Robert Reich*

La ruptura del pacto social

Washington. La actual era de dinamismo de las nuevas condiciones económicas marca el fin de la vieja época de la producción masiva estable y la desaparición del implícito pacto social que en Estados Unidos vinculaba a las empresas con sus trabajadores y sus comunidades.

Ese pacto social, que sobrevivió en las décadas del 60 y 70, fue respetado mientras las compañías obtenían sustanciales ganancias, los empleados podían contar con puestos de trabajo seguros, con salarios y beneficios sociales crecientes y las comunidades con una segura base impositiva.

En aquel entonces, cuando la economía estaba en recesión los dependientes podían ser despedidos temporalmente, pero cuando se recuperaba volvían a aparecer los puestos de trabajo.

Aquel pacto social fue reforzado de diversos modos. Los sindicatos jugaban un papel importante, pero eran fundamentales las expectativas públicas, la no escrita pero ampliamente aceptada norma de que cuando a una empresa le iba bien, también le iba bien a sus trabajadores y a la comunidad.

Pero esas expectativas han perdido fuerza y además el pacto social se disolvió.

La suma de estos dos trascendentales cambios hace que Estados Unidos se enfrente con una gran paradoja: justo cuando las fuerzas laborales tienen más necesidad de adaptarse al nuevo sistema económico, el drástico estrechamiento del sentido de función social de las empresas ha limitado grandemente la capacidad el sector privado de responder a esa necesidad.

¿Qué fue lo que cambió? Para empezar, cambió la competencia en materia de inversiones.

Enormes montos de capitales pueden ahora ser movidos de lugar a lugar sólo haciendo presión sobre una tecla. Los inversores tienen a su frente una gama cada vez mayor de posibilidades y de opciones para colocar su dinero.

El resultado de ello es el ``capitalismo electrónico'', un sistema a nivel mundial que permite el inmediato desplazamiento de activos financieros hacia donde pueden obtener mayores beneficios.

Hoy en día, cualquier director de empresa que dude en sacrificar todo lo demás para llevar al máximo las ganancias a corto plazo corre el riesgo de perder su puesto, así como recibirá elevadas recompensas si subordina todo lo demás a los beneficios para su compañía.

Pero un cálculo económico de estrechas miras desalienta las inversiones necesarias.

Aunque la economía de la nación como un todo está en mejores condiciones cuando los empleadores enseñan a sus trabajadores habilidades que vayan más allá de lo efectivamente requerido para cumplir sus actuales labores, ello no se lleva generalmente a cabo porque las empresas no cosechan todos los beneficios de este tipo de inversiones a corto plazo.

En la medida que las corporaciones se han concentrado cada vez más en obtener el incremento inmediato de las ganancias de sus accionistas, se han producido las consecuencias obvias.

El mercado de valores se ha expandido mientras han proliferado los despidos, el cuidado de la salud y las pensiones han sufrido cortes y los sueldos de la mayoría de los empleados se ha reducido.

Los altos ejecutivos, los empresarios talentosos y los agentes de Wall Street nunca han estado mejor, pero los trabajadores no calificados o con oficios fuera de moda, se hallan en caída libre. La situación es insostenible.

¿Qué se puede hacer al respecto? Muchos individuos y familias se hallan entrampados. El gobierno y la sociedad deberían responder, pero no lo pueden hacer.

Entonces, ¿en qué medida podemos descansar en lo que haga el sector privado? ¿Es que las empresas tienen deberes para con sus dependientes y la comunidad?

Además, ¿es cierto que los intereses de todos los que tienen algo en juego, es decir los accionistas, los empleados y las comunidades, pueden empezar, a largo plazo, a converger?

Y si fuera así, ¿podemos crear un nuevo pacto social sobre la base de esa convergencia?

Recientemente, el presidente Bill Clinton bosquejó cinco vías por las cuales el mundo de los negocios puede ejercitar una buena conducta social mediante el mejoramiento de sus ganancias a largo término y, al mismo tiempo, auxiliar a más ciudadanos a prosperar en la nueva economía.

En primer lugar, los empresarios pueden establecer políticas que ayuden a sus dependientes a cumplir con sus necesidades familiares, como, por ejemplo, realizar programas flexibles de trabajo, ayudar en el cuidado de los niños en horarios de labor y otorgar permisos por razones familiares y médicas.

En segundo lugar, los empleadores pueden cooperar para que los trabajadores obtengan asistencia sanitaria y beneficios jubilatorios.

En tercer lugar, los empresarios deberían invertir en elevar la capacitación profesional de sus trabajadores, lo que hará aumentar los ingresos, incrementar la productividad y crecer la economía.

En cuarto lugar, las empresas pueden trabajar en sociedad con sus empleados, compartiendo los beneficios en los buenos años y no sólo las cargas de los malos. Las experiencias de muchas compañías demuestran que esta estrategia paga grandes dividendos a largo plazo.

Finalmente, toda compañía tiene el deber de proporcionar puestos de trabajo seguros.

Pero un buen comportamiento empresarial significa también respetar la necesidad de salarios mínimos. Los directores no deben por un lado utilizar los lobbies contra el aumento del salario mínimo, de cumplimiento de leyes sobre la salud y la seguridad laboral, de prestación de asistencia médica y al mismo tiempo insistir en que su tarea es sólo responder a los dictados del libre mercado.

Es indudable que la amplia mayoría de los estadunidenses, incluyendo muchos dirigentes empresariales, todavía cree que debería haber un pacto social. Existe, además, un gran número de empresas que actúan correctamente y comprenden que, a largo plazo, ello da buenos resultados.

Corresponde entonces a la sociedad impulsar a las otras empresas a seguir esa misma dirección. Es seguro que el comienzo de un amplio debate sobre el papel que corresponde a las empresas en el mundo económico-social actual no es menos importante que la discusión que se ha venido realizando sobre la adecuación del papel del gobierno en esta nueva era.

En esta era de gobiernos con menos espacios que antes, en tiempos en los que muchos están zozobrando mientras las empresas y los mercados de valores obtienen ganancias récord, el fracaso del sector privado en responder a las necesidades colectivas pone en peligro la continuación de la prosperidad y de la estabilidad de nuestra nación. (Copyright Ips)

*Robert Reich es secretario de Trabajo del gobierno estadunidense.