La Jornada Semanal, 30 de junio de 1996
En México, el indigenismo vive una crisis quizá
saludable. Lejos están los indigenistas, como Alfonso Caso, que
se permitían expresar un optimismo basado en ilusiones de
progreso y de modernidad regeneradora.
En uno de sus trabajos ("Definición del indio y lo indio"), Caso expresó que el problema del indígena no era racial (o étnico) sino cultural, que no concernía a la figura del individuo sino a la de la comunidad indígena. Sostenía que, dado el intenso mestizaje en México, era insostenible hablar de "una población indígena distinta somatológicamente de la población del país". Gustaba recordarnos que era absurdo querer medir la sangre indígena o blanca que circulaba por las venas de nuestros connacionales. Reconocía que no cabían criterios fijos ni definitivos para enfrentar algo que está en proceso de transformación, aun considerando tales características en el plano puramente biológico. Éste no garantizaba, de ninguna manera, ser una buena base para plantear el problema en sus aspectos psíquicos, sociales, económicos y políticos. El mestizaje tan intenso en América imposibilita distinguir lo indio de lo no indio. Así, Caso esgrimía otros aspectos como más definitorios del problema indígena: la cultura (si bien aquí también el mestizaje tenía un alto grado de matización), el lenguaje (si bien no quedaba del todo despejada la confusión entre bilingüismo y monolingüismo) y la psicología, sobre todo en forma de una conciencia de pertenencia grupal (si bien como un rasgo muy subjetivo y difícil de precisar). Afirmaba:
En otro de sus trabajos ("El Instituto Nacional Indigenista"), dedicado a una institución que él contribuyó en forma eminente a fundar, precisaba cuál era la tarea indigenista. Quedaba claro que el indigenismo era y es una función esencialmente institucional. Las tareas básicas son las de estudiar, proponer y organizar todos los problemas de ayuda relativos a los indígenas, a fin de mejorar su vida: "Su propósito fundamental es transformar a los pueblos indígenas, dándoles aquellos elementos que sean necesarios para mejorar sus condiciones de vida, de tal modo que más tarde los propios pueblos indígenas, bastándose a sí mismos, puedan mejorar y progresar poniéndose a la altura de los otros pueblos de México."
Caso consideraba para la población indígena de México (tres millones a mediados de la década de los cincuenta) una situación de postración y de abandono ininterrumpida desde "hace casi quinientos años". Así, se trataba de mejorar las condiciones de vida, lo que para él se traducía directamente en la introducción de nuevos cultivos; en el mejoramientode ganado y de pastos; en el cuidado de los bosques comunales y la enseñanza de su aprovechamiento; en la protección de la salud y la prevención de las enfermedades, mediante campañas de vacunación y protección del agua, el fomento de la higiene y el combate a la superstición; en la enseñanza de la escritura y la lectura en español entre los niños y los adultos; finalmente, en la protección de las comunidades indígenas de los "ataques de personas que no pertenecen a ellas, y que tratan de apoderarse de sus tierras, de sus bosques, de sus aguas, de sus ganados". Es un programa de regeneración e ilustración entonces imaginable con los "regímenes estabilizadores", destinado a quienes vivían en los márgenes del mundo rural.
En otro trabajo ("La antropología aplicada en México"), Caso enunciaba esas tareas y proponía, ya creado el INI, los mecanismos adecuados para llevarlas adelante. Aplicar la antropología social al hombre contemporáneo, decía, se llama indigenismo; así pues, éste se constituía en un programa específico de los regímenes de la Revolución mexicana, pues, como aclaraba, hay coincidencias entre el desenvolvimiento de la antropología mexicana con un fuerte impulso entre 1920 y 1940 y el "movimiento social de tono revolucionario", que "trastocaba la estructura y los valores de la sociedad mexicana". Dijo: "La necesidad de construir una organización social más justa y un nuevo sistema axiológico que diera cohesión a una cultura en peligro de desintegración, imprimió a la disciplina naciente una orientación eminentemente práctica y dirigida a la integración de la nacionalidad."
Creía posible hacer confluir el movimiento social "de tono revolucionario" (en plena época de los llamados "cachorros de la Revolución") con la aplicación de una política indigenista de corte nacionalista y de justicia social. No obstante, afirmaba que el propio movimiento revolucionario ponía "en evidencia" la "deleznable base de integración nacional" que constituía "la heterogeneidad cultural del país". Si bien en otros trabajos favorecía a la variedad cultural, el problema de la integración como finalidad última de la política indigenista se presentaba siempre como una encrucijada prácticamente irresoluble. Pero Caso nunca dejó de manifestarse como firme creyente de la integración, de ese "proceso dinámico" que acabaría por imponerse a tal heterogeneidad y al aislamiento de las minorías indígenas, cuyo medio sería, a través del INI, la antropología "de investigación y acción integrales".
Fiel a la máxima comtiana de "saber para prever y prever para obrar", Casoestimó de la mayor importancia el Primer Congreso Indigenista Interamericano (Pátzcuaro, 1940) para la consideración de las "ciencias sociales como instrumentos útiles en la modificación de la situación en la que se hallaban los grupos étnicos subdesarrollados". No habría que extrañarse de ese lenguaje: su fe en la integración de la comunidad indígena a la comunidad nacional así lo determinaba. El crecimiento económico sostenido de México, con la "maduración" de la reforma agraria y el proceso industrializador, hacía esperar que lo beneficios sociales y económicos, cada vez más favorables a la población urbana, recayeran un tanto en las minorías indígenas. Cuando se fundó el INI, en 1948, como organismo especializado para atender a los grupos indígenas, y puso "a prueba la utilidad de los conocimientos antropológicos para llevar a término un plan de gobierno que tienda a integrar a esos grupos a la nacionalidad sin provocar un desajuste cultural, aprovechando los valores nativos para enriquecer con ellos el acervo de la cultura nacional", Caso y la escuela antropológica mexicana abrigaban esperanzas de que la realidad del mundo indígena sacaría fuerzas de flaquezas y, al integrarse económica y socialmente a la nación, preservaría sus rasgos distintivos. Optimismo ilustrado de por medio, no cabe duda de que la institución indigenista por excelencia desarrollaría una labor precursora en muchos aspectos. Se proseguirían así los estudios de comunidades indígenas realizados por Manuel Gamio y por Carlos Basauri y Mendieta y Núñez, y los posteriores de Foster, Beals, West, Soustelle, Stresser Pean y Malinowski, entre otros, quienes allanaron el camino a los nacionales: Villa Rojas, Carrasco, De la Fuente, Pozas, Palerm y otros. Mientras tanto, Caso consolidaba la enseñanza de los estudios etnológicos en la Escuela Nacional de Antopología, de donde surgió la sección de Antropología Aplicada, que proporcionaría pasantes para el trabajo del propio INI.
Con el INI, se proyectaba la aplicación de la "acción integral" a través de una estructura regionalizada, de donde resultó una cuantificación importante de recursos naturales y humanos, y una recopilación de materiales geográficos y demográficos; los datos etnográficos y económicos, a su vez, permitieron captar las condiciones (distribución de la propiedad territorial, trabajo asalariado y otros) para la planeación de servicios y el reclutamiento del personal que extendería las redes del proyecto indigenista en las distintas regiones. El criterio básico de este trabajo consideraba su base territorial como una región intercultural donde las comunidades indígenas convivían en torno a un epicentro, la ciudad mestiza, que funge como metrópoli regional. Como se ve, la representación de un centro (desarrollo) rodeado de comunidades (subdesarrollo marginal) se correspondía con los límites que el propio régimen desarrollista imponía a los diversos sectores sociales sin forzosamente incluir, en este caso, la diferencia cultural o la aberrante heterogeneidad que obstaculizaba la integración de los indígenas a los beneficios del desarrollo moderno. Así, "la integración de los pueblos indios está ligada al desarrollo total del sistema, comprendido el núcleo mestizo nacional". Este núcleo se ubicaba, todavía, detrás de la línea de sombra.
Al unir la actividad de los individuos de las comunidades (promotores culturales) y de indígenas que viven con mestizos (personal subtécnico) con los técnicos y profesionistas, el INI articulaba la concentración de actividades (servicios médicos, procuraduría o defensoría de pueblos, administración municipal, educación, agricultura, etcétera) para alcanzar la finalidad última: integración regional, que llevaría a la integración "de más alto nivel, la integración nacional" en un país mestizo que busca su "unificación cultural".
Caso se preguntaba si el indio mexicano es mexicano, si al ser mexicano dejaría de ser indio. Hay una minoría que no se expresa en la "lengua nacional" y que, por tanto, enfrenta una situación de aislamiento frente a un mundo que se le manifiesta "extraño y hostil" ("El indio mexicano es mexicano?"). La diferencia lingüística señala una diferencia cultural. Así es como prefiere Caso establecer la existencia del problema indígena. Rechaza el criterio racial para adoptar el sesgo social y cultural, punto en el cual señala un círculo vicioso: la precariedad cultural da pie a la marginación socioeconómica de las comunidades indígenas, lo que a su vez dificulta su integración con el resto de la nacionalidad, es decir, "ni produce para el país ni consume lo que México produce", situación que determina la relación política con el Estado y con los otros sujetos políticos, cuando el primero adquiere la figura coactiva en varias de sus formas (explotación, represión, despojo territorial, etcétera), y los segundos la de sujetos privilegiados en un régimen jurídico igualitario; así, concluye que el problema indígena descansa en la exclusión de los indígenas de "los beneficios del progreso del país". En segundo lugar, Caso rechaza el falso indigenismo romántico, que señalaría como lo mejor para las comunidades indígenas el permanecer aisladas, separadas (y dice: "aisladas de una cultura superior, de una medicina científica, de una lengua que puede servir de vehículo universal, de una técnica agrícola más moderna", etcétera), lo que redundaría en que tales comunidades quedaran en una especie de reservaciones "para delicia de los futuros etnólogos y de los presentes y futuros turistas". En tercer lugar, rechaza también el enfoque que llama formalista, que declara "que, de acuerdo con nuestra Constitución, no hay indígenas; todos somos mexicanos y todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones". Actitud generosa pero peligrosa, afirma Caso, pues se mantiene en pie un ideal a alcanzar que no salva la oposición entre la realidad social que vivimos y el ideal de nuestras leyes; el problema radica afirma en que el indígena, además de ser mexicano, no deja de ser indígena: no podemos apartarlo del resto de los mexicanos pero tampoco podemos negar su especificidad cultural (que acarrea fundamentales diferencias socioeconómicas). Señala, por último: el indígena es mexicano en cuanto a sus obligaciones, e indígena en cuanto a sus desventajas. Actualmente, tales desventajas son sólo para los indígenas? Por último, Caso rechaza una última actitud: la integración forzosa de los indígenas a la comunidad nacional con atropello de su arraigo, de sus tradiciones y de sus costumbres, cuando hoy en día ha rebrotado, como una actitud no tan impopular, en núcleos heterogéneos (auténticos coletos y los tecnócratas mexicanos).
Caso insistió en que el camino era la integración de las comunidades indígenas a la gran comunidad mexicana: "trasladarlas" a la modernidad de que "goza" la "población mayoritaria". Es eso sostenible en 1996? Dice Caso: "Lo que se necesita es transformar los aspectos negativos de la cultura indígena en aspectos positivos, y conservar lo que las comunidades indígenas tienen de positivo y útil: su sentido de comunidad y de ayuda mutua, sus artes populares, su folclor."
Las expectativas del progreso no se han cumplido y el discurso indigenista clásico enfrenta una severa crisis, al desaparecer el sujeto mestizo como ejemplo de integración: más aún, es ejemplo típico de la exclusión, si bien no tan extremoso como el del indígena que, como quiera que sea, sigue siendo una minoría no sólo "atrasada" sino prácticamente arrasada por un devaneo que parece incontenible y neoliberalmente drástico. Y, por último, se ha apostado a la postración (inmovilidad o pasividad) del mundo indígena, el cual, no obstante, articula y multiplica su propia riqueza como un dispositivo transformador. Es verdad que sólo se trata de su "sentido" de comunidad, de los gestos de su ayuda mutua, de sus precarias artes populares, de su folclor intachado en un contexto social mestizo (o criollo) profanador-redimidor? El desencanto ha sido permanente, máxime cuando los vínculos de la política liberal tienden a la obsolescencia, a la renuncia, a la propia negación. El ejemplo de Alfonso Caso puede ser usado como antiejemplo; a mí me parece que es mejor verlo como un límite que en buena medida ya hemos sobrepasado.