Miguel Concha
De la esperanza a la locura

``...todo esto pasó entre nosotros...'' fue el fragmento de un canto maya que utilizaron los integrantes de la Comisión de la Verdad para El Salvador como epígrafe para su desgarrador Informe. Hablaban en pretérito. Confiaban en que tras el fin de la guerra de doce años, comenzaba un tiempo de esperanza. De la locura a la esperanza era la frase con que titularon aquel Informe, hecho con profesionalismo, bastante buena fe, y, sin duda, con las mejores intenciones. Pensando quizás que al conocerse toda la verdad, habría de impedirse el retorno a ese calvario en que perdieron la vida millares y millares.

Luego vinieron días y meses en los que el desánimo hacía tambalear las esperanzas, cuando los Acuerdos de Chapultepec de 1992 no terminaban de cuajar para los más desposeídos. Pero ``al menos tenemos la paz'', se decían los salvadoreños para continuar el esfuerzo de reconstrucción de lo que quedaba de sus vidas, de su patria. Para hacer reverdecer una esperanza ya mustia.

Días y meses en los que se fueron transfiriendo a manos privadas empresas construidas con el esfuerzo de la Nación entera; tiempo de crecimiento inusitado del desempleo; la era de la liberalización y de las leyes del mercado. La del más crudo individualismo; del sálvese quien pueda, como pueda; de exacerbación de las migraciones hacia el norte, y del avance desmedido de la delincuencia. Epoca de florecimiento del tráfico de narcóticos, de ``mojados'' y de armas; tiempo de bandas criminales sofisticadas que trasiegan hacia el mercado los automóviles o los niños que son robados cada día. Tiempo de la explosión de los burdeles que arrebatan los espacios pagados de la prensa, para ofrecer la macilenta carne de muchachitas hambrientas. Tiempo de ricos más ricos y de pobres cada vez más miserables.

Pero los Acuerdos de Chapultepec siguieron estando ahí, a la vista, como una posibilidad para la que sólo hacía falta redoblar el empeño a fin de alcanzarla. Y los hombres y las mujeres, y los niños, y los ex soldados y los ex guerrilleros, y todos los que no ganaron nada con la guerra, decían, '' bueno, pero, al menos, ganamos la paz''. Y 8 mil fallecidos de muerte violenta cada año, todos los años después del 92. ``Pero no hay guerra'', repetido día y noche para poder tranquilizarse. Aunque las muertes violentas fueran tantas como en los peores de los años 80. Mientras las ``maras'' bandas de centenares de individuos armadas con granadas, fusiles y pistolas, posesionábanse de barrios enteros, de vidas y haciendas, ante la mirada impávida de la policía.

Y el gobierno pregonando los claros avances de la economía que sólo él puede ver; y culpando a los pesimistas a aquellos malos salvadoreños que en lugar de ayudar critican, a los que siguen pensando que el gobierno es un papá al que hay que pedirle escuelas, hospitales, trabajo, justicia y seguridad social.

Mientras por debajo de la mesa los que nunca fueron castigados por el genocidio cometido, afilaban sus cuchillos. Los que en vez de castigo tuvieron una palmadita en su hombro entorchado de estrellas, contaban las horas faltantes para el día en que se fueran los de la misión de paz de la ONU, la ONUSAL.

El periodista salvadoreño Miguel Blandino Nerio decía en un artículo que se publicó en los días posteriores a la firma de la paz: ``el problema no es sólo ése de la impunidad que pretenden prolongar los militares uniformados; casi podemos asegurar con una absoluta certeza que, de ahora en adelante, serán reforzados los organismos clandestinos de lucha anticomunista y antipopular: los escuadrones de la muerte...'' (revista Entodamérica no. 276-277, p.18). Sólo cuatro años han pasado y, efectivamente, ahí están. No agazapados, sino, todo lo contrario: con las garras abiertas, alzadas. Esperando la hora de la partida del avión que ha de llevar a otras latitudes a los funcionarios de una misión internacional que, como tantas otras creadas por la ONU, no ha sido capaz de cumplir su cometido.

Ahí está la Fuerza Nacionalista ``Mayor Roberto D'Abuisson'' (Furoda) con su primera lista de condenados a muerte: 15 personalidades, entre las que se cuentan un obispo luterano y uno católico, un sacerdote jesuita, un ecologista, una procuradora de Derechos Humanos, tres dirigentes políticos de oposición, un ex vicepresidente de la república, dos dirigentes de organizaciones sociales, dos dueños de medios masivos de comunicación (uno de tv y uno de radio), un periodista televisivo y un director de un medio de prensa escrita. Todos son considerados como ``objetivos'' de la Furoda, que agrega que los días de los malos salvadoreños están contados. ``Hemos preparado condiciones para dar un escarmiento ejemplar'', dice el Comunicado No.1 de la Furoda.

Insensatez, absurdo, infamia. Es que acaso no bastó aquella sangre que fue inútilmente regada en el afán de silenciar al oprimido? Es que acaso todavía piensan que se puede aplastar con metralla el gemido de un pueblo entero?