Néstor de Buen
De vacaciones

Cancún es un bello lugar para pasar unos días de descanso. Todo es nuevo, inclusive el mar, que aún tiene el verde color de la juventud, tan diferente del azul intenso, a veces agrisado, de los atlánticos y mediterráneos. El contraste con la claridad intensa de su arena, la más fina, es sorprendente sobre todo cuando se confunde con la espuma que corre hacia la playa en permanente anticipo de las olas.

El turista mexicano tiene, sin embargo, que cumplir varias condiciones para ingresar a este envidiable destino.La primera, indispensable, es contar con un visado de Estados Unidos. Si no lo tienes difícilmente podrás ser bien recibido.La segunda es, por lo mismo, hablar un buen inglés. De otro modo no entenderás los mensajes que aparecen en el teléfono de tu cuarto, previa lucecita roja parpadeante, ni los miles de anuncios a lo largo del Paseo Kukulkán, sobre todo en el entorno de los centros comerciales. Un gran ignorante de la lengua de Bill y Hillary Clinton pasará notables apuros en este territorio yanqui.

La tercera condición es adaptar tu economía a la norteamericana. Aquí han llegado a la perfección. El peso: se acuerdan de él y qué bonito era con su aguilota?, ha desaparecido como protagonista económico. Y no es eso lo peor: los precios han crecido en dos años (los de mi ausencia de estas inolvidablesahora más que nunca playas), probablemente un 400 por ciento. Habrá que preguntarle al gobernador Villanueva las razones.

Algunos ejemplos:Xcaret es era un hermoso cenote playero que te proporcionaba la oportunidad de nadar en aguas transparentes (con el auxilio de un buen salvavidas) pasando por un túnel iluminado, a veces, por la luz solar que se mete sin avisar por algún orificio, allá arriba, todo ello a cambio, más o menos, de diez pesos o traducido al cancunense, tres dolaritos.Hoy Xcaret es zona prohibida. Solamente el ingreso al lugar sin costo del viaje, te cuesta doscientos pesos o, si se quiere utilizar el idioma oficial, alrededor de Dls. 30.00 (treinta ay! dólares, USCY).Si eres medio burgués, como yo, y te gusta el golf, jugar en el nuevo campo que se ve bonito, entre la laguna y el mar, te cuesta 80 dólares lo que, me parece, no incluye el precio del carrito, más o menos el doble de lo que pagarías en cualquier campo en San Diego. Me rajé.

Por cuatro helados vendidos por algún aborigen disfrazado de Mickey Mouse palmas 60 pesotes y por una modesta ensalada 45, en cualquier restaurante de medio pelo.

El precio de los taxis se ha cuadruplicado y los compañeros quintanarroenses, de espléndida y evidente estirpe maya, te miran con aire de desprecio si te quejas: ``Máre! Un mexicano pobre...!``Menos mal que el hospedaje, un tiempo compartido en un magnífico lugar de costo pagado ya, congela los riesgos de la dolarización permanente del precio hotelero. Aunque el mantenimiento anual se cubra en dólares a través de alguna oficina misteriosa instalada en Gran Caimán.

Si, además, se te ocurre como a mí hacer tu viaje personal por carretera, obviamente sin la compañía familiar, salvo en este caso de mi hijo Jorge, te vas a encontrar con que la mitad del presupuesto se va en casetas de las autopistas. Y ojalá que te vaya bien con los abundantísimos retenes militares que te interrogan y que no se te ocurra decirles que eres asesor del EZLN. Qué estaremos en guerra?Me consuelo de estas penas intentando encontrar en un montón de libros que me traje la respuesta sobre: qué es el Estado y qué es el Derecho? para una conferencia que acepté y aún no sé porquésobre ``Estado de derecho y división de poderes''. Y es que, entre otros, Hermann Heller, me sale con que, en nuestros tiempos no se ha podido llegar a un concepto de Derecho o a un concepto de Estado universalmente aceptado.

Qué habré hecho yo, entonces, en todos estos años?De plano me voy a la playa. Me parece que no la cobran.