordar que viví con Jane durante 7 años, era una borracha, la amaba. Mis padres la odiaban, yo odiaba a mis padres, hacíamos un buen cuarteto''. Elizabeth Wurtzel, la autora de Nación Prozac, acaba esa entrevista en el camerino de los Surfers, llevando hasta la consecuencia final el rato de intimidad que había construido con el guitarrista. En esa misma fiesta improvisada, el cantante Gibby Haynes liquidaba unas cervezas con Al Jourgensen, el artifice de la banda Ministry. La autora, bastante perjudicada por el traductor, dice en su decir madrileño (o gallego): ``...me quedé con ellos, me invitaron a mariguana, tomé Coronas con lima, oí historias delirantes de sus fanfarronadas de ligoteo''. Y más adelante: ``Me moría de ganas de perderme en el sexo, de ser un putón verbenero''. La señorita Wurtzel no consigna en su libro ese encuentro entre Haynes y Jourgensen, que venía de la colaboración del surfer dentro del álbum Psalm 69 de Ministry. Quizá el encuentro no fuera importante para la trama de Nación Prozac. Butthole Surfers quiere decir, es tiempo de revelarlo: surfeadores del ano.
Ministry acaba de reaparecer con Filth Pig, un álbum que ha desconcertado a sus seguidores. Cuando todos esperaban más oscuridad industrial, más velocidad metálica, esta banda apareció con un disco de menos revoluciones, que trae a cambio un sonido denso y sofisticado. Al Jourgensen, el vocalista, tiene la patria más extraña para un músico de su giro: nació en La Habana, es el cubano más insólito del mundo, después del escritor Italo Calvino. Filth Pig trae en la portada un individuo que sostiene una bandera de Estados Unidos con la mano derecha, y un bistec sanguinolento con la totalidad de la cabeza. Múltiples churretes de sangre rayan la cara de este patriota que tiene un asombroso parecido con el actor Tom Hanks. Sería un poco ingenuo pensar que la casualidad del parecido es realmente una casualidad. Adentro de la portada viene, en bello plano panorámico, la costura reciente de una operación, aplicada en algún lugar de la zona que va del cuello al pubis, en cualquier cuerpo que se precie de ser estandard. Al sacar el disco de la caja descubrimos que en la base duerme un hongo de colorido alucinógeno. Buscar información sobre Ministry en Internet, puede convertirse en una empresa tan insólita como la patria de Jourgensen: un índice que se titula ``Complete music of Ministry'' (y que nos hace pensar en la música completa de Ministry), está subdividido (¡vaya sorpresa!) en ``Church on Line'', ``Eden Communications'' y ``Emmaus Road International'' (aquí empezamos a pensar que no se trataba de la música de Ministry, sino de la música de los ministerios religiosos). Filth Pig trae 10 tracks, a pesar de todo muy recomendables; entre ellos la curiosidad de un cover a la canción ``Lay Lady Lay'' de Bob Dylan, que metida en este contexto espeso de primer grado, se convierte en una obra espléndida que tiene poco que ver con los balidos originales del maestro.
En aquella fiesta de backstage, mientras Wurtzel escribía las páginas de su Nación Prozac con el guitarrista; Gibby Haynes, el cantante de los Surfers, levantando su botella de cerveza Corona con ¿lima?, le decía a Jourgensen, el cubano insólito, que eso de hacerle un cover a Dylan era una pésima idea.