La Jornada 30 de junio de 1996

Armas y guerra fría en San Juan Chamula

José Antonio Román, enviado, y Elio Henríquez, corresponsal /I, San Juan Chamula, Chis La posesión de armas en este municipio indígena de los Altos es un secreto a voces: las tienen los evangélicos y los católicos tradicionalistas. Ambos, también, se saben en igualdad de circunstancias y de fuerzas. Existe una especie de guerra fría.

Cansada de una larga historia de expulsiones, asesinatos, violaciones a los derechos humanos e impunidad, la población evangélica no está dispuesta a soportar más. ``¡Ya basta!'', es el grito que hoy se escucha en este municipio, que por casi 30 años ha vivido en medio de un conflicto donde lo religioso se entremezcla y confunde con intereses políticos y económicos.

Auxiliados por un extenso y eficaz sistema de radiocomunicación, los evangélicos han decidido hacerse cargo de su propia seguridad. Un grupo de ``cuando menos un centenar'' de hombres adiestrados y bien armados tiene la misión de proteger la vida y los bienes de los casi 3 mil protestantes que viven ya en este municipio de 103 parajes, 51 mil habitantes y 393 kilómetros cuadrados. Su nombre: Guardián de mi hermano. Esdras Alonso, presidente de la Alianza Ministerial de los Altos de Chiapas, lanza la advertencia: ``Una cosa debe quedar bien clara: ya no estamos dispuestos a ser humillados. Hoy podemos responder a los católicos (tradicionalistas) en cualquier plano. Si quieren la paz, la tendremos todos; pero si quieren bronca, ya estamos preparados''.

Destaca el gran esfuerzo que para su comunidad ha representado tomar esta drástica decisión. Sabemos que esto atenta contra el Estado, contra el derecho, pero sobre todo contra nuestros principios y filosofía, pero ya no podemos seguir viviendo como antes. ``No nos dejaron otra alternativa. Nunca fue esta la intención. Este grupo fuerte, nutrido, se creó en medio del golpe, la sangre, las violaciones y la impunidad de muchos años. Nos orillaron a esto''. Es decir, los evangélicos han decidido no poner más la otra mejilla.

Aunque oficialmente los guardianes no han intervenido aún, lo cierto es que los católicos tradicionalistas han sido el bando que ``ha sacado la peor parte'' durante los últimos enfrentamientos. A los católicos les ha tocado ahora poner el mayor número de muertos. ``Son ellos (los tradicionalistas) los que ahora tienen miedo''.

Este cambio de actitud y de visión entre la comunidad evangélica se gestó durante 1994. La coyuntura la dio el surgimiento mismo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pues hasta ese 1o. de enero las diferentes instancias gubernamentales permitieron la impunidad en este problema sumamente complejo de las expulsiones.

``Si los zapatistas no hubieran alzado la voz, tal vez esta conciencia que ahora predomina entre los golpeados por tantos años no hubiera despertado'', dice Esdras Alonso, pastor de la Iglesia nazarena y uno de los líderes más activos en los últimos años.Sin embargo, este hecho no fue el único. Otros más marcaron al pueblo evangélico hacia esta nueva actitud. El 4 julio de 1994, líderes protestantes secuestraron al presidente municipal chamula, Domingo López Ruizreconocido expulsador que en su haber tiene 53 averiguaciones previas, todas ellas suspendidas por el gobierno estatal.

En un intento de liberar a su líder, tres católicos tradicionalistas cayeron muertos el 6 de julio en las oficinas de la Dirección de Asuntos Indígenas del gobierno estatal, en San Cristóbal de las Casas. ``De milagro no fueron más''.

Otro hecho importante fue el retorno de 584 expulsados a sus comunidades, en agosto de 1994, luego de permanecer refugiados 11 meses en las mismas oficinas de San Cristóbal. Este fue el primer retorno masivo de indígenas chamulas en 20 años de expulsiones masivas. Se regresó en contra de la voluntad del gobierno estatal, que no brindó las garantías necesarias. La seguridad estuvo a cargo de los mismos evangélicos. Aunque de manera discreta, las armas también iban en la caravana evangélica.

Pero el enfrentamiento del 18 y 19 de noviembre de 1995, en la comunidad chamula de Arvenza I, representó sin duda el ``parteaguas'' de este cambio, según lo expresan los mismos líderes evangélicos. Cifras oficiales de la Procuraduría General del Justicia del Estado, asentadas en la averiguación previa A17A/362/995, reportan seis muertos, cinco de ellos católicos.Este reporte es confuso y escueto, pero citan la posesión de armas, muchas de ellas de uso exclusivo del Ejército. Son muchos los lugareños que hablan de una cifra superior a los veinte caídos. ``Los católicos levantaron a varios. Los cinco que quedaron porque no se los pudieron llevar, estaban muy cerca del lugar del tiroteo'', dice Juan Heredia, quien señala las cinco cruces en el sitio donde quedaron los cuerpos.

Y Esdras añade: ``A ese día ya se le conoce por aquí como La noche que lloró chamula. Dicen que los muertos fueron más. Esa noche, en muchas comunidades andaban (los católicos) buscando a sus familiares''.En el choque, que duró dos días, aparecieron armas largas, bombas molotov y bolsas de trapo mojadas con gasolina. El resultado fue de cuatro heridos graves, cuatro casas y cuatro camionetas destruidas por el fuego. En el terreno de la batalla quedaron cientos de casquillos de todo tipo de armas.Tal situación provocó que los delegados zapatistas que por esos días participaban en la mesa de San Andrés Larráinzar tuvieran que retornar a la selva bajo la protección del Ejército mexicano, para evitar incidentes, y hasta después de este enfrentamiento la Secretaria de Gobernación decidió intervenir en el conflicto chamula y convocó a la creación de una mesa de negociaciones con todos los actores, incluida la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Las posiciones entre católicos tradicionalistas y evangélicos se radicalizaron. Los primeros amenazaron con ``separarse'' de la Federación, los segundos pidieron militarizar la región. Ambas posturas fueron criticadas.Para tomar la decisión de intervenir, el gobierno federal dejó pasar más de dos décadas, tiempo en que las expulsiones se convirtieron en algo cotidiano y cada vez más violento, se violaron derechos humanos, se cometieron asesinatos y atropellos. La justicia siempre estuvo ausente.

Aun cuando no se tiene el número preciso de expulsados, diversas organizaciones, como la CNDH, calculan que rebasan los 20 mil, a diferencia del liderazgo evangélico de Chiapas que los cifra en 30 mil. Lo cierto es que todos ellos han conformado una treintena de colonias en la periferia de San Cristóbal de las Casas y Teopisca y otros se han trasladado a Cintalapa.Aunque San Juan Chamula es el caso más grave y representativo de este fenómeno, no es el único. En la misma región de Los Altos, el problema se ha extendido a Zinacantán, Mitontic, Chenalhó, Amatenango del Valle, Oxchuc, Ocosingo, Teopisca, Tenejapa, Venustiano Carranza, Pantelhó y Las Margaritas, según documentación de la CNDH.

Los evangélicos, dice el pastor Esdras Alonso, ``ya superamos esa etapa de resignación y fatalismo. Cuando los caciques nos decían: tienes 15 días para salir, nos íbamos. En el consuelo, los hermanos y pastores decíamos: es la voluntad de Dios que te maten. Y todos respondían: amén. Pero si están violando a mi hija, a mi esposa, si están quemando mi casa no voy a hacer nada?''. Es aquí donde hemos cuestionado nuestra fe ``y nos hemos preguntado en qué Dios creo yo? De conservadores y resignados pasamos a una posición opuesta. Y ahora dicen: ``yo no te voy a ir a buscar, pero si pones un pie en mi casa, te mato. A ver quién es el primer gallito que lo intenta''.