Si nos atenemos a los datos ofrecidos durante la II Conferencia Latinoamericana y del Caribe sobre desertificación, celebrada recientemente en esta ciudad, el mundo no deja de perder cada vez más recursos naturales de enorme importancia para la vida en el planeta. Cada año la desertificación afecta a más de 3 mil 500 millones de hectáreas, las cuales dejan de ser útiles para la producción de la que obtienen su sustento millones de personas, especialmente en el sector rural. Pero igualmente se pierde la riqueza biológica lo mismo en las tierras dedicadas a la agricultura y la ganadería que en las forestales.
Lo más grave de todo esto es que, si bien los cambios climáticos pueden en un momento contribuir a la degradación de la tierra, a la pérdida de la cubierta vegetal, son las actividades realizadas por el hombre las que fundamentalmente la causan. Por lo que toca a nuestro país, el proceso de desertificación afecta en diverso grado al 80 por ciento del territorio. Y aunque se destinan recursos para detener dicho proceso, lo cierto es que son insuficientes, de tal forma que día con día aumentan los efectos de un uso inadecuado del suelo.
Tal y como sucede en México, entre las actividades más conocidas que afectan la cubierta vegetal figuran el incesante cultivo de una misma parcela, el sobrepastoreo, la deforestación y prácticas de riego inadecuadas. Todo ello ocasiona la pérdida de la fertilidad de los suelos, lo cual impide el mantenimiento de la flora y la fauna y que sea virtualmente imposible efectuar las actividades productivas en el sector rural. En diversos foros internacionales se ha puesto de manifiesto que la desertificación es por lo general irreversible, que resulta mucho más económico evitarla que recuperar los suelos, y que existe la tendencia mundial a destinar menos recursos a los pobres del agro. Así, inevitablemente, el uso constante de ciertos recursos naturales por parte de millones de personas necesitadas de medios de subsistencia, lleva a mayor pobreza, a una menor calidad de vida y a desajustes ambientales extremos. Pronto resulta imposible obtener los alimentos que requiere una parte importante de la población, lo cual se refleja en más bajos niveles de nutrición y hasta en hambrunas, como ocurre en el sur de Asia y en Africa.
Precisamente porque la desertificación afecta y se da en donde radican los más pobres, existe la creencia de que son ellos los responsables de tal deterioro. Sin embargo, se olvida que el uso inadecuado de zonas agrícolas y forestales se debe a políticas establecidas en los centros de decisión económica y política, que ignoran el verdadero desarrollo: el que exige la participación efectiva de quienes viven en el campo, en vez de las imposiciones de una tecnoburocracia que sintoniza otra realidad. Que en aras de logros macros, alientan el uso de tecnologías inadecuadas, la desocupación en el medio rural y en el sector urbano e industrial. A lo anterior se agrega una nula o escasa asesoría técnica, apoyos crediticios insuficientes, procesos de comercialización que imponen cultivos y controlan la venta de cosechas, todo lo cual muestra la falta de medidas gubernamentales hacia los menos favorecidos.
Cabe citar esfuerzos positivos en pro de la conservación de los suelos: en Oaxaca, varias instituciones de investigación, grupos vinculados con la ecología, algunas dependencias oficiales y comunidades campesinas comparten ideas y proyectos con el fin de contrarrestar la erosión en una entidad donde es extrema y se expresa en escasez de alimentos y pobreza. Seguramente en otras partes del país hay iniciativas semejantes, pero van muy a la zaga del proceso de depredación que revelan las cifras oficiales. Aunque se afirma que los recursos para combatir la desertificación no han disminuído en México pese a la crisis, se requieren muchísimos más apoyos bien aplicados, que no se inviertan en obras costosas, de relumbrón. Ahora que ya el gobierno salvó a los banqueros, bien haría en ocuparse de los de más abajo. Y alentar una organización que involucre al sector oficial, a las instituciones científicas y a las comunidades.
Seguramente también porque la desertificación recae sobre los más pobres, las agencias internacionales y los gobiernos destinan menos recursos a prevenir y resolverla. Y los medios de información le prestan poca atención. Con notables excepciones, la reunión recientemente celebrada pasó inadvertida en los periódicos, mientras la televisión la ignoró. Se olvida, una vez más, que los desajustes en el sector rural, tarde que temprano se dejan sentir en las ciudades e inciden en la producción de alimentos y materias primas que requiere la industria. No sólo eso: es sabido que la migración campesina hacia Estados Unidos se debe precisamente a la falta de medios para ocuparse en sus lugares de origen, donde el ``agotamiento'' de la tierra es una realidad.
Cada sexenio se anuncian medidas para evitar la desertificación, reducir la deforestación de bosques y selvas, rehabilitar áreas con la plantación de millones de árboles. Pero también, cada administración ofrece cifras que muestran cómo en vez de avanzar, retrocedemos y cada año nuestros recursos naturales son menos y la pobreza rural más grave. Hace unos días se anunciaron prometedores programas. Ojalá esta vez no se queden sólo en el papel.